ACTUALIZADO A 31.05.22 con la ponencia completa.
Ponencia que abría La XV Jornada Laicista de Europa Laica en Gijón el pasado 28 de mayo
A modo de introducción
Permítaseme una precisión inicial desde mi óptica de newtoniano confeso: aunque seguimos empleando el concepto de trayectoria (“la tierra describe una elipse alrededor del sol”) ya hace tiempo que sabemos que eso es una simplificación de una realidad más compleja. Para todos los efectos la tierra describe un conjunto de trayectorias muy parecidas, pero diferentes, que podemos considerar englobadas en un haz sensiblemente elíptico (suele gustar llamarlo “atractor”).
¿Por qué digo esto? Porque en lo sucesivo yo me voy a referir al Laicismo como si fuese un objeto nítidamente definido cuando en realidad sé que me refiero a un conjunto de planteamientos que aceptan un núcleo común pero que incluyen un amplio espectro de interpretaciones que descubrimos según nos vamos aproximando a él. Es obvio que lo mismo asumo para el Feminismo (reinterpretando lo que mi amiga Alicia dice cuando afirma que Feminismo sólo hay uno). Y entiendo que lo que hoy se me pide es que plantee los trazos generales del Laicismo (con perdón de los presentes que los conocen en profundidad) pero que lo haga resaltando aquellos para los que sea relevante la presencia del Feminismo, en esa idea central de esta jornada de encontrar áreas de trabajo común para ambos movimientos sociales.
Sobre las formas del Laicismo
Una primera aproximación, común a todos los laicistas, acepta que el Laicismo es una forma de organización de los estados que respeta por igual a todas y todos, independientemente de su visión del mundo y sus correspondientes esquemas de valores.
Así mismo, todos estamos de acuerdo que su funcionamiento descansa en dos grandes principios morales:
– Libertad de conciencia
– Igualdad de trato para todas las conciencias
Principios que, para su consecución exigen la presencia de dos procedimientos o disposiciones institucionales indispensables (necesarios pero no suficientes):
– Neutralidad del Estado respecto a las religiones
– Separación nítida entre las iglesias y el Estado
Hasta aquí llega lo que ha dado en llamarse “laicidad liberal y pluralista”, o más simplemente, “laicidad abierta”.
En su expresión actual, perfectamente caracterizada por los filósofos canadienses Taylor y Maclure y defendida por Martha Nussbaun, limita la responsabilidad del laicismo a construir una legislación que permita convivir a las diferentes comunidades de pensamiento existentes en una sociedad dada. Y centra su tarea en resolver, mediante los llamados “acomodos razonables”, los litigios que puedan aparecer entre las minoritarias y las mayoritarias.
Pero el planteamiento de Europa Laica va más allá.
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Cesar Tejedor al redactar los principios del Laicismo establece y matiza tres:
-Libertad de conciencia. La conciencia es naturalmente libre para adherirse a cualquier opción espiritual, ya sea creyente, agnóstica o atea, o para no adherirse a ninguna o cambiar de opción cuando quiera (la apostasía es un derecho que ha de ser garantizado por el Estado).
-Igualdad de trato de todos los ciudadanos y ciudadanas. La neutralidad del Estado laico exige que ninguna opción espiritual sea discriminada ni positiva ni negativamente. No caben los privilegios públicos de una opción espiritual cualquiera en un Estado laico. Solo así se garantiza la igual consideración de todos los individuos como ciudadanos libres.
-La búsqueda del bien común como única razón de ser del Estado. …. El Estado laico,…, tiene como referencia la universalidad del bien común. … El laicismo se compromete así con la defensa de los servicios públicos, es decir, la utilización del presupuesto público para aquellos servicios que son de interés general (educación, sanidad, etc.).
Donde el primer principio asocia la conciencia a las denominadas “opciones espirituales”, el segundo circunscribe la igualdad de trato a esas diferentes “opciones espirituales” y el tercero plantea el objetivo muy amplio (y por tanto abierto a discusión) de “la búsqueda del bien común” que incluye “la defensa de los servicios públicos”
Por su parte Andrés Carmona, coincide con la propuesta de los dos primeros y formula el tercer principio planteándolo como la necesaria separación entre lo público (común a todas las personas) y lo privado (propio del individuo y/o el grupo) lo que exige neutralidad del Estado (como “procedimiento”).
Si analizamos el segundo principio, el de la igualdad de trato, nos encontramos con una cierta acotación de esa igualdad. Cuando César dice: La neutralidad del Estado laico exige que ninguna opción espiritual sea discriminada ni positiva ni negativamente parece circunscribir el ámbito de las desigualdades al producido entre las diferentes opciones espirituales. Planteamiento que coincide con el de Martha Nussbaun (en su identificación de los sentidos diferentes de la igualdad) y en el que fundamenta Juanjo Picó su razonamiento para diferenciar lo que, simplificando, denomina “igualdad laica” de lo que (también simplificando) denomina “igualdad feminista”.
En ambos casos también la formulación del tercer principio plantea dificultades. La consideración del bien común está sujeta a diferentes interpretaciones y la separación entre lo público y lo privado exige matizaciones. Andrés plantea la necesidad de dividir lo público en dos ámbitos, lo formal (como las instituciones) y lo informal (por ejemplo los espacios públicos), ciñendo este principio a la separación entre lo público formal y el resto (formulación heredera de la separación entre el espacio de la producción y de la garantía del derecho (el público formal) y el espacio del goce del derecho (el público informal más el privado) que establece Catherine Kintzler).
Si volvemos a la formulación de César Tejedor encontramos que el desarrollo del tercer principio, el de la búsqueda del bien común, lleva a que:
El laicismo asume la salvaguarda y la garantía de valores morales fuertes, pero no son valores particulares que provienen de una matriz particularista, sino valores universales, cuya raíz está en los derechos humanos (libertad de conciencia, autonomía moral, igualdad entre el hombre y la mujer, dignidad de las distintas orientaciones sexuales, libertad a la hora de decidir sobre la interrupción voluntaria del embarazo, etc.).
Es decir que para él el laicismo va más allá de un simple arbitraje entre visiones del mundo y esquemas de valores diferentes para asumir la responsabilidad de luchar contra todas aquellas conculcaciones de los valores universales, cuya raíz está en los derechos humanos.
Desde esta formulación es obvio que el Laicismo contiene un amplio abanico de objetivos comunes con el Feminismo, cuya identificación ya justificaría esta jornada. Pero también es significativo que estos objetivos, desde el laicismo, se apoyen en la interpretación abierta de una determinada formulación del tercer principio lo que lleva a algunos a considerarlos complementarios a la acción central de Europa Laica.
Si anotamos las diversas interpretaciones de la conciencia, los diferentes ámbitos de la igualdad y el campo abierto por el tercer principio entenderemos por qué me atrevo a afirmar que existen diferentes interpretaciones del concepto de laicismo. Pero también es claro que todas tienen muchos espacios comunes.
Todos asumimos que el laicismo establece como necesario pensar el fundamento de la asociación política fuera de toda referencia religiosa. Formulación que ha dado en llamarse “laicidad republicana de Estado”. Como dice Catherine Kintzler, una de sus mejores formuladoras, No se trata de considerar las comunidades de pensamiento tal como existen en una sociedad dada y de construir una legislación que les permita flanquearse apaciblemente: se trata de producir un espacio que haga posible a priori la libertad de las opiniones no solamente reales sino también posibles. Para ello necesita lo que denomina principio de abstención: Los poderes públicos son garantes de la tolerancia civil y precisamente por ello resulta imposible aplicarles esta misma tolerancia. No podemos otorgar a los poderes públicos el derecho de gozar de la libertad religiosa de que gozan los ciudadanos… De ahí que los poderes públicos permanezcan en guardia precisamente para que la sociedad civil pueda gozar de tolerancia. Desde la óptica de Carmona: lo público formal no tiene libertad religiosa.
Otra mirada al laicismo
Vuelvo al comienzo. Me había planteado analizar aquellos aspectos del Laicismo para los que fuera relevante el Feminismo y hasta ahora parece que sólo he encontrado zonas comunes en la lucha por los Derechos Humanos. Está claro que es un campo suficientemente importante y justificador del esfuerzo de esta Jornada orientada a encontrar áreas de trabajo compartidas por ambos movimientos sociales. Es un espacio muy amplio (de límites difusos), pero ¿es sólo eso lo que el Laicismo necesita del Feminismo?
Analicemos el principio básico del laicismo: la libertad de conciencia.
Me vais a permitir que lo haga por partes:
Comenzaríamos por caracterizar la conciencia. Martha Nussbaun la reconoce como esa facultad con la que toda persona busca el sentido último de la vida (formulación que parece acorde con los planteamientos de César y Andrés cuando la presentan como opción espiritual). Europa Laica, en el proyecto de Ley de Libertad de Conciencia que presenta abre el campo para identificarla con cualquier opción personal de pensamiento, convicciones ideológicas o filosóficas, o creencias de carácter religioso o no religioso. Por último, la interpretación jurídica de la conciencia la considera como el conjunto de convicciones interiores que fundamentan los actos personales de acuerdo con el juicio de la propia razón por el que se reconoce la cualidad moral de tales acciones.
Estas concepciones, al estar nítidamente centradas en la persona como individualidad, presentan problemas. Por una parte exigen una respuesta clara a la compleja pregunta que atraviesa la historia de la filosofía ¿qué configura a la persona en su completitud? Por otra al centrarse en las convicciones interiores de cada individualidad suelen asumir desde un principio, de forma acrítica, las creencias presentes en esas convicciones (las ideas se tienen, en las creencias se está que decía Ortega) sin considerar que en una parte importante son producto de las estructuras culturales dominantes en la sociedad en la que están incluidas (es decir, vienen incorporadas por su estructura de clases, de razas, patriarcal,…).
Dada la dificultad que presenta querer aislar un concepto para ella yo parto de la idea (que seguro Cesar y Andrés aceptan) de que, independientemente de su conceptualización, la conciencia es una construcción social. Se edifica en cada persona a través de su interrelación con las demás dentro del marco impuesto por las condiciones materiales, biológicas y economicosociales en las que se desenvuelve cada vida individual. (No es la conciencia de la persona la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia que decía Marx).
Consecuentemente si cada conciencia resulta de la historia social de cada individualidad, necesariamente, como conjunto, podrían estar sometidas a una amplia variabilidad. Pero la sociedad dispone de una poderosa herramienta, de un gran molde conformador para homogeneizar esas conciencias: la cultura de cada momento. Al estabilizar los modos y las costumbres (y por ello las creencias) es precisamente esa cultura la que se muestra como el gran acondicionador de todas y cada una de las conciencias individuales asemejándolas y evitando una dispersión problemática.
Como indica Althusser: Las personas no pueden vivir sin guiarse por una cierta representación de su mundo y de sus relaciones con él. Esta representación ellas se la encuentran primero dada al nacer, existiendo en la sociedad misma, en su cultura dominante. Todo sucede como si para existir como seres sociales y activos en la sociedad que condiciona toda su existencia necesitaran disponer de esa representación de su mundo, la cual puede permanecer en gran parte inconsciente y mecánica, o al contrario ser consciente y reflexiva más o menos ampliamente.
(Es preciso señalar que dado que la cultura emerge de la sociedad que intenta conformar, la reacción a las tensiones generadas en este proceso conformador son la causa de los cambios que se realizan en dicha cultura, en una dialéctica permanente causante de la evolución cultural de las sociedades).
Por otra parte, en vez de fijarme en buscar la libertad de conciencia como un objetivo estático y definido y por tanto presumiblemente alcanzable, asumo como orientador de la acción del laicismo el planteamiento de Henri Peña Ruiz de interesarme fundamentalmente por liberar conciencias. Me gusta el planteamiento de Byung-Chul Han cuando considera que La libertad es un episodio… La sensación de libertad se ubica en el tránsito de una forma de vida a otra, hasta que finalmente se muestra una nueva forma de coacción. Así a la liberación sigue una nueva sumisión. Es decir, no existe la libertad sino las liberaciones.
De acuerdo con todo ello interpreto el objetivo central del Laicismo como la acción permanente (constans et perpetua voluntas) para liberar (romper las coacciones) a cada conciencia en cada momento, en un proceso sin fin.
Consecuentemente aparecen dos grandes líneas para el trabajo de Europa Laica.
– Por una parte luchar contra aquellas coacciones que se manifiestan abiertamente (luchar contra toda imposición dogmática).
– Por otra identificar las coacciones que no se manifiestan tan abiertamente por estar ocultas en esa inmensa máquina de troquelar conciencias que es cada cultura local.
La primera línea es la más patente y los procedimientos del Laicismo (Neutralidad del Estado respecto a las religiones y Separación entre las iglesias y el Estado) aportan un amplio caudal de causas sobre las que es imprescindible actuar.
La segunda línea es más esquiva por el complejo problema de que cada conciencia personal está dentro de su cultura lo que le dificulta sentir las coacciones de la misma (“El pez nunca descubre que vive en el agua. De hecho, como vive inmerso en ella, su vida transcurre sin advertir su existencia. De igual forma, una conducta que se normaliza en un ambiente cultural dominante, se vuelve invisible” que decía Foucault). Resulta imprescindible una óptica externa, la visión de quienes ya las hayan roto o sean víctimas sensibles de esas coacciones para detectarlas y combatirlas.
Los ejemplos son extraordinariamente abundantes. Algunos muy significativos. El Laicismo nace apoyado en una Declaración de los derechos del Hombre inaceptable desde nuestra cultura actual (Olympe de Gouges, autora de una reivindicativa Declaración de los derechos de la Mujer y la Ciudadana, termina guillotinada). En una parte amplia de su desarrollo inicial el movimiento laicista convive con la esclavitud fundamentalmente apoyado en justificaciones racistas (y económicas). También hoy resulta inaceptable. Tenemos el distanciamiento histórico suficiente (la necesaria evolución de nuestra cultura) para entender, desde los parámetros de nuestra percepción actual, cómo la cultura dominante entonces anulaba esa visión crítica en cada momento justificando esas conductas.
Volviendo al presente ¿cuál es la tensión más fuerte y generalizada que sufren las culturas dominantes en estos momentos? En mi juventud considerábamos revolucionaria la canción de Joan Báez “El preso número nueve”. La interpretábamos como un alegato contra la pena de muerte. Oída hoy aparece como una inaceptable justificación de la violencia machista propia del patriarcado dominante (incluyendo la bendición de su correspondiente dios). Es un simple ejemplo de uno de los grandes cambios culturales que experimenta a gran velocidad nuestra sociedad (velocidad que genera fuertes tensiones). Y es indiscutible que el gran motor de este cambio cultural es el Feminismo.
Concluyendo
En el campo de los Derechos Humanos, Laicismo y Feminismo tienen una amplia parcela de objetivos comunes y parece muy conveniente para ambos unir sus fuerzas para conseguirlos, máxime en unos momentos históricos donde el reflujo de la reacción amenaza a muchos de los derechos conseguidos (amenaza con reconstruir muchas de las coacciones ya rotas).
Pero el Laicismo necesita al Feminismo de una forma especial. Como luz que le permita identificar, en las matrices culturales en las que habita, muchas de aquellas coacciones internas que es necesario romper para mantenerse en la tarea central de liberar conciencias.
El patriarcado como eje dominante de las culturas actuales y el machismo como expresión conductual de esa dominación generan innumerables barreras al libre ejercicio de la autonomía individual a una parte muy importante de la humanidad. Y todas ellas ocultas o consentidas bajo supuestos culturales impuestos dogmáticamente o defendidos desde un relativismo incompatible con la universalidad necesaria de los Derechos Humanos.
El Laicismo, para detectar y luchar contra esas coacciones, y cumplir su objetivo de liberar conciencias, necesita la guía que surge de su trabajo conjunto con el Feminismo.
Nota.- Un análisis espejo cabe aplicarlo al Feminismo. Como muy bien señala Ángela Davis, los pioneros movimientos feministas norteamericanos (sufragistas) estaban contaminados por el racismo existente (Eslogan demócrata apoyado por las sufragistas: La mujer primero y el negro el último). Y en la actualidad los criterios de clase y raza siguen exigiendo una permanente revisión de los fundamentos del Feminismo. Pero éste es terreno de otra ponencia.
Luis Fernández González es presidente de Asturias Laica