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[Francia] A vueltas con el burkini, la prenda de la discordia en una sociedad dividida

La prohibición del uso del burkini en las piscinas municipales de la ciudad de Grenoble ha reavivado la llamada del debate sobre el burkini en Francia. «No puedo entender que se prohíba el burkini. Es una decisión que me da miedo», se queja la propietaria de una tienda que vende la prenda de baño en conversación con El Independiente. No entiende, asegura, la enésima polémica que suscita el burkini, un artículo cuya irrupción en el verano galo exhibe las costuras de una sociedad dividida y enfrentada a sus contradicciones.

«La inaceptable provocación comunitaria», lo calificó Gérald Darmanin, ex ministro del Interior de Macron. «Continuaré la lucha contra las reivindicaciones islamistas», declaró Marine Le Pen, partidaria de redactar una ley para prohibir el burkini en las piscinas y playas del país vecino. La prenda, usada por la cada vez más numerosa comunidad musulmana, es un traje de baño que permite a las mujeres cubrirse todo el cuerpo.

La inmigración está haciendo visibles las prácticas religiosas

Un objeto que ha terminado enredado en el laicismo, una cuestión que genera divisiones. Pilar de la República, está sujeto, sin embargo, a diferentes interpretaciones. Sobre el papel, implica la neutralidad del Estado en asuntos de credo e impone la igualdad de todos ante la ley sin distinción de religión o creencias. Supone, además, la libertad de manifestar las propias creencias dentro de los límites del respeto al orden público. El laicismo garantiza la libertad de conciencia.

En la sociedad francesa, hay quienes reivindican la supuesta neutralidad del Estado. Otros, en cambio, consideran que la manifestación de las propias creencias no debe sobrepasar ciertos límites, que deben ser definidos. Al mismo tiempo, la inmigración está haciendo visibles las prácticas religiosas, especialmente las musulmanas, que antes resultaban muy minoritarias. En el uso del burkini en los espacios públicos emerge también el racismo

Tres jóvenes con burkini en una playa turca. MELISSA MAPLES

Un debate politizado

A mediados del pasado mayo Eric Piolle, alcalde de Grenoble, autorizó el uso del burkini en las piscinas municipales de la ciudad del sur de Francia, de 160.000 habitantes,. Era una vieja demanda de la asociación Alliance Citoyenne tras la ocupación de varias piscinas. Según el regidor, de afiliación ecologista, la ley de laicidad de 1905 permite a las personas mostrar su credo siempre que no perjudique el orden público. «Como vendedora de esta prenda, puedo asegurar que el burkini no perturba el orden público. Están hechos de lycra, el mismo material que otros trajes de baño. No hay ningún problema desde el punto de vista de la higiene», precisa propietaria de Ynes-Boutique, un establecimiento que vende parte de la mercancía a través de internet.

Tras la orden municipal, el Gobierno regional de Auvernia-Ródano-Alpes, donde se ubica Grenoble, anunció la suspensión de todas las ayudas regionales al municipio. Según el presidente regional, la decisión relativa al burkini es «antirrepublicana» y representa una «ruptura con el laicismo y los valores de nuestra República». «No sólo las mujeres musulmanas llevan el burkini. Tengo muchas clientas que lo utilizan porque tienen problemas de piel, celulitis o no toleran el sol. No es una amenaza para el laicismo», recalca.

Poco después, el prefecto de Isère, departamento cuya capital es Grenoble, presentó un recurso ante un tribunal administrativo. La corte acordó suspender la medida. El Consejo de Estado confirmó la prohibición a finales de junio. En 2016, sin embargo, fue el propio Consejo de Estado el que anuló el veto al burkini en las playas.

El nacimiento de una polémica

Una mujer en burkini.

En realidad, las polémicas en torno al uso del burkini en espacios públicos no son nuevas. Es un tema de debate recurrente y muy publicitado en Francia. A pesar de la prohibición en Grenoble, Rennes, capital de Bretaña, permite la prenda desde 2018. La cuestión del uso de símbolos religiosos musulmanes ya ha sido objeto de varias leyes.

En marzo de 2021 los senadores galos votaron una enmienda que prohibía el uso de símbolos religiosos en los viajes escolares. Ahora las mujeres que emplean «hijab» (pañuelo islámico) no pueden acompañar a los alumnos en las salidas. La polémica continua los debates sobre el laicismo iniciados en 1905, con la promulgación de la ley que decretó la separación de Iglesia y Estado.

El laicismo siempre ha ocupado un lugar muy importante en las instituciones francesas. La neutralidad del Estado y de la escuela es relevante para sus ciudadanos. En la Historia podría estar, al menos en parte, la obsesión francesa por el laicismo. «Las guerras de religión pueden explicar la importancia que Francia da al laicismo. Fueron momentos traumáticos de masacre ligados a convicciones religiosas», señala a este diario Nathalie Heinich, socióloga e investigadora del CRNS (Centro Nacional para la Investigación Científica, por sus siglas en francés), el CSIC francés.

«El laicismo es un falso debate, si se me permite decirlo. Se estigmatiza a una población por su forma de vestir. Además, esto sólo ocurre en Francia» asevera la vendedora. En 1881 y 1882, Jules Ferry, un político francés, fue el autor de la ley que establecía «escuelas públicas gratuitas, obligatorias y laicas». La secularización de la educación es también un símbolo de la secularización de las instituciones, basada en los principios de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y la libertad de conciencia.

Niños en una escuela sosteniendo las letras de «laicismo». ALCALDÍA DE CORMONTREUIL

A pesar de la norma de 1905, se necesitó tiempo para que el laicismo fuera generalmente aceptado. No fue hasta 1946, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el laicismo fue incluido en la Constitución francesa. La creciente secularización de la sociedad francesa permitió una mayor neutralidad del Estado.

El problema viene de la estigmatización francesa del Islam

VENDEDORA DE BURKINIS

Al mismo tiempo, indica Heinich, «también puede explicarse por la tradición de la revolución francesa». «La igualdad y la libertad de conciencia son las palabras clave. Un ciudadano se define por su pertenencia a la nación y nada más. Los derechos no se conceden a las comunidades, sino a los ciudadanos», alega. Para la socióloga, ésta es la riqueza del concepto francés: «En el espacio cívico se suspende la afiliación comunitaria». A juicio de la empresaria la tienda que despacha burkinis, el problema es otro. «Se olvida con demasiada frecuencia que las mujeres judías también deben bañarse cubiertas. El problema para mí viene de la estigmatización del islam que se hace en Francia».

Piscina municipal de Parc des Forges CIUDAD DE VICTORIAVILLE

A favor: ¿Prenda para la integración social?

«Autorizar el uso del burkini significa conceder libertad religiosa a las musulmanas» explica Eric Piolle, alcalde de Grenoble, en una carta abierta. En su opinión, «las mujeres no deben recibir ninguna orden de vestir». «En Francia, a las mujeres no se les puede imponer nada», asegura. «Allá donde obligue a las mujeres a cubrirse, debemos combatirlo; allá donde se obligue a las mujeres a descubrirse, también. El patriarcado no tiene que ver con la ropa, sino con el mandato judicial». Piolle advierte, además, que «el laicismo no se limita a la piscina».

En el país vecino las piscinas son lugares públicos en los que están autorizados la colocación de carteles siempre que no perjudique el orden público. «Este permiso respeta la ley de laicidad de 1905», apunta. Alain Christnacht, miembro del Observatorio de laicidad y consejero de Estado, sostiene en un artículo en el diario Le Monde que «la libertad de conciencia está constitucionalmente garantizada».

Los burkinis pueden ser un signo de mayor y no de menor integración

OZAN AKSOY Y DIEGO GAMBETTA, SOCIÓLOGOS

El velo o el burkini pueden cumplir una función estratégica en las interacciones sociales, advierten algunos sociólogos. Pueden ser una herramienta de integración social y un argumento contra el repliegue comunitario. En su estudio Behind the Veil: The Strategic Use of Religious Garb, los investigadores Ozan Aksoy y Diego Gambetta, de la universidad de Oxford y del European University Institute respectivamente, apuntan que ambas prendas pueden ser «un signo de mayor y no de menor integración».

Las mujeres muy religiosas que tienen más amigos locales y viven en zonas dominadas por los lugareños utilizan el velo para mantener su reputación piadosa mientras se integran. «Prohibir o rehuir el velo les privaría de un medio que les da más posibilidades de integrarse en lugar de marcar sus diferencias». El burkini, al igual que el velo, actúa como una señal para que los demás miembros de su comunidad muestren que la mezcla con otros no compromete su piedad religiosa. También puede utilizarse para reforzar su propio sentido de compromiso con su fe y sus valores en un mundo secular, dice el documento

Las filas feministas, en contra

Modelo con burkini. YNES-BOUTIQUE

Los detractores también pueden clasificarse, según su naturaleza. Algunas activistas feministas lo ven como expresión de un discurso que cuestiona la emancipación de la mujer y la igualdad de género. Cécile Cenatiempo, miembro del Partido Socialista, denuncia que muchas mujeres están bajo presión. Para otros expertos en islam, el burkini, al igual que el velo, tiene una historia que implica la dominación del hombre sobre la mujer y apuestan por una modernización del islam que implique el abandono de ambas prendas.

Desde otras filas del feminismo, no obstante, reclaman otra visión en la que las mujeres deben ser totalmente libres de llevar lo que deseen. Nathalie Heinich lo describió en un artículo para Le Monde: «la cultura de la izquierda ha sido desgarrada, desde los primeros debates sobre el velo islámico, por las tensiones entre antirracismo y feminismo». A su juicio, el tema del burkini es problemático para el feminismo porque «es una marca de desigualdad entre hombres y mujeres». «Las mujeres están obligadas a asumir los impulsos sexuales de los hombres cubriéndose», desliza.

En cambio, desde la extrema derecha se incide en el deseo de dominación de la religión musulmana. Para algunos, el uso del burkini en espacios públicos es una forma de imponer su dogmatismo al resto de la sociedad. Sería, denuncian, una materialización de la «voluntad islamista».

Heinich distingue entre el islam religioso y el político: «Mientras una religión se conforme con gestionar las prácticas privadas, sigue siendo una religión». «Pero -prosigue- cuando pretende imponer prácticas en el espacio público, adquiere una dimensión política, especialmente cuando va en contra de la moral y las leyes vigentes en un país concreto». Es similar, agrega, a la cuestión de la comida halal (permitida, según el islam) en los comedores: «Una visión política del Islam pretende imponer el respeto religioso. Esto se manifiesta en particular en la obligación de tener un plato halal en el comedor».

La realidad, en cambio, parece ir por otros derroteros. La venta de burkinis está disminuyendo considerablemente, señala la vendedora de la prenda. «Antes de 2013 vendía unos 50 burkinis al mes. Desde los tiempos de Sarkozy, sólo vendo 20. Hay un claro descenso de la actividad. Todos estos debates asustan y la gente se vuelve reacia. El islam político que quiere imponer su vestimenta en el espacio público no existe. Francia es un mercado que hay que evitar si uno quiere vender este tipo de productos», se queja con amargura.

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