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El movimiento actual no tiene líderes ni un organismo de coordinación. Eso es tanto una fortaleza como una debilidad
Han pasado ya más de tres semanas desde que estallaran las protestas contra el hiyab en Irán. Como comentaba en estas mismas páginas, el malestar estaba ya ahí desde hace tiempo y lo que hizo salir a la gente a la calle fue la muerte de Mahsa Amini, una joven de 22 años detenida por violar el estricto código de vestimenta islámico que impera en aquel país desde hace cuarenta años. Todas las mujeres en Irán están obligadas a llevar la cabeza cubierta con un pañuelo denominado hiyab o, en su defecto, ponerse un chador que cubre todo el cuerpo. Al principio se pensaba que sería flor de un día, luego se prolongó una semana y llevamos ya casi un mes. Algo así no lo tenían previsto en el Gobierno, cuyo nerviosismo ha ido en aumento conforme pasan los días.
El pasado domingo, estudiantes de todo el país se manifestaron frente a las principales universidades de la capital coreando consignas como “muerte al dictador”. Entretanto, mujeres de todas las edades, pero especialmente jóvenes, marchaban por las calles de Teherán agitando sus velos en el aire, un gesto que se ha convertido en un símbolo de protesta. Las manifestaciones no se han limitado a Teherán. Este fin de semana el gobernador de la provincia de Kurdistán, en el este del país, ordenó el cierre de todas las universidades para evitar que, como ha sucedido en otras partes, se convirtiesen en epicentro de las movilizaciones estudiantiles. Los comerciantes, por su parte, han convocado una huelga que está siendo secundada por la mayor parte de ellos.
Es poco probable que las manifestaciones derroquen al Gobierno, al menos a corto plazo, pero, la profunda desafección hacia el régimen que representan y el hecho de que apunten a un pilar clave de la República Islámica y su ideología fundacional, las convierte en algo preocupante y a tener en cuenta. Desde la muerte de Mahsa Amini los manifestantes que en origen focalizaron sus demandas en los derechos de las mujeres han ido ampliando sus demandas, ahoran exigen más libertad y, los más radicales, hasta un cambio de régimen político.
Dado que la mitad de la población debe llevar velo, este problema trasciende la clase social, el origen geográfico y la etnia, es algo muy transversal
En el centro de las protestas de cualquier modo está el velo islámico o hiyab, que es obligatorio para todas las mujeres, tanto las iraníes como las extranjeras, desde 1983. Dado que la mitad de la población debe llevar velo, este problema trasciende la clase social, el origen geográfico y la etnia, es algo muy transversal y perfectamente visible por toda la sociedad. Las protestas multitudinarias por las calles de las grandes ciudades de los primeros días, dispersadas sin escatimar excesos por las autoridades, han dado paso a manifestaciones más pequeñas, pero ubicuas e imprevisibles de mujeres que se quitan el velo y lo zarandean o lo cuelgan de un palo mostrándoselo a los transeúntes. Este es un tipo de resistencia civil de baja intensidad muy difícil de detener para la policía.
La naturaleza espontánea e impredecible del movimiento ha creado aún más nerviosismo en el Gobierno. La policía en Teherán ya se encuentra al límite, no dan abasto, tan pronto como sofocan una manifestación en una calle de la ciudad, aparecen dos más en otros puntos. Corren a reprimirla, pero, cuando llegan al lugar de la manifestación, ésta ya se ha disuelto y no hay nadie a quien arrestar. El régimen está recurriendo a sus más leales, que han montado patrullas de vigilancia ciudadana. Tan pronto como surge una protesta se dirigen con palos hacia las manifestantes y las golpean. Ver a hombres hechos y derechos pegar a jóvenes escolares es algo inaceptable para muchos iraníes. Esto ha hecho que crezca la ira contra el Gobierno entre capas de población que habían permanecido al margen.
El hiyab es un símbolo irrenunciable, una de las razones de ser de la República Islámica, amén de una útil herramienta de control social
Pero, aunque el asunto ya se les ha ido de las manos, el Gobierno se opone a cambiar una sola coma de la legislación relativa a la vestimenta femenina. El hiyab es un símbolo irrenunciable, una de las razones de ser de la República Islámica, amén de una útil herramienta de control social. Temen que si ceden en eso millones de mujeres iraníes empiecen a ir con la cabeza descubierta y eso sea el principio del fin.
Desde hace cuatro décadas, siempre que los ayatolás se han encontrado con problemas en la calle los han resuelto de la misma manera: desatando la represión entre quienes protestan para que eso sirva de ejemplo al resto de la población. Siempre han sido de la opinión de que si a los manifestantes se les castiga de forma especialmente dura otros se lo pensarán. Eso hasta ahora les ha funcionado más o menos bien. Incluso hace diez años, cuando estalló la primavera árabe y se produjo aquella sacudida de ira popular en todos los países de Oriente Medio y el norte de África, los gobernantes iraníes se las apañaron para mantener el control de la situación y volver rápido a la normalidad.
En ocasiones anteriores los iraníes protestaban para denunciar fraudes electorales, como sucedió en 1999 y en 2009, o para quejarse de los aprietos económicos y la inflación, como fue el caso hace tres años. En esas ocasiones los manifestantes pedían reformas en profundidad dentro del sistema existente. Ahora los iraníes exigen acabar con la República Islámica y empezar de cero. Además, y esto es importante, las manifestaciones en el pasado, aunque multitudinarias, no consiguieron prender lo suficiente en una mayoría de iraníes como para obligar al Gobierno a hacer concesiones e implementar reformas en el sistema. La cuestión del velo es algo diferente ya que cuenta con un apoyo masivo de iraníes de ambos sexos, de todas las clases sociales y de todos los grupos de edad.
Los comerciantes, conductores de autobús, maestros o trabajadores del sector petrolero que se han declarado en huelga en los últimos días
Llegan además en un momento muy delicado. La economía iraní está devastada, el desempleo es muy elevado, el PIB no remonta el vuelo y la corrupción está muy extendida. Esto último es algo que desespera a muchos iraníes porque tienen que soportar los continuos sermoneos morales de los ayatolás al tiempo que ven como todo está podrido por dentro. Según el Índice de Percepción de la Corrupción que elabora Transparencia Internacional, Irán es uno de los países más corruptos del mundo, ocupa el puesto 25 de 180 países empatado con Guatemala. Los comerciantes, conductores de autobús, maestros o trabajadores del sector petrolero que se han declarado en huelga en los últimos días no lo han hecho tanto por lo del velo como para mejorar sus condiciones y han aprovechado esto a sabiendas que el Gobierno les prestará oídos.
Pero lo que preocupa al régimen no es que los maestros se pongan en huelga, eso se puede resolver imprimiendo más riales. Lo que les quita el sueño es el malestar general que ha terminado rompiendo, como ya sucedió en la revolución de 1979, en las universidades, convertidas en los semilleros para la oposición y centros de subversión. Los opositores hasta ahora se tenían que conformar con quejarse por el alto coste de la vida o por la poca ejemplaridad de los servidores públicos, algo que todo el mundo sabía, pero que no era suficiente como para salir a la calle. Ahora tienen un símbolo muy poderoso, el del velo, fácil de mostrar y que permite que las manifestaciones se convoquen solas sin necesidad de centralizar la protesta. Las estudiantes universitarias e incluso las de secundaria no tienen más que salir a la calle, quitarse el hiyab, colocarlo en el extremo de una rama, mostrárselo a los viandantes y luego desaparecer de ahí antes de que aparezca la policía. Algo así, tan extendido y espontáneo, es imposible de controlar por mucho que el régimen trate de aplicar su receta habitual de palos, detenciones y cárcel.
Las encuestas de opinión pública en Irán no suelen ser de fiar porque si dan resultados incómodos para el régimen se cocinan o no se publican, pero todo indica que el número de personas que apoyan de forma incondicional a la República Islámica parece estar disminuyendo. Según una encuesta realizada en marzo por una empresa demoscópica iraní con sede en los Países Bajos, sólo el 18 % de los iraníes quiere preservar los valores e ideales de la Revolución Islámica. El sondeo, con un universo de 17.000 interrogados, se realizó en Irán. Hace dos años se hizo otra sobre la obligatoriedad del velo y el resultado fue que el 72% de los iraníes se oponen a que las mujeres tengan que llevar obligatoriamente el hiyab en público.
Han sido asesinadas no menos de 50 personas, incluyendo a algunas adolescentes cuyos rostros se han convertido en imágenes del movimiento
Si el velo fue el principio, lo que está alimentando las protestas ahora es la represión policial y parapolicial contra los manifestantes. Han sido asesinadas no menos de 50 personas, incluyendo a algunas adolescentes cuyos rostros se han convertido en imágenes del movimiento. El sábado pasado, un grupo de activistas se las apañaron para mostrar, durante una emisión en directo en la televisión estatal, fotografías de las tres niñas y otra más del líder supremo Ali Jamenei en llamas.
El régimen no puede ceder
De una manera u otra casi todas las familias iraníes han sido acosadas por el Estado. Esa insatisfacción e ira acumulada ha estado ahí, bajo la piel de la sociedad durante años, por lo que sólo hacía falta un reactivo que incendiase la calle. Ese reactivo ha sido esto del velo. El movimiento actual no tiene líderes ni un organismo de coordinación. Eso es tanto una fortaleza como una debilidad. No tener líderes hace más difícil para el gobierno decapitar el movimiento. En ocasiones anteriores bastó con detener y procesar a los cabecillas para poner fin a las movilizaciones. Pero no estar coordinado tiene también sus desventajas. En el caso, por ejemplo, de que, llegado un punto, el Gobierno quisiese negociar, no tendría con quien hacerlo.
Por ahora el presidente Ebrahim Raisi no tiene intención alguna de negociar nada y, menos aún, el hiyab. Sabe bien cómo cayó el Sha porque tiene edad para recordarlo. No pueden ceder ni un ápice. El ambiente en las calles de Teherán es muy similar al que preludió la revolución del 79 y, como sucedió entonces, las manifestaciones eran muy transversales y no había un líder claro. Confía en ir desgastando al movimiento opositor hasta que, por puro agotamiento, se vaya diluyendo. Luego todo volverá a la calma. Eso es con lo que cuentan. Ya veremos si la realidad termina o no dándoles la razón.