La decisión del Tribunal Supremo de los EE.UU. de derogar la legislación que ampara el aborto como un derecho constitucional forma parte de la estrategia conservadora del machismo para recuperar el orden basado en su modelo de sociedad. ¿Cuál es la estrategia de los partidos de izquierda en todo este proceso?
A veces da la sensación de que no existe estrategia alguna, y que mientras la izquierda se mira al ombligo y discute sobre quién es más de izquierdas, quién es más feminista, quién más ecologista, quién más anti-militarista o quién es más anti-capitalista… la derecha no para de actuar y avanzar en sus estrategias.
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Por eso, mientras diferenciamos entre derecha y ultraderecha como si fueran algo diferente en términos prácticos, desde las posiciones conservadoras tienen muy claro que todo lo que no forme parte de su modelo o no esté dentro de sus ideas es izquierda, y que, en consecuencia, hay que actuar contra ella. Todo lo que está al otro lado de la derecha es izquierda, como muy gráficamente ha descrito Isabel Díaz Ayuso al referirse a las CCAA gobernadas por el PP como territorios “socialismo-free”, que, por cierto, para haber creado una “Oficina del Español” a cargo de Toni Cantó debería cuidar su lenguaje y evitar los extranjerismos.
Bajo esa idea global de que lo que no es derecha es izquierda, desarrollan una estrategia para mantener su terreno o para reconquistar lo que consideran perdido, tal y como hemos visto ahora con el aborto, da igual que hayan pasado 50 años.
Tienen tan claro que se trata de una estrategia, que dentro de los movimientos anti-aborto existen dos grandes posiciones que se complementan y retroalimentan en sus acciones, aunque a veces entren en aparente conflicto. Estas posiciones son los grupos “absolutistas”, que plantean una supresión absoluta del aborto, y los “incrementalistas”, que proponen políticas que reduzcan las posibilidades y circunstancias para realizar un aborto hasta que llegue la ocasión en la que dar un salto, como ha ocurrido 50 años después de la sentencia de Roe contra Wade con el nuevo fallo del Tribunal Supremo de EE.UU. sobre el caso Dobbs contra Jackson Women’s Health Organization, que supone la derogación del derecho constitucional del aborto, y amenaza con suprimir otros derechos basados en la igualdad.
Como se puede ver, siguen una estrategia más o menos ordenada, y lo hacen porque en los dos casos sus referencias son la normalidad de una cultura hecha sobre las mismas ideas, valores y creencias. Las alternativas progresistas cuentan con el doble reto de romper con lo establecido y de carecer de referencias sobre las que definir la normalidad. Cada paso que se da en ese sentido es como un viaje a lo desconocido a partir del cual se debe reestructurar una nueva normalidad.
Por eso las leyes que reconocen nuevos derechos no son suficientes, como vemos ahora. Son tantas las cosas que hay que cambiar y tan grande el retraso que llevamos, que cada vez que se da uno de los grandes pasos aprobando leyes que reconocen derechos de grupos de personas históricamente discriminadas bajo el orden androcéntrico, tras su aprobación se pasa a otro tema sin interrelacionar esos avances con el resto de políticas, ni integrar su significado en la realidad social que hasta ese justo momento impedía el ejercicio de ese derecho, por ejemplo el aborto, el matrimonio homosexual, el voto de las mujeres en su día, la igualdad salarial… y el significado que tiene que fuera impedido.
Al final parece que se trataba de un olvido o un error, como si nadie tuviera interés en que las mujeres no votaran, las personas del mismo sexo no se casaran o, ahora, las mujeres no puedan interrumpir un embarazo no deseado.
Las leyes cambian el marco, pero no lo que hay dentro de él, porque lo que hay en su interior son personas viviendo en una sociedad definida por una cultura que establece lo que es normal, y construye la identidad de esas personas para que vean la realidad de esa forma y se comporten en consecuencia.
Es cierto que, a partir de ese momento, la nueva realidad y sus referencias ayudan a tomar conciencia del nuevo escenario y contribuyen al cambio social, pero más como decisión personal que como una transformación común. Ésta necesita tiempo y acciones.
Las leyes individuales no bastan, un cambio legislativo sin un cambio de mentalidad es como si a un grupo de la sociedad que tenía impedido hacer algo de repente permiten que lo haga
Por eso las leyes individuales no bastan, un cambio legislativo sin un cambio de mentalidad es como si a un grupo de la sociedad que tenía impedido hacer algo de repente permiten que lo haga. Ese hecho no significa que haya una avalancha de personas que lo hagan, sino que al principio lo harán unos pocos, y de manera progresiva, conforme cambien la sociedad y las mentalidades, irán haciéndolo un número mayor.
Es lo que ocurrió, por ejemplo, con el matrimonio entre personas del mismo sexo cuando se aprobó en 2005. Al año siguiente se produjo un número elevado de matrimonios por parte de muchas personas que llevaban años esperando y, también, como una especie de activismo social, pero tras esos primeros años el número descendió y no ha sido hasta 10 años después, en 2016, cuando se ha visto un incremento en el número de matrimonios celebrados que se ha mantenido en el tiempo.
Una política transformadora, como deben ser las políticas de izquierdas, no puede limitarse a grandes gestos, estos deben acompañarse de mucha pedagogía, de concienciación, educación y crítica al modelo imperante, pero también de claridad y conciencia ante las reacciones que se producen desde los sectores más conservadores. De lo contrario, las leyes quedarán atrapadas en el desfiladero de la ocasión, o encerradas en una trampa preparada desde cualquier iniciativa social, política o institucional conservadora.
Los hechos demuestran en la práctica que la ultraderecha no es una escisión de la derecha, sino una avanzadilla, porque las dos parten del mismo modelo de sociedad y pretenden perpetuarlo. Si no somos conscientes de esa realidad, las políticas de izquierda, antes o después, fracasarán.