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En todas partes del mundo, desde tiempo inmemorial, se ha bailado y cantado para que llueva. Hay danzas de la lluvia desde Etiopía hasta Bali; pero, sin duda, las más conocidas (gracias al cine) son las de los nativos americanos (en mi lengua infantil, “los indios”). Así conocemos danzas de miembros de las tribus cherooki o hopi que, con vestimentas coloristas, se agitan mirando al cielo e invocando a sus antepasados para que la tierra sea regada antes de la cosecha.
También de chicos aprendimos aquello de “que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva, que caiga un chaparrón que rompa los cristales de la estación”. Era nuestra danza de la lluvia (lo de los cristales de la estación era una licencia para la rima, no creo que fuera un deseo cierto).
En su carta semanal a los católicos, el obispo de Córdoba le ha pedido a los fieles que eleven “oraciones a Dios para pedir la lluvia en nuestros días” añadiendo que “necesitamos agua, y es tradición de siglos y siglos en las personas creyentes que, cuando llega esta sequía a sus extremos, nos dirijamos a Dios con rogativas comunitarias para pedirle el don de la lluvia”. Al parecer, según el prelado, Dios quiere darnos cosas, pero si no se las pedimos, no nos las dará. En fin.
Yo quiero que llueva, aunque no soy ni agricultor ni ganadero, pero soy omnívoro y como filetes y judías verdes y zumo de uva fermentada y alcachofas y pollo y más. Y necesito que llueva, pues.
Sin embargo, la lluvia le viene mal a la hostelería que no entiende que, si no llueve, poco podrá ofrecer a sus clientes en sus terrazas soleadas. Es proverbial la inquina que le tienen los hosteleros a los meteorólogos si en sus predicciones anuncian borrascas en vez de cielos despejados.
Por no hablar de la mala leche que produce la lluvia en aquellos conductores y conductoras que quieren llevar a sus hijos con el coche hasta las mismas puertas del colegio. Colegio, por lo general concertado o privado del centro de la ciudad, en el que se supone que deberían tenerse en cuenta las directrices y consejos del obispo. Curioso.
Yo, humildemente, les pediría a estos gruñones que le hicieran caso a Monseñor y que, cuando su Dios les dé lo que le han pedido, preparen en la fiesta de fin de curso la coreografía de Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia.
En definitiva, antes o después, todos danzamos.
Y damos el cante.