Las sacramentaciones publicas demostraban la creación de una comunidad nacional que recuperaba la compenetración entre lo religioso y lo político y los principios de una fe tradicional
En el conjunto de ceremonias político religiosas llevadas a cabo durante la guerra civil en la zona franquista adquirieron una especial importancia los actos de re cristianización en la España «recién liberada», una práctica siempre repetida cada vez que una ciudad o importante localidad era conquista por las tropas franquistas. Los bautismos y las celebraciones colectivas de matrimonios y primeras comuniones fueron actos de ritualidad religiosa con una inequívoca proyección propagandística, preparados con un especial cuidado, fueron objeto de grandes reportajes en la prensa, artículos presentándolos como un retorno a las señas de identidad cristiana de la nación española. Los bautismos se convirtieron en un aparador en el que exhibir públicamente el triunfo sobre el ateísmo y la apostasía: los valores de la España de Cristo sobre la Anti España del Anticristo.
En Madrid y Barcelona, centenares de niños «inocentes»- tras su conquista- fueron sometidos a estos rituales. El obispo de Oviedo presumía de haber cristianizado mil matrimonios y «bautizado en racimo» a varios miles de niños. Grandes reportajes de prensa y constantes locuciones en radio se encargaban de darle publicidad a las ceremonias. La Iglesia en estos ritos de conjunción entre religión y conciencia nacional mandaba una imagen de victoria simbólica a la población. Las ciudades elegidas para hacer los rituales bautismales; Alicante, Lleida, Barcelona, Madrid y Valencia, tenían algo en común; todas habían estado sometidas a la tiranía roja. Las celebraciones bautismales eran un ritual nacional católico más de los realizados en las ciudades “ Liberadas”, ese fue el adjetivo propagandístico empleado cada vez que una localidad importante de la España republicana era ocupada por las tropas franquistas.
En estas localidades – según se repetía en la prensa cada vez que un artículo propagandístico cubría la celebración de estos actos- se reconquistaba para la Fe el territorio donde se había producido el despojo de los genuinos valores católicos. En Alicante fueron bautizados 7.051 niños; en Barcelona, 8.702; en Madrid, 6.642; en Valencia, 4.215; en Jerez de la Frontera, 2.708; en Lleida 552.
El reportaje del bautizo colectivo de niños en Vallecas en agosto de 1939 fue enviado para ser publicado en «Informaciones», «Madrid», «El Alcázar» y «Arriba», con el significativo título de «Más niños para Dios y España» Especial cobertura grafica recibió la primera comunión de 1.500 niños en la catedral basílica de Barcelona. La administración de sacramentos impuesta a los hijos de padres que pertenecían a colectivos sociales o laborales connotados como revolucionarios se significó con un énfasis especial, así sucedió con el bautizo de cincuenta hijos de mineros en la localidad de Mazarrón, reseñado en el diario Arriba del 24 de agosto de 1939 en los siguientes términos: «todos ellos hijos de mineros nacidos durante el dominio rojo».
En este aparato propagandístico recristianizador desempeñó un papel muy importante los servicios de propaganda y la Asesoría de Cuestiones Morales y Religiosas de Auxilio Social: tenían 144 sacerdotes repartidos por todo el territorio entre cuyas funciones figuraba la localización de niños nacidos durante el periodo de gobierno republicano que no habían sido bautizados. Según las cifras oficiales proporcionadas por el sacerdote Cantero Cuadrado, jefe de la Asesoría de Cuestiones Morales y Religiosas de Auxilio 24.513 niños fueron sometidos a estos ritos bautismales en el año 1940.
Pero estas prácticas recristianizadoras no se dan únicamente como complemento propagandístico religioso asociado a la Victoria. Desde el inicio de la Guerra, en la zona controlada por los franquistas desde el triunfo del alzamiento, las mujeres republicanas encarceladas se habían acostumbrado a recibir presiones para que sus hijos fuesen bautizados: si accedían recibían una ración extra para poder alimentarlos. Esa “conversión” producida por la violencia estructural del hambre se presentaba en la prensa- si se trataba de significativas republicanas- como un éxito que demostraba la victoria de la religión sobre el ateísmo.
Los bautismos en grupo tenían algo de acontecimiento fundacional de un Nuevo Estado, pero también de reintegración de la nación a sus fundamentos cristianos: formaban parte del discurso político pensado para reconstruir la clave identitaria de la nueva comunidad nacional. Los niños sacramentados fueron usados por la propaganda como un símbolo de la renovación religiosa, como emblema de esa «Nueva España» y representación del nacimiento de un estado libre de las taras de la modernidad laicista; un estado que ponía fin a la apostasía de la República de los «sin Dios». Un mensaje que recordaba a la tradición de depuración y limpieza de sangre en busca del obsesivo mito de la unidad religiosa, tan arraigado en la historia de la iglesia española. El periódico falangista Arriba lo explicaba así: «Estamos en la gran infancia dichosa, victoriosa, de un Estado nuevo, de una Patria resucitada, de una historia rejuvenecida».
La puesta en escena de la niñez recatolizada en los actos de bautismos colectivos representaba la ruptura con el pasado inmediato y el nacimiento genuino de un nuevo estado, libre para retornar a las grandezas del pasado. Las sacramentaciones publicas demostraban la creación de una comunidad nacional que recuperaba la compenetración entre lo religioso y lo político y los principios de una fe tradicional. El bautismo se presentaba en la prensa como símbolo del final de proceso de degradación histórica culminada en la II República, es decir actuó como rito palingenésico de redención y regeneración de una comunidad «nacida» de la guerra que separara el «nosotros» de la Nueva España, de un «ellos» extraño a ella causa de su decadencia histórica. España; según se repetía en los textos de la época; tras la guerra «resurgía de sus cenizas».
La consubstancialidad entre lo católico y lo nacional había llevado a la patria al zenit histórico del poder durante el siglo XVII. Franco, con su victoria en la guerra, invertía la tendencia a la decadencia iniciada con la llegada de los borbones y completada durante el anterior periodo de gobierno republicano. Estos ritos de sacramentación bautismales se ajustan a la definición de régimen fascista propuesta por Griffin, quien tipológiza como característica común a todos los fascismos su: «forma palingenésica de ultranacionalismo». En estos ritos bautismales se evidencia la preocupación por compensar la decadencia, humillación o victimización de la comunidad mediante un culto compensatorio de unidad, energía y pureza que conecta la nación con un pasado mitificado. Con estos bautismos los niños se constituían en parte de un cuerpo social sacramentalmente purificado, de esa pureza habría de resultar una comunidad renacida que volvería a las glorias de su pasado. Este renacimiento mítico de la nación expresado a través de ritos bautismales juega un papel básico en la singular cultura política del fascismo español.