La serie se ha asentado como uno de las principales sátiras políticas
El año en el que millones de personas aplaudieron la agresión de Will Smith a Chris Rock por un chiste en la gala de los Oscar, cuando el cómico David Suárez se sentó en un banquillo por un tuit, y cuando se siguen escuchando frases vacuas como “no es un chiste, es una ofensa a (introduzca aquí el colectivo o religión de su elección)”, hay que congratularse del 25 aniversario de la serie South Park, una animación de cuatro niños malhablados que desde hace años es la principal sátira de las sociedades occidentales.
El 13 de agosto de 1997, la cadena estadounidense Comedy Central emitió el primer episodio después de que los creadores, Trey Parker y Matt Stone, hubieran sido rechazados por otras cadenas como Fox. La apuesta era compleja: una serie de animación para adultos en un momento en el que Homer Simpson parecía el personaje más transgresor. El contenido marcaba cada casilla de lo explícito: lenguaje inapropiado, sexo, drogas, violencia, estereotipos racistas… Todo ello protagonizado por cuatro niños, uno de ellos abiertamente racista, antisemita, y muchos más ‘ismos’ que todavía no conocíamos. Para completar la indignación de cualquier puritanismo, en cada capítulo moría uno de ellos fruto de un accidente u homicidio, y se escuchaba la frase que todos los fans repetían: “¡Han matado a Kenny, hijos de puta!”.
La serie se estrenó hace 25 veranos con el cartel de advertencia que les ha acompañado hasta la actualidad: “Este programa es grosero e irreal, las voces de los famosos son pobres imitaciones. Debido a su contenido les aconsejamos que no lo vean”. Desde entonces, las aventuras de Stan Marsh, Kyle Broflovski, Eric Cartman y Kenny McCormick en el ficticio pueblo de Colorado de South Park triunfaron entre el público. Una animación cutre de un stop motion de cartulinas en la que los personajes van dando saltitos empezó a trascender y se fue colando en los debates públicos.
Ahora, llevan años asentados como una de las principales sátiras políticas de las últimas décadas y han conseguido una cierta inmunidad ante las denuncias de supuestas fobias u ofensas. “Hemos estado esperando que nos cancelaran durante 30 años. Cambia quién está involucrado con eso. Pero hemos estado lidiando con esta mierda todo el tiempo que hemos estado haciendo el programa. Y no podemos quejarnos. Las cosas nos han ido bien”, señaló Stone en una entrevista el año pasado. Se han mojado con todos los temas de la actualidad y han estado en la vanguardia de la crítica de algunos aspectos sociales. Por sus capítulos han pasado el consumismo descontrolado, la cesión de datos a las grandes corporaciones tecnológicas, el cambio climático, el animalismo, el voluntarismo, o la participación de atletas transgénero en pruebas deportivas.
El bipartidismo estadounidense también fue parodiado en un célebre episodio en el que los niños tienen que elegir como mascota de su colegio entre una “ducha vaginal” o un “sándwich de zurullo”. “Son los únicos tan repulsivos como para llegar tan lejos”, concluye uno de los personajes. La política de lo «políticamente correcto» fue satirizada con un nuevo y autoritario director del colegio que organiza batidas para delatar privilegios y que no duda en gritar, insultar y agredir a los niños por no emplear términos como «racializado».
Con las iglesias hemos topado
Algunos de los capítulos más interesantes son los que proponen ejercicios de metaficción, que suelen estar relacionados con las trabas a la libertad de expresión. En un capítulo cuestionaron las concesiones de las gigantes de lo audiovisual a la dictadura China y la serie fue prohibida desde Pekín. Los creadores se mantuvieron firmes y emitieron un irónico mensaje de disculpa: «Al igual que la NBA, damos la bienvenida a los censores chinos a nuestros hogares y en nuestros corazones. Nosotros también amamos el dinero más que la libertad y la democracia. Xi no se parece en nada a Winnie the Pooh. ¡Sintonice nuestro episodio 300 este miércoles a las 10! ¡Larga vida al Gran Partido Comunista de China!”
Por supuesto, los representantes de los distintos credos, tradicional avanzadilla de las pieles sensibles, han denunciado las terribles ofensas que un dibujo animado representaba para su creencia en un dios todopoderoso. Todos los credos han pasado por el disparadero de Parker y Stone, con potentes críticas a temas como el encubrimiento de los abusos sexuales a menores por parte de la Iglesia católica, las chaladuras de la Iglesia de la Cienciología, o el terrorismo del fanatismo islámico.
Además del guión, la libérrima serie plasmó en pantalla una estatua de la virgen María expulsando chorros de sangre por su vagina, a Buda esnifando rayas de cocaína, o a Mahoma disfrazado de oso de peluche. De nuevo volvieron a ser las representaciones del profeta del Islam lo que más afectó a la serie, cuando varias plataformas retiraron los cinco capítulos en los que la serie lo representaba o cuestionaba la censura sobre su representación y el temor de los medios a posibles ataques.
En uno de estos capítulos censurados, los famosos más parodiados por South Park se reunían para tratar de conseguir este “poder de Mahoma”, la inmunidad de no ser criticado ni representado. Un episodio que se cierra con el discurso de uno de los niños: “Si algo hemos aprendido que el único poder mágico real es el de amenazar a la gente con violencia”. “Todo lo que necesitáis es instigar miedo y estar dispuestos a herir a gente y tendréis lo que deseéis”, le responde Santa Claus.
Azote de los famosos
Los creadores han sido inmisericordes con algunos famosos a los que han caricaturizado. Barbra Streisand ha sido representada como un monstruo gigante de aspecto transformer que con una horrible voz destruye la ciudad en varias ocasiones. El cantante de U2, Bono, consiguió el premio a “la mayor mierda del planeta”. Hicieron decenas de chistes sobre la sexualidad de Tom Cuise y su pertenencia a la Cienciología. Paris Hilton fue representada como una pija malcriada que tose semen; Russell Crowe como un ser ultraviolento que recorre el mundo buscando peleas; o Kanye West como alguien bastante limitado intelectualmente que es incapaz de pillar un juego de palabras.
También han sabido rectificar como con el caso del exvicepresidente estadounidense y activista medioambiental Al Gore, que fue representado como un loco mesiánico obsesionado por encontrar al hombre-oso-cerdo, una parodia sobre el cambio climático. Años más tarde, la serie resarció al político cuando en un episodio se demostraba que la amenaza era real, y el hombre-oso-cerdo destruía el pueblo.
Otros personajes aparecieron como auténticas víctimas como el caso de Britney Spears. Cuando sus problemas de salud mental eran más que evidentes, la prensa compitió en una carrera para lograr la foto más humillante de la artista. El capítulo de la serie dedicado a Spears satirizó sobre las prácticas de los programas del corazón y de la industria musical. En medio del capítulo, la cantante, harta de tanta persecución, se voló media cabeza, sin embargo, los paparazzis la siguen persiguiendo y su discográfica se apresura en sacar otro disco con su nuevo aspecto físico.
Es prácticamente imposible encontrar a una sola persona en el mundo que habiendo visto todos los capítulos no se haya removido en el asiento. Durante uno de los documentales que muestran el proceso creativo de cada episodio, vemos como hasta dentro de la propia sala de redacción hay manos que se van a la cara y escritores avergonzados negando con la cabeza en las reuniones de ideas. Todos hemos pensado alguna vez “se han pasado tres pueblos”, lo que demuestra el tremendo error que supondría pretender recortar lo que en algún momento nos ha incomodado u ofendido. El humor no debería ser acotado en función de una cuestión de gusto o sentimiento personal. Larga vida a South Park.