Las facciones de la Iglesia Ortodoxa se han convertido en protagonistas por su división interna y acusaciones cruzadas de colaboracionismo y persecución.
La guerra de Ucrania no tiene un origen religioso, no es una guerra santa, no hay choque de origen entre comunidades de distintas confesiones o facciones pero, conforme se alarga el conflicto, la fe se está convirtiendo en un elemento añadido de disputa, un arma arrojadiza con la que hacer nacionalismo y propaganda, cargando de teología un problema de soberanías, territorio, recursos, poder.