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11/12/2022 La universidad peruana nació como una extensión de la estrategia de colonización europea. Cuando se funda la Universidad de San Marcos, en 1551, fue hecha por la orden dominica como un centro de formación para sus evangelizadores. Es decir, la universidad era un centro de operaciones cristianas. Sin embargo, con el tiempo, la universidad fue adquiriendo autonomía y se separó del control católico. Ya en el siglo XX, con el surgimiento de la Universidad Católica, de naturaleza privada, fueron apareciendo alternativas que convivían con la universidad pública laica. Eso significa que a nivel de propuestas universitarias construidas con capital privado, las orientaciones de su fe eran, como debe ser, toleradas y asumidas como parte de esa heterogeneidad que da la convivencia.
Pero el Estado peruano, por sus principios constitucionales, acepta otras confesiones y extiende su colaboración con ellas. Por ello las universidades públicas tienen que ser laicas. Es decir, totalmente emancipadas de cualquier sujeción religiosa e ideológica. Eso significa que cualquier simbología o preferencia por una religión debe ser descartada en tanto que le concedería una ventaja sobre otras formas de fe religiosa, o incluso, por su clara posición anticientífica. La historia ha demostrado lo suficiente que las posiciones que tienen raíces de fe son contrarias a las exigencias que ofrece el conocimiento científico. Incluso, con el crecimiento de posiciones conservadoras, pueden ser inconvenientes para la pluralidad de creencias y el respeto de las diferencias.
Cuando las ceremonias oficiales han normalizado la incorporación de la Biblia, crucifijos y simbologías derivadas, estamos ante una posición de ventaja naturalizada de una de las religiones y su doctrina. En todo caso, las creencias religiosas son una opción individual, pero no se debe optar por una de ellas como inherente a la política organizacional de las universidades públicas.Es más, la vida universitaria, por definición, es un lugar de descubrimientos racionales, alejada de supersticiones y que apela a las exigencias objetivas de la ciencia para dar por válida una afirmación. La universidad es el encuentro con lo científico y su maravilloso poder liberador contra todo monopolio ideológico.
Es fundamental defender a la institución universitaria pública en su laicismo, en su libertad de pensamiento y, también, de su reconocimiento respetuoso de la pluralidad religiosa, aunque no se comparta. Así, las universidades deben estar libres de toda vigilancia confesional y ser siempre, lo que justamente ha hecho que avance espléndidamente el conocimiento humano: laicas, científicas, plurales, comprometidas con su sociedad, sin deidades a las que hay que rendir cuentas, ni jerarquías eclesiales, sin ningún tipo de culto, ni de seres trascendentales y menos de cultos a la personalidad.
Rubén Quiroz Ávila
Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, profesor universitario