Descargo de responsabilidad
Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:
El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.
Algunos de mis lectores, seguidores y detractores, apuntan que siempre lanzamos el dardo sobre la iglesia católica, que no nos atrevemos a hablar del Islam. Es verdad la primera parte de esa afirmación. Nos dirigimos más hacia la iglesia católica porque es la que más nos afecta en nuestra vida diaria, con sus privilegios y sus intromisiones en la vida política y social.
En estos tiempos del multiculturalismo (yo acepto tu cultura con todo lo que lleve aparejado, y tú haces lo mismo, y aceptas la mía), hablar del Islam puede costarle a uno, como mínimo, la etiqueta de islamófobo, racista o supremacista. Si es así, en pos de ese multiculturalismo, exijo que también acepten mi cultura, tal cual.
El multiculturalismo ha propiciado la idea que todas las culturas merecen ser respetadas y protegidas. Y nada más falso que esa afirmación. Toda cultura, toda idea, toda afirmación ha de poder ser observada, desmenuzada, analizada, matizada, desenmascarada, rebatida, aplaudida o criticada. Ninguna cultura, ninguna idea, merece ser respetada a priori. El respeto a una cultura (o a cualquier cosa), hay que ganárselo en el día a día con los hechos. Y los hechos son los que son.
Observo que en el Islam hay posturas muy, pero que muy intolerante, no sólo en el sentido que es imposible salirse (apostatar) sin correr diversos riesgos, desde el rechazo de la comunidad donde vives, la ruptura con tu familia, la cárcel e incluso la muerte según en qué país. También porque castiga lo que califica de insulto (Salman Rushdie condenado a muerte por Jomeini) o de chiste ateo (revista satírica Charlie Hebdo).
Observo, que la religión islámica no establece diferencia alguna entre política y religión. El Corán deja bien claro que la finalidad del Islam, es establecer un sistema político regido por el sistema legal islámico, la Sharia (significa “camino claro hacia el agua), y para ello hay que acabar con los regímenes «infieles». Esa no diferenciación entre política y religión, provoca que en casi todos los países islámicos se prohíba o censure cualquier intento de hablar del papel de la religión en la vida pública.
Observo que el Islam, posee multitud de ramas (sunníes, chiíes, jariyíes, ibadíes) e interpretaciones (seguidores de Mahoma del periodo de La Meca, del período de Medina), todas ellas enfrentadas entre sí. Y a pesar de ello, tiende a englobar a todos sus adeptos bajo un supuesto paraguas de «mundo musulmán», como si la identidad fuera algo exclusivamente religioso y no dependiera también de otros factores como la nacionalidad, la cultura, el idioma, el clima.
Observo que, siendo todos los seres humanos iguales en deberes y derechos, a las mujeres musulmanas no se las trata como a los hombres. Una mujer, mientras esté en edad de parir, ha de ocultar su pelo bajo una tela para no despertar las hormonas masculinas. No puede tocar a hombres que no sean de su familia. Debe enseñar a sus hijos que los no musulmanes son “infieles e impuros”. Debe obedecer a toda la rama masculina de su árbol genealógico (padre, hermano, marido, hijos, primos, sobrinos,..).
Observo la vestimenta del hiyab y el burka, como elementos externos de esa desigualdad, identificando a las mujeres como musulmanas antes que personas, dejando bien claro que su vida depende de los designios de un dios, designios, que por supuesto, ya se encargarán de interpretar unos hombres, califas o imanes. Ese es el poder que tiene esa tela. A veces hemos visto en Europa, que frente a agresiones a mujeres por llevar hiyab, ciudadanas europeas en un gesto de solidaridad, se lo han puesto. Pero cuando en un país musulmán, se agrede a mujeres por no llevarlo, el hecho de quitarse el hiyab y mostrar su pelo, en solidaridad con las que no quieren llevarlo, les puede acarrear gravísimos problemas.
Observo que bajo el Islam, en algunos lugares la edad nupcial es de 9 años, aberración que cada año mata a decenas de niñas violadas en su “noche de bodas” y otras tantas en el primer parto.
Rápido me dirán que a la creencia católica también le gusta la denuncia por «ofender» sentimientos religiosos o que tampoco la iglesia católica ha tratado a las mujeres como iguales. Efectivamente, pero la diferencia es que a la jerarquía católica, podemos, y de hecho lo hacemos, criticarla duramente por algunas actitudes o declaraciones, en cambio, cuando se trata de imanes, resulta que hay que «respetar» su cultura o te etiquetarán, como he dicho al principio, de islamófobo.
Muchos musulmanes «moderados», no dejan de repetir el mantra que el Islam es una religión de paz (al igual que sucede con “poner la otra mejilla” del cristianismo), y en verdad, numerosos versículos del Corán hacen referencia a ello con la palabra “Salam”, que significa paz, pero no en el sentido occidental, sino la paz que prevalecerá en el mundo cuando la humanidad se convierta al Islam, y para ello qué mejor que la Yihad, o sea, la obligación del creyente en Alá, para que la ley divina reine en la tierra, usando si es necesario la violencia y la guerra.
Cuando lo deseable es poder criticar con las armas de la filosofía y la razón, las religiones jamás rechazan el principio que sus “dioses” son siempre superiores a la razón. Esto, en la práctica lleva a la imposición de unas ideas rígidas que no admiten la más mínima crítica.
Mientras con la excusa del multiculturalismo, sigamos sin ver ni oír ni hablar ni actuar, el fundamentalismo (o más bien el fascismo) religioso (católico, evangelista, musulmán, judío), irá ganando terreno para más desdicha de una humanidad ya bastante golpeada por una política insensible, una economía depredadora, un medio ambiente degradado y unas pandemias cada vez más frecuentes.
Marc Cabanilles, AVALL Associació Valenciana d’Ateus i Lliurepensadors.