La imposibilidad de enterrar a sus seres queridos y de homenajearlos y llorarlos en público llevó a muchos familiares de republicanos a llevar a cabo prácticas de duelo a través de distintos hábitos, objetos o fotografías de los desaparecidos
Ana recuerda desde que tiene memoria cómo cada día su abuela Isabel cortaba una rosa blanca y la colocaba delante de una fotografía expuesta en casa. La de de su abuelo, José Bazán Viruez. Era un ritual inexplicable para ella. “¿Por qué la pones aquí, abuela?”, le preguntaba. Ella contestaba: “Porque no tengo donde ponerla”. Y aunque Ana, entonces niña, insistía –“pero ¿por qué está aquí la flor, abuela?”– la respuesta era siempre la misma. “Porque no tengo donde ponerla y no preguntes más”. Isabel no quería hablar, le daba miedo hacerlo, pero finalmente se encargó de que su nieta supiera que su abuelo no solo murió, sino que fue fusilado el 15 de agosto de 1936.