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Valle-Inclán dijo, por boca de Max Estrella, que España era una deformación grotesca de la civilización occidental, una pose folklórica que adoptamos hace siglos y en la que seguimos embarcados a viento y marea. En pleno siglo XXI, la Comunidad de Madrid financia una escuela de Tauromaquia, con mayúsculas, para que los niños aprendan los valores propios del arte de Cúchares, mientras científicos e investigadores emulan los esfuerzos de Ramón y Cajal, quien tuvo que pagarse un laboratorio de su propio bolsillo. Fue Ortega y Gasset quien comentó que el Premio Nobel de Medicina concedido a Ramón y Cajal era, más que un orgullo, una vergüenza nacional, porque demostraba el abandono secular de las ciencias en España. En una tertulia de la época, un torero célebre, el Guerra, preguntó a qué se dedicaba Ortega y cuando le explicaron que era filósofo, respondió: «Tie que haber gente pa tó».