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“La mujer aprenda, callando con toda sujeción. Porque no permito a una mujer enseñar, ni tomar autoridad sobre el varón, sino estar reposada. Porque Adán fue formado primero; luego Eva; y Adán no fue engañado, sino la mujer fue engañada en la rebelión; pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en la fe y caridad y en la santificación, y modestia” (San Pablo, Epístola a Timoteo).
¡Malditas mallas!
Hace unas semanas, la prensa aireaba una campaña del gobierno de la Xunta gallega presentando las víctimas de violencia sexual como las responsables de ser sus propias víctimas. Y ello por su forma de vestir haciendo deporte. Lo que es el colmo, pero un principio de causalidad no tan disparatado como pudiera parecer.
El gobierno gallego, heredero de Feijóo, el día 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, ¡que casualidad!, publicó un mensaje institucional señalando que la forma de vestir de las mujeres lleva inexorablemente a la agresión sexual por parte de los hombres. El mensaje era directo, nada subliminal como acostumbra cierta publicidad: “Se viste con las mallas de deporte. Va a correr por la noche. ¿Qué sucede ahora? No debería pasar, pero pasa”.
Ni una palabra de condena a los agresores, esos que piensan que pueden hacer lo que les venga en gana con las mujeres, porque consideran que estas visten de esa forma para “incitarlos”. Al parecer, la Xunta también ignora lo que significa la palabra incitar: “pedir a una persona que participe en una celebración o un acontecimiento organizado por uno mismo”.
La Xunta gallega presenta a las víctimas de violencia sexual como las responsables de ser sus propias víctimas. Y ello por su forma de vestir haciendo deporte
Gravísima perspectiva. En lugar de poner el acento y recargar las tintas en quien produce la agresión se culpa a quien la padece. Se disculpa al verdugo y se condena a la víctima. Cualquiera puede ver en ello una simetría perfecta con el discurso de los golpistas de 1936. Los rebeldes eran quienes defendían la II República y las víctimas, los golpistas.
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El grosero mensaje de la Xunta arroja una visión estereotipada tanto de la víctima como del agresor. Minimiza de un modo ridículo el sistema estructural en que se asienta la variedad existente de la violencia sexual. La mayoría de las violaciones que se dan en este país nada tienen que ver con la forma de vestir de la mujer.
Enturbia más la conducta de la Xunta el hecho de que esta publicidad se pague con dinero público. Causa sonrojo que la Administración Pública lo permita. Desde luego, quienes se definen como garantes y defensores de una justicia distributiva del erario evitando que este se invierta en causas indignas de una institución pública, han mirado para otro lado. ¿Y los jueces? Mucho ruido con relación a la Ley Orgánica de Garantía Integral de la libertad sexual, pero no hay inconveniente en que el dinero del erario se invierta en semejante porquería publicitaria, una infamia contra la dignidad de las mujeres, en general, y de las víctimas, en particular. ¿Nadie se querella contra la Xunta?
En lugar de poner el acento y recargar las tintas en quien produce la agresión se culpa a quien la padece. Se disculpa al verdugo y se condena a la víctima
Nada nuevo bajo el sol
Es cierto que esta historia no resulta novedosa. Es tan vieja como el credo. Desde la oratoria sagrada, siempre se nos dijo que la mujer si se vistiera de un modo recatado no sufriría tales agresiones. Se trata de un principio teológico habitual los evangelios, en los padres de la Iglesia y en los obispos actuales españoles. Es una constante en las pastorales y circulares eclesiásticas de todos los tiempos. Una afirmación que contrasta con los tipos de violación existentes. A pesar de ello, siguen esgrimiendo esta falsa razón como si fuera la causa fundamental de la agresión sexual. Para muestra la Xunta.
Y, hasta cierto punto, resulta lógico que sea así. Basta recordar cuál ha sido la actitud de la Iglesia en este terreno, pues no puede olvidarse que el pensamiento estándar y reaccionario sobre la mujer -y que afecta a la inmensa mayoría masculina de este país- procede de la doctrina eclesiástica.
Desembarazarse de este humus ideológico no es fácil. Cuando se dice que los hombres somos unos asesinos o unos violadores en potencia puede que sea una exageración, más biológica que cultural, pero es que hasta la fecha contra ese dato solo se ha inventado para contrarrestarlo un código penal y un sistema punitivo de infinitos castigos, mientras que la prevención de esta plaga jamás ha conseguido encarnarse en una ley de Estado con el objetivo de rebajar esa mancha que en tan mal lugar deja a la especie, franja masculina. Lo que en el fondo más superficial esto significa que el sistema considera que los hombres llevamos en el ADN esa inclinación venenosa y tóxica, frente a la cual la cultura y la educación poco o nada pueden hacer. Porque, si realmente se creyera en la capacidad preventiva de la educación y de la cultura, seguro que el sistema haría todo lo posible por establecer unos buenos programas profilácticos para tal fin, ¿no?
El pensamiento estándar y reaccionario sobre la mujer -y que afecta a la inmensa mayoría masculina de este país- procede de la doctrina eclesiástica
Papel de la Iglesia
En cuanto a la religión, es evidente que, tampoco, ha conseguido mermar para nada la tendencia al alza de la violación sexual. Creer en Dios o no, no nos exime a los hombres ser unos mamarrachos en este ámbito, ni en otros.
¿La religión? Un buen chiste, sí señor. Echemos una ojeada al panorama de quienes saben de qué iba este marrón de la vestimenta femenina como “ocasión e incitación a la violencia sexual”, siempre justificada por la inmodestia de la mujer.
El Papa Benedicto XV, en su encíclica Sacra Propediem el 6 de Enero, 1921, escribía: “Uno no puede deplorar suficientemente la ceguera de tantas mujeres de todas las edades y estaciones. Volviéndose tontas y ridículas por el deseo de agradar, no ven hasta qué grado la indecencia de sus vestimentas choca a cada uno de los hombres honestos y ofende a Dios”.
Benedicto XV: “Uno no puede deplorar suficientemente la ceguera de tantas mujeres de todas las edades y estaciones. Volviéndose tontas y ridículas por el deseo de agradar”
Seguro que hemos oído hablar del cardenal Isidro Gomá en más de una ocasión. Y siempre como gran inspirador de la redacción de la Carta Colectiva de los Obispos,1 de julio 1937, donde se justificaba el golpe de Estado de 1936. Pues bien. Conviene recordar que, también, escribió sobre el tema que llevamos entre manos. En 1926, escribió Las modas y el lujo y entre otras lindezas decía de la mujer: “Si ella es incauta, haciendo cada día más escasas y más tenues las telas de sus vestidos, ¿quién la defenderá de ciertas procacidades que responderán, fatalmente, a sus atrevimientos?”
Ya lo ven. Para Gomá, la causa primera y última de la violencia sexual estaba en la inconsciencia de la mujer a la hora de vestirse y no en la conciencia criminal del violador. No cabe dar más vueltas a la peonza del desatino. Estamos ante el mismo criterio deleznable utilizado por la Xunta gallega.
El 12 de Enero, 1930, la Sagrada Congregación del Concilio, por mandato del Papa Pío XI, emitió instrucciones enfáticas a todos los obispos sobre la modestia en el vestir, especificando las relativas para hacer deporte:
“Recordamos que un vestido no puede llamarse decente si tiene un escote mayor a dos dedos por debajo de la concavidad del cuello, si no cubre los brazos por lo menos hasta el codo, y escasamente alcanza un poco por debajo de la rodilla”.
En la dictadura franquista, no hubo obispo que no hablase de “la moral de la pantorilla”, expresión debida a que la jerarquía eclesiástica en sus respectivas diócesis se obsesionó con establecer de forma exacta y rigurosa la longitud de las faldas y de las mangas del vestido de la mujer. En esta misma dirección, Pla y Deniel, el cardenal franquista por antonomasia, siendo Primado de España, publicó en 1940, unas normas relativas a la forma de vestir de la mujer, centrándose en el escote:
“Es contra la modestia el escote y los hay tan atrevidos que pudieran ser gravemente pecaminosos por las deshonesta intención que revelan o por el escándalo que producen”.
“Recordamos que un vestido no puede llamarse decente si tiene un escote mayor a dos dedos por debajo de la concavidad del cuello, si no cubre los brazos por lo menos hasta el codo”
No fueron Gomá y Deniel los únicos casullas a quienes la lencería femenina, fina o gruesa, los traía por mal camino. Afectó como plaga a todos los obispos. El papa Pío XII ,en 1954, seguiría esta ruta marcada por sus antecesores: “Ahora, muchas niñas no ven nada malo en seguir ciertos estilos desvergonzados (modas) como lo hacen muchas ovejas. Seguramente se ruborizarían si tan sólo pudiesen adivinar las impresiones que hacen y los sentimientos que evocan (excitación) en aquellos que las miran.”
Conductismo grosero
En definitiva. Nos encontramos ante un conductismo interpretativo habitual en los textos eclesiásticos y que saca a flote cierta inclinación patológica y sucia de quienes los escribieron. Un conductismo que culminaría en aquellas declaraciones del obispo de Tenerife, B. Álvarez, en 2007: “Hay adolescentes que desean los abusos, incluso te provocan”. Con mallas o sin ellas.
Después de lo dicho, no parece que haya que cuidarse solo de los jueces -a los que se les atribuye una mentalidad machista cuando dictan sus resoluciones, que los habrá, como los hay en casi todos los ámbitos donde el hombre rige los destinos de un colectivo-, sino que sería un error muy grave olvidarse de la Iglesia, de su responsabilidad a lo largo del tiempo por haber sembrado en este mundo la ideología más nefasta que pueda existir con respecto a la mujer.
Sería un error muy grave olvidarse de la Iglesia, de su responsabilidad a lo largo del tiempo por haber sembrado en este mundo la ideología más nefasta que pueda existir con respecto a la mujer
Es síntoma de mal agüero que en todo el ruido montado sobre la Ley Orgánica de Garantía…, la Iglesia no haya salido a relucir en ningún momento, cuando es la institución que más alfalfa espiritual ha desperdigado en esta sociedad -y lo sigue haciendo-, con relación al papel de la mujer, “considerada como la tentación del hombre y responsable de que este caiga en ella condenándose para siempre en el fuego del infierno”.
¿Qué juez será capaz de querellarse contra las manifestaciones de ciertos obispos que siguen repitiendo una y otra vez lo que san Pablo decía o quien escribiera la Epístola a Timoteo que se le atribuye:
“Asimismo también las mujeres, ataviándose de manera honesta, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, u oro, o perlas, o vestidos costosos, sino de buenas obras, como conviene a mujeres que profesan piedad. La mujer aprenda, callando con toda sujeción. Porque no permito a una mujer enseñar, ni tomar autoridad sobre el varón, sino estar reposada. Porque Adán fue formado primero; luego Eva; y Adán no fue engañado, sino la mujer fue engañada en la rebelión; pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en la fe y caridad y en la santificación, y modestia”.
No hay homilía de obispo que al hablar de la mujer no recuerde este texto paulino o supuestamente paulino. Que la Iglesia actual siga bebiendo de esta fuente, no es de recibo.
No lo es tanto que lo haga la Xunta de Galicia. Aunque, también. ¿Para qué engañarnos? ¿Hay alguna diferencia entre los planteamientos de la Iglesia oficial y la derecha de este país en esta materia y en tantas otras?