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El integrismo español ante la laicidad del Estado en abril de 1931

Finalizando abril, es decir, a las dos semanas de proclamada la Segunda República, El Siglo Futuro, bastión del integrismo, hizo una especie de llamamiento al electorado conservador para que se movilizase en las elecciones a Cortes Constituyentes, ya que nadie podía llamarse a engaño ante la labor legislativa que se quería emprender porque el “programa revolucionario” era bien claro. Era el programa de los revolucionarios liberales, donde la tolerancia y la libertad significaban, en su opinión, persecución. No deja de tener interés estudiar estas cuestiones porque no sólo nos permiten conocer la realidad de los sectores más integristas de la sociedad y la política españoles en el cambio de régimen, sino también para entender que aquel discurso se mantiene, con matices en el tiempo.

El integrismo español era consciente de que en el programa reformista del Gobierno provisional estaba la denuncia del Concordato con Roma. Esa denuncia era interpretada, en línea con lo que expresábamos sobre la interpretación acerca de la libertad y la tolerancia como sinónimos de persecución. Así era, la denuncia de dicho Concordato suponía en ese universo ideológico que la Iglesia dejaba de ser libre, es decir que no era una declaración de una Iglesia libre en un Estado libre, sino la declaración del Estado laico, independiente de toda confesión religiosa, y como consecuencia, se pretendía someter a la Iglesia a la soberanía del poder civil, negándole “las debidas prerrogativas y sin reconocerle fuero alguno”.

El Estado laico se caracterizaría, siempre según el integrismo, por un sectarismo anticatólico y por desarrollar una suerte de “clerofobia”. Así pues, cuestiones como las órdenes religiosas, las manifestaciones externas del culto, la enseñanza y todo lo relacionado a la formación católica de la juventud y del pueblo quedaban sometidas a los preceptos que impusiese la mayoría parlamentaria. Así pues, todo eso sería ley que habría que cumplir como tal en una República que no reconocía a Dios en el Estado, declarándose independiente de todo poder espiritual, y ajeno a la autoridad de la Iglesia, con cuyas autoridades ya habían declarado los representantes del poder civil no iban a tener más relación que la de la “elemental cortesía”.

El Siglo Futuro consideraba que el “sectarismo anticatólico y clerófobo” tenía prisa en hacer notar su fuerza y su desdén hacia la Iglesia. En este sentido, aludía a que El Socialista ya había reclamado que se quitasen de las escuelas públicas los crucifijos y las imágenes, siguiendo el ejemplo de lo que habría dicho, y siempre según el diario integrista, Lenin sobre la religión como opio del pueblo. Así pues, una llamada de atención para los católicos españoles, recordando la tesis de que la nacionalidad española era un producto de la fe católica, y que toda su historia estaba cimentada en el sentimiento católico. Si se renegaba de la fe se estaba renegando de las «puras glorias nacionales”.

Así pues, el laicismo se consideraba ya no sólo como un ataque a la religión, sino también como una manera de “truncar la historia”.

El periódico insistía mucho en todas estas consecuencias y en la necesidad de que los católicos reflexionasen sobre las mismas, por lo que había que movilizar el voto.

Hemos trabajado con el número del 29 de abril de 1931 de El Siglo Futuro.

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