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El padre Manjón con su burra 'Golondrina' / H. G.

Un siglo sin Andrés Manjón, sacerdote creador de las Escuelas del Ave María opuesto a la escuela laica

El año que viene se cumplen cien años del fallecimiento del pedagogo Andrés Mánjon, creador de las escuelas del Ave María

El doctor en Derecho y sacerdote implantó una forma de educar basada en el esfuerzo del alumno y se opuso a las escuelas laicas

Andrés Manjón nació en 1846 en el pueblo burgalés de Sargentes de la Lora y de pequeño tuvo dos maestros que le hicieron odiar la escuela: uno un sádico y el otro un dómine al estilo del Buscón de Quevedo. El primero era un llamado ‘domador de muchachos’. Se llamaba Francisco Campos y además de presunto maestro era barbero, carpintero y un avezado cazador. «Zurraba a todos hasta ponerle las orejas encarnadas, con lo cual se renovaban los gritos, el maestro desfogaba y volvía a salir para airearse o solearse, según los tiempos», dice el mismo Andrés Manjón en sus escritos de recuerdos. Un día, el tal maestro, para castigar a uno niño, lo puso firme, cogió la escopeta y le apuntó como si fuese a fusilarlo. Mientras, hizo a todos los niños rezad el Credo por el alma del alumno. El pobre niño se cagó y se meó por las patas abajo y hubo tal revuelo en el pueblo por lo sucedido que el Concejo municipal se reunió y decidió expulsar al maestro del pueblo.

El otro pedagogo que hacía que nuestro protagonista creyera que en vez de a la escuela iba a la cárcel, era un tal don Liborio Ruiz, un dómine oriundo de Vizcaya. El propio Andrés Manjón lo describe de forma cáustica así: “Alto, flaco, de mucha fibra, manco de un brazo, de voz clara y penetrante, que se tornaba agudísima y estridente cuando reñía y, si de verdad se enfurecía, espeluznante. Se dedicó con brío violento, implantando en su preceptoría una severidad no lejos de la espartana”.

El carmelita y cronista oficial de Burgos Fray Valentín de la Cruz escribió seguramente el libro más completo que se tiene sobre el sacerdote y pedagogo Andrés Manjón, del que se cumple el año que viene los cien años de su fallecimiento. Dice Fray Valentín que la autoridad de don Liborio se fundaba, aparte de sus integrantes morales, «en una excelente vara de avellano que registraba el pomposo nombre de Magister».

Antes estos maestros, no es de extrañar que Andrés Manjón, -o Andresillo, como se le conocía en el pueblo- no tuviera apego por los estudios y prefiriera ayudar a sus padres en las labores del campo. Fue en Polientes, un pueblo cercano, a donde fue enviado por recomendación de su tío Domingo Manjón, sacerdote de por aquellos contornos, donde el pedagogo empezó a valorar los estudios. A los quince años fue enviado al seminario de Burgos, también por recomendado por su tío Domingo, empeñado en proporcionar a su sobrino una oportunidad definitiva. «Burgos, Cabeza de Castilla desde el siglo XIX, es en 1861 una ciudad pequeña, tradicional y al mismo tiempo algo currutaca», dice Fray Valentín. Esa será la ciudad que acogerá a un seminarista dispuesto a aprender todo aquello que no había aprendido con sus maestros anteriores. Quiere estudiar Filosofía y sufre una crisis en la que se plantea, cuando muere su padre, volver al pueblo y ayudar a su madre en las tareas agrícolas. Pero entonces conoce a Don Bonifacio López, «un hombre amistoso, comunicativo y espiritual», que le hace comprender a Andrés que «hay otra pedagogía, otra criazón de hombres absolutamente distinta» a la que él conocía.

En busca de su destino

Cuando la reina Isabel II es destronada y exiliada a París, Andrés Manjón tiene 22 años. Es entonces cuando se va a Valladolid a estudiar Derecho, carrera que quiere simultanear con Teología. Por entonces es un joven revolucionario y que lucha por las injusticias. Una vez es detenido cuando participa en una mascarada estudiantil contra el reinado de Amadeo de Saboya. Él y un amigo llevaban un ataúd que simbolizaba la muerte de España.

A los 23 años
A los 23 años / G. H.

En Valladolid se licenció en junio de 1872 con unas magníficas calificaciones en Derecho Civil y Canónico. Se plantea si ejercer como abogado o solicitar la ordenación de sacerdote. Por lo pronto descubre que a él lo que le gusta es la enseñanza. Ejerce entonces la docencia libre en una especie de academia privada para alumnos de segundo nivel. La academia fracasa. Al año siguiente se desplaza a Madrid para realizar los pertinentes estudios de doctorado en la Universidad de Madrid. Tuvo como residencia el Colegio de San Isidoro en donde también impartió clases y fue un asiduo de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, con cuyo presidente, Eugenio Montero Ríos, tuvo algunos desencuentros motivados por su diferente postura ante el matrimonio civil. Montero no tragaba al burgalés. En el Colegio de San Isidoro comenzó a trabajar como inspector de disciplina, algo que no le gustaba porque su labor consistía en que se cumpliera a rajatabla el horario y el reglamento.

En 1876 nace la Institución Libre de Enseñanza que implanta Ginés de los Ríos, que aboga por una pedagogía liberal, de aire libre e iniciativa personal. Manjón no está de acuerdo con este sistema porque, según él, olvidaba a Dios y a las tradiciones. Para Manjón la Institución Libre de Enseñanza era una «secta racionalista». Prepara sus oposiciones a cátedra y la obtiene en Salamanca, que ocupó durante unos meses. Poco después de doctorarse ocupó durante unos meses la cátedra de Derecho romano de la Universidad de Salamanca. Más tarde conseguiría una plaza de auxiliar en la Universidad de Valladolid, donde explicó durante un curso Derecho canónico.

En 1878 se presentó a la cátedra de Disciplina Eclesiástica en la Universidad salmantina, obteniendo el número uno de doce aspirantes, si bien, debido a la negativa del presidente del tribunal, Eugenio Montero Ríos, su enemigo, dicha plaza se cubrió, adjudicándola al opositor que obtuvo el número dos. Por fin fue catedrático por oposición en la Universidad de Santiago de Compostela para la asignatura Disciplina General de la Iglesia y particular de España, el 29 de abril de 1879 y ello a pesar de las intrigas de Montero Ríos. Parece que la intervención del ministro de Fomento, el Conde de Toreno, fue decisiva para la adjudicación de dicha plaza. En este destino sólo estuvo un curso académico, pues de esta Universidad solicitó el traslado a la cátedra de Instituciones de Derecho canónico vacante en la Universidad de Granada, destino que consiguió el 17 de abril de 1880.

Cuando Andrés Manjón llega a Granada, la capital tiene 76.215 habitantes. Se hospeda en una pensión de la calle Darrillo de la Magdalena. Dice su biógrafo que al profesor Manjón le entusiasmó la capital de la Alhambra desde el primer momento. Ya intuye que Granada «es suya y que él será para Granada». Es el arzobispo Bienvenido Monzón quien le sugiere que se ordene sacerdote. El 25 de diciembre de 1884 Granada sufre un terremoto terrible que hace que la gente abandone sus casas se vaya al campo a dormir. Andrés Manjón escribe a su tío y le expresa su pesar por las situaciones dramáticas que había visto. Aquella situación le hace comprender que hay personas muy pobres y humildes a las que hay que atender.

Con la estabilidad económica que le dio la cátedra, decidió continuar sus estudios en el Seminario del cabildo de la Abadía del Sacromonte, en donde se ordenaría sacerdote el 16 de junio de 1886, consiguiendo por oposición una canonjía en dicha abadía. Celebró su primera misa en su pueblo natal aquel mismo año y además obtuvo el cargo de profesor en Derecho canónico de dicho Seminario, en donde desde hacía poco se había fundado una Facultad de Derecho canónico. 

La burra

Para ir desde el Sacromonte a la ciudad Andrés Manjón se compra una burra, a la que llamará Golondrina. La imagen del sacerdote montado en Golondrina se hace popular en Granada. ¿Cómo se le ocurre a Andrés Manjón crear las llamadas Escuelas del Ave María? Él mismo lo cuenta en uno de sus escritos: «He aquí que un día sobre mi burra mansa para la Universidad, cuando oí canturrear la doctrina cristiana en una cueva que cala sobre el camino. Me dio un salto el corazón. Descendí de la burra, trepé por las veredas y hallé en una cueva una mujer pequeña y vulgar, rodeada de diez chiquillas, algunas de las cuales eran gitanas. Entonces me avergoncé de no haber hecho yo siquiera lo que aquella mujer, salida del Hospicio, estaba haciendo». Al día siguiente fue a hablar con la mujer, la maestra miga, y decidió que aquello que estaba haciendo debía de continuar.

Allí mismo funda las Escuelas del Ave-María, su obra capital, a las que les dedica todo su dinero, su empeño y su tiempo. Allí comenzó don Andrés Manjón su obra revolucionaria de los métodos pedagógicos. Como han destacado los estudiosos de la pedagogía, Andrés Manjón dedicó todos sus esfuerzos y recursos económicos a la creación de centros docentes destinados a estudiantes marginados, preferentemente pobres y gitanos.

El proyecto avemariano lo trasladó a su pueblo natal. En 1918 había escuelas del Ave María en 36 provincias españolas. A lo largo de su vida, se abrieron unas 400 escuelas por todo el mundo. Fundó, además, el Seminario de Maestros para formar a los futuros responsables de las escuelas del Ave María: «No hay escuela sin maestro». Manjón daba mucha importancia a la formación de los maestros, pues decía que el maestro podía ser formador o deformador de caracteres. La inauguración del seminario de maestros tuvo lugar el 12 de octubre de 1905.

Durante los primeros años de su estancia en Granada escribe un tratado sobre Derecho Canónico, considerado uno de los mejores de su época. Escribe, a lo largo de su vida, muchas obras de carácter pedagógico, al servicio de la educación y de su ministerio sacerdotal, con un estilo carente de florituras, sin alardes de erudito. Todos ellos están llenos de sencillez y claridad.

En 1916 y tras cumplir los setenta años, solicitó del ministro autorización para seguir en su cátedra, circunstancia que le fue reconocida y que le permitió jubilarse dos años después. Falleció el 10 de julio de 1923, en su celda austera de la Abadía del Sacromonte. Tenía 76 años. Fue enterrado en una sencilla cripta en la capilla de la Casa Madre del Ave-María. En su lápida están escritas las letras «A. M.» que rubrican su vida humilde y sencilla.  No quiso en su vida ningún reconocimiento y renunció a numerosos cargo y honores. Creía que no le hacían falta. En la Casa Madre se encuentra su museo personal con todo lo relacionado con él. Debido a su carácter humilde y sencillo, rechazó durante su vida numerosos cargos y honores. En la Archidiócesis de Granada hay causa de beatificación abierta. Será difícil porque hay que achacársele un milagro. El único milagro que conocemos de él es desasnó a miles de niños que estaban por las calles sin conocer autoridad alguna.

La polémica

Andrés Manjón lo tenía claro: había que educar haciendo que el alumno no fuera un ser pasivo. «El ejercicio es necesario y en la calidad y modo de él está la ciencia del desarrollo y de la educación». Es considerada como una obra maestra de la pedagogía su libro El maestro mirando hacia fuera o de dentro afuera (1923), en la que ve a la figura del enseñante como luz de las virtudes y formador de hombres conscientes de sus deberes. Consideraba el pedagogo que al educando había que trasladarle el patriotismo. El patriotismo para Manjón era una manera de «lazo que junta en un haz todas las demás virtudes». En las escuelas del Ave María los días festivos eran festines de patriotismo y para anunciar la fiesta, se izaba la bandera de España, que era símbolo de júbilo para todo el alumnado de las escuelas. También el pedagogo se opuso férreamente a las escuelas laicas, que consideraba que no eran realmente neutras, sino anticristianas. Para él una escuela laica era un «semillero de anticristianos».

Retrato de Andrés Manjón que se encuentra en el Arzobispado de Granada
Retrato de Andrés Manjón que se encuentra en el Arzobispado de Granada / G. H.

Dos años antes de morir, escribió el libro El gitano et ultra (1921), en el que muchos años después el presidente del colectivo Unión Romaní, Juan de Dios Ramírez Heredia, vería pensamientos racistas. Manjón critica en esta obra el modo de vida de esta etnia: vivir sin trabajar y no considerar el esfuerzo a la hora de aprender. «La raza gitana es una raza eminentemente embustera y engañadora, hasta el punto de parecer en ella la mentira ingénita. Desde que nacen aprender a mentir y hasta que no mueren no cesan de engañar», escribió. El colectivo romaní pidió la paralización del proceso de beatificación por estas y otras frases. Las últimas noticias que se tienen de esta polémica es la de un estudio que han hecho dos profesores de la Universidad de Granada que, aunque no niegan la dureza del texto del pedagogo burgalés, creen que hay que considerar sus palabras en el contexto de su tiempo. Él conocía mejor que nadie el paño con el que trabajaba.

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