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Señor Bergoglio · por Antonio Martínez Lara

​Descargo de responsabilidad

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No soy católico, y me corresponde más ese tratamiento para dirigirme a este ciudadano más que bastantes de quienes si se siguen proclamando católicos más por su de conveniencia que por su moral. Llamar así al Obispo de Roma no rebaja ni un gramo mi admiración humanista, como siento por quienes, como el ciudadano Roncalli, el Papa Bueno, y por tantos cristianos humanistas como así reconozco. Hoy lo veo en Portugal navegar en su difícil barca sin renunciar a la paz ante la guerra y ante la muerte cruel en el Mediterráneo, como ante tantas otras muertes en este amargo presente.

Las noticias nos traen su imagen en Portugal junto a una muy mejorable imagen de España que no creo que sea casual ni fruto del azar. En esa cita mundial de la juventud me parece percibir la mano de quienes acuden a Roma para hacerse la foto publicitaria. Y no sé si con el mismo ánimo a la vuelta de ser recibidos por el Papa, participar en un acto cristiano milagrero y de propaganda política. No sé por qué al escuchar a Jimena, chica que se siente objeto de un milagro, recuerdo el discurso de la señora oficiante en el citado acto evangélico. Decía que lo mostrado por parte de la juventud española en Portugal, ni tampoco su generosa difusión sea algo espontáneo. Intuyo que en la relación del papa argentino con España hay razones importantes que van salpicando escenas como lo que mencionamos en el país vecino. Las repetidas peticiones de concordia que desde Roma llegan a esa parte de nuestro país tan descaradamente señalado en la mayoría de la jerarquía obispal dice mucho. Esa necesaria concordia, que tan limitadamente expresara Tarancón, no acaba de establecerse, y menos en este momento, para la definitiva reconciliación tras aquella “cruzada”. Que jóvenes católicos españoles acudan a un acto religioso cantando el cara al sol o la última ocurrencia hiriente para familias, habla de un resquemor entre mayores que envenenan a jóvenes. De todos modos no me atañe a mí involucrarme a mí en la dialéctica de católicos de uno u otro lugar.

Lo que sí me preocupa y mucho es la paz en el mundo y el papel que en la misma puede desempeñar el conjunto de la humanidad y de entre ella, aquellos colectivos que vienen influyendo en la concordia humana. No es casualidad lo ocurrido hace unos años en el Brasil de Bolsonaro, sigue en el Salvador de Bukele y otros episodios en los que la religión aparece como una incursión directa con afán de poder en el acontecer político. Algo de eso parece haberse adivinado en ciertos jóvenes españoles en Portugal. Tampoco parece casual que cuando el actual pontífice se pronuncie abiertamente por la paz y tratando de empujar desde su movimiento social no encuentre el apoyo de otros tiempos. No es casual que hay decidido degradar a ese poder, también económico, que es el Opus Dei dentro de la Iglesia. Vivimos en un tiempo muy distinto del de la “guerra fría”. En aquel tiempo el catolicismo global resultaba más cercano a los grandes poderes mundiales. La imagen de El Salvador ha cambiado mucho en el tiempo: de las muertes propiciadas por los escuadrones de la muerte y aquel clérigo que pedía clemencia hasta su muerte, a la complaciente con el Bukele de hoy.

Admirado Bergoglio, no le arriendo la ganancia en tan difícil singladura tratando de recomponer aquel humanismo de Juan XXIII que agradecía a la ciudadanía del mundo sus aportaciones. He de comprender las cuestiones doctrinales que en su colectivo han de regir y obligarle. Sin embargo y más allá de las servidumbres que a cada persona y colectivo nos limitan, agradezco que alargue su vista y sus desvelos por lo común de la humanidad. En este mundo cada día más secularizado y tan necesitado de mayor conciencia mundial y desde el respetuoso laicismo que fundamenta la democracia, le deseo acierto y éxito. Por lo que deseo creo que fuera de su grey, se comparten buena parte de sus afanes.

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