Según la investigación, la organización desbaratada en Argentina explotaba sexualmente a las alumnas, se apropiaba de los bienes de sus miembros y contaba con una red para lavar dinero, inteligencia interna y su propia financiera
A Celeste la dormían cada viernes. Solo la despertaban para darle algo de comer. El sueño al que la obligaban terminaba el domingo, dos noches enteras después, cuando el efecto de la medicación se disipaba. Ese “entrar en descanso” era un castigo y era, a la vez, la cura para calmar el “yo bajo”. Celeste no era la única alumna asaltada por ese fantasma. Esos “yoes bajos” hacían que los integrantes de la Escuela Yoga de Buenos Aires preguntaran de más, quisieran visitar a su familia biológica o se negaran a participar de algunas de las actividades que ofrecía la organización. Para casos como el de Celeste, la indicación de los líderes era “trabajar” esos “yoes bajos”. Así que los internaban en una clínica de su propiedad y los inducían al descanso.
Hay fotos de la Clínica Medicina Integral Abasto. Y en las fotos hay esto: jeringas, jeringas, jeringas; blísters, blísters, blísters. Y una pizarra que, a mano alzada, dice: “Celeste F. I:10-04-22. Dar ½ porción de comida. Todos los viernes por la noche entra en Descanso, hasta Domingo al despertar”.
Es posible que en la Escuela Yoga de Buenos Aires (EYBA) jamás se haya hecho un saludo al sol o cantado un mantra. Es posible que el nombre “yoga” haya sido usado como pantalla o para convocar a personas que, en la década del noventa, encontraron en esa práctica un estilo de vida contracultural. De lo que no hay dudas es que la secta desmantelada hace poco más de una semana operó durante 30 años ininterrumpidos en distintas sedes de Buenos Aires. La Justicia deberá probar su extensión internacional en ciudades de los Estados Unidos: Chicago, Las Vegas y Nueva York. La secta ofrecía mucho más que clases de filosofía, lugar de pertenencia y encuentro social. La fidelidad a EYBA garantizaba la reencarnación eterna a través de una evolución espiritual. Con una condición: despojarse de lo material. El cuerpo, claro, también era considerado materia.
Para los investigadores, EYBA era una organización que buscaba captar gente con el objetivo de obtener un beneficio económico. Los líderes se enriquecían a costa de los bienes de los aspirantes: dinero, propiedades o joyas. U obtenían rédito mediante fiestas sexuales, es decir, cobraban a personas que solicitaban encuentros con las alumnas de la Escuela. Los líderes crearon, en tres décadas, lazos con el poder, sobre todo con empresarios extranjeros y, se dice, ex funcionarios públicos argentinos y famosos de escala internacional, como Plácido Domingo. De esa manera, consiguieron un encubrimiento prolongado. No sólo había dinero de por medio. Había inteligencia interna y los investigadores sospechan que gran parte del material secuestrado –vídeos, imágenes de cámaras de seguridad– era para extorsionar a los clientes o miembros. Porque en la Escuela se filmaba todo.
Hubo más de 20 allanamientos y hay, por lo pronto, 21 detenidos y ocho prófugos. La imputación es por trata de personas, reducción a la servidumbre, lavado de activos y ejercicio ilegal de la medicina, entre otros delitos. El expediente, al que tuvo acceso elDiarioAR, indica que al menos siete mujeres eran explotadas sexualmente y que fueron integradas a la comunidad por sus familias siendo niñas o adolescentes.
EYBA es un exceso, un desborde: la acumulación. Hay miles de VHS, tantos que la Justicia necesitaría una legión de visualizadores para comprobar uno por uno. Hay un edificio al que llamaban “Museo” y en cuyo último piso, el noveno, operaba un lugar de citas. Hay ficheros con nombres de clientes, un cálculo de su patrimonio y sus gustos sexuales. Hay Geishas y Ghostbusters. Hay alias y jerarquías. Hay monedas de oro, Rolex certificados, un millón de dólares y tres millones de pesos argentinos secuestrados. Hay escalas y niveles dentro de esas escalas: familias y subfamilias. Hay disciplinamientos y premios. Vibradores, preservativos y seis meses de escuchas telefónicas. Hay dos inmobiliarias abiertas solo para blanquear propiedades y un “banquito”. Hay donaciones hechas en vida y familiares que reclaman sucesiones. Hay cajones y cajones y cajones llenos de lencería erótica. Hay papeles, muchos papeles con datos. Hay fotos pegadas en álbumes anchos. Hay terabytes de información en computadoras y teléfonos. Hay personas que abandonaron la vida pública. Hay…
Una pirámide: de “humano común” a líder espiritual
Captaban nuevos miembros en la sede principal de EYBA, el “Museo” ubicado en la calle Estado de Israel al 4457, en Buenos Aires, con sesiones de coaching filosófico, liderazgo o cursos de felicidad personal. Calculan que 179 personas formaban parte de la Escuela. La organización era piramidal: cuanto más arriba de la pirámide, menos personas ostentaban jerarquía. La punta del triángulo era del líder, Juan Percowicz, un contable de 84 años que está detenido.
La pirámide estaba dividida en niveles. El más bajo era el 1, la base, el del plano humano. Y el más alto era el 7, lo más cercano a la “espiritualidad”. Para ascender en la escala, primero había que ascender en el nivel, así que el interior de la pirámide estaba subdividido en celdas. Se ingresaba como aspirante para subir a informal y la última etapa era ser nombrado formal. Percowicz era Formal 7, punta de pirámide, líder. Compartía el escalón más alto con miembros históricos y con su hijo, “El Príncipe”. Quienes integraban el nivel 6 eran los “apóstoles” y los del 5, “genios”. El 4 son “Alumnos” y “Humanos comunes”, los niveles 1, 2 y 3.
Llegar al último peldaño implicaba una competencia ardua e interna donde se mezclaba devoción, obediencia y “el sobre”: un aporte desde 200 dólares hasta 10 mil dólares. Para ascender, los miembros debían participar de los talleres y leer cierta bibliografía con el compromiso de no divulgar los contenidos. Otra condición era que el aspirante tomara distancia de la familia biológica. Dice el expediente que les ofrecían mudarse a un piso de la organización. Y que en el caso de una visita a la familia biológica “el acercamiento era monitoreado por los líderes de la organización”. Aun cuando el aspirante estuviera apegado al proceso, la decisión final era de Percowicz. Él castigaba con cura de sueño o premiaba con monedas de oro.
Geishas, Ghostbusters y el sexo como “sanación”
Los encuentros sexuales no sólo eran una de las formas de financiamiento de la organización, sino una forma de “sanación” para los integrantes. El sexo uno a uno con personas ajenas a la organización o las orgías servían para controlar el “yo bajo” de los miembros de la Escuela, esa sensación que podía mandarlos a un sueño de ficción en la Clínica. Pero además de colaborar en la “evolución espiritual”, ofrecerse sexualmente posibilitaba el ascenso en la pirámide: como la secta cobraba en dinero o regalos, quien era explotado podía ser premiado con un envión en la jerarquía.
Había un Geisheado VIP: mujeres que entraron en la organización siendo menores de edad y que eran ofrecidas cuando alguien solicitaba servicios sexuales. Y había Ghostbusters, mujeres que seleccionaban y controlaban a las geishas. Eran, también, las encargadas de armar las “ceremonias”. Adriana Ruth González, alias Cosmito, por ejemplo. Es la hija de Rubén D’Artagnan González, un violinista de renombre que integraba la Escuela, fallecido en 2018, amigo del tenor Plácido Domingo. Cosmito y Susana Mendelievich, alias Mendy, pactaban los encuentros. Como las Ghost habían sido geishas, también aconsejaban a las mujeres que integraban el Geisheado VIP. Para ellas trabajaba un hombre que oficiaba de chófer. Su tarea era cuidar y trasladar a las “alumnas” a los hoteles o pisos donde se concretaba el intercambio.
Durante los allanamientos se encontraron varios pasaportes. Los investigadores infieren que se gestionaban viajes con fines de explotación sexual a Estados Unidos y Uruguay. Pero a veces no había que moverse. En el noveno piso del “Museo”, la sede central, la Escuela tenía su propio hotel. Un gran hall de espera, un mostrador a modo de recepción, una pared espejada, sofás y algunos cuadros. Uno ilustra un trío: dos mujeres y un varón. Ladrillo a la vista en las habitaciones donde todo es rojo. Rojo el acolchado, rojas las cortinas, la lámpara, las alfombras…
Hay fichas. Fichas de clientes. Son muchas y son idénticas. En todas hay un nombre y un apellido, el apodo, las empresas que posee, las prácticas sexuales que prefiere, cuándo y cuántas veces visitó el Museo, cuál es su geisha favorita, cuál es su patrimonio aproximado. Y en cada ficha hay una meta que se propone la organización. “Objetivo: que compre un departamento en New York”, dice una.
Donaciones en vida para repartir lo que dejan los muertos
Para la Justicia, “los encuentros suponían una práctica de esclavitud sexual en tanto las ‘alumnas’ se encontraban a disposición de los clientes en el momento y lugar que ellos dispusieran durante largos períodos de tiempo”. La explotación sexual, según las pruebas de las que hasta ahora se dispone, era parte de la estructura ilegal de negocios. Pero había otro pilar: la adquisición de bienes de los miembros. Georgina Ivonne Hirschfeld, alias “Petu” o “Petunia”, se encargaba de repartir los bienes de los miembros que fallecían. Una mujer llamada Liliana pasó sus últimos días de vida internada en la Clínica donde hacían las curas de sueño. Convaleciente, firmó un testamento en favor de Marcela Sorkin, alias “La Leona”, que llevaba la contabilidad de la secta. Liliana murió días después. Los muebles y su ropa fueron repartidos entre los alumnos de la Escuela.
Para blanquear activos y ampliar ganancias, la organización abrió, por lo menos, dos inmobiliarias. Una es Aznares Propiedades y la otra tiene un nombre llamativo: Salum Propiedades. Según la causa, está a nombre de Germán Javier Salum, hermano de Pablo Salum, un hombre que hoy tiene 44 años y que lleva tres décadas denunciando públicamente a la secta. Fue captado por EYBA junto a su familia, pero escapó siendo adolescente. Consultado por elDiarioAR, desconocía la existencia de la inmobiliaria que lleva su apellido y maneja su hermano.
Para la Justicia, “los encuentros suponían una práctica de esclavitud sexual en tanto las ‘alumnas’ se encontraban a disposición de los clientes en el momento y lugar que ellos dispusieran durante largos períodos de tiempo”
Hace un año y medio, Salum formalizó la denuncia contra la secta en la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (Protex). A diferencia de la primera presentación en la Justicia, en 1993, esta vez tiene, además de pruebas y argumentos, la ley a su favor. Hace una década se modificó la Ley de Trata de Personas en la Argentina. El consentimiento fue el cambio fundamental, dado que en ocasiones no se podía llegar a una condena porque la víctima aseguraba que había consentido la relación de explotación sexual debido a que estaba amenazada. Esa modificación les permitió tener una figura legal más cercana a la operatoria desplegada por la secta.
B.A. Group, una consultora fundada en 1994 que, de acuerdo a su sitio, “potencia el desarrollo personal y organizacional”, dotaba de apariencia lícita a los fondos obtenidos por las actividades de la organización. Había además, un estudio jurídico a disposición de la organización que “brindaba asesoramiento legal e impositivo para procurar que las operaciones de la organización no fueran detectadas por los organismos estatales de control y lograr el blanqueo de fondos ilícitos”, indica el expediente.
Dentro de la secta funcionaba una financiera a la que llamaban “El banquito”, que prestaba dinero a los miembros y generaba “deudas internas”. También les ofrecían poner parte de su patrimonio en plazos fijos que les rendía intereses mensuales. Eran dos formas de retenerlos en la organización.
“Yo los voy a esperar hasta que me muera”
Es la tercera vez que la Escuela Yoga Buenos Aires es denunciada en la Justicia argentina. La dos primera fueron a inicios de los noventa. Una la hizo Pablo Salum. La otra, Rodolfo Sommariva, el padre de una mujer de entonces veinte años que quería entrar en el grupo. Rodolfo se oponía y su hija terminó denunciándolo por violación para entrar en la Escuela. La investigación por la denuncia de Sommariva duró diez años. La cajonearon.
En el caso de la denuncia de Salum, ex juez argentino Mariano Bergés procesó a los mismos referentes de la secta. Esta semana, en declaraciones a Radio con Vos, Bergés dijo que en ese entonces “el gran problema es que se denunciaba corrupción de mayores y si bien había un artículo en el Código Penal de entonces que hablaba de corrupción sexual de mayores, era infinitamente más complicado probarlo”. En la misma entrevista, aseguró que hubo presiones de la política y la misma Justicia: un llamado del ex presidente de la Corte Suprema de Justicia, el fallecido Carlos Fayt, para “apretarlo”. Agregó que los acusados “usaban de forma muy puntual y efectiva” fotografías que tenían con Carlos Menem, Presidente entre 1989 y 1999, y ministros y gobernadores de aquel periodo. Bergés dejó la causa en 1995.
La organización Human Rights Watch, el ex presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, el Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel y la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, dieron su apoyo público a la Escuela cuando fue denunciada en los noventa. Fue la protección con la que contó el líder Percowicz para esquivar a la Justicia. Argumentó “persecución ideológica”. El Servicio de Paz y Justicia (Serpaj), de la que Pérez Esquivel es presidente honorario, emitió el jueves un comunicado en el que repudia “cualquier hecho delictivo vinculado a redes de trata de personas”.
Pablo Salum, primer y principal denunciante, insiste: “Percowicz esclavizó a mi mamá, a mi hermano, a mi hermana y a mí. Yo a ellos los voy a estar esperando hasta que me muera. Esto no es contra mi familia, sino contra la organización coercitiva que nos arruinó la vida. Son especialistas en trazar estrategias para captar gente. Siempre quise que se termine esto y tener una vida normal”. La madre de Salum se acercó a la Escuela por un problema de salud. Él tenía ocho años entonces y afirma haber sido testigo de la explotación sexual a la que era sometida su familia. A los 14, seis años después de haber ingresado a la comunidad, logró escaparse. Desde entonces busca a su madre. Ya pasaron 30 años.
VDM/SH