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Teocracia

El encabezado de mi carta de hoy, apreciada señora Deándar, se deriva de una discusión con un condiscípulo de la secundaria -cuántos años de conocernos y de no estar de acuerdo-.

Casualmente observé que en la vidriera de su despacho profesional conserva adherida una calcomanía, que hace cuatro años, en la precampaña de las elecciones municipales, se veía -sobre todo en los vidrios traseros de los automóviles-.

La calcomanía de marras enmarca con el perfil geográfico de Tamaulipas la frase: “Dios gobierna Nuevo Laredo”. Cuestioné a mi camarada diciéndole: -“Si Dios gobierna Nuevo Laredo, qué mal gobierna Dios”.

La réplica que obtuve no me pareció ni buena lógica ni ajustada a la dialéctica, ya que me dijo: -“Es la clase política la que gobierna, si gobiernan mal, son los hombres, no Dios”.

Le refuté más o menos así: -“Estás haciendo una interpretación, la frase de la calcomanía dice textualmente que Dios gobierna en la ciudad”.

Este alegato que parece insubstancial, tiene mucha miga, porque la Historia no registra ninguna teocracia tolerable, al menos como la define el Diccionario de la Real Academia: “Gobierno ejercido directamente por Dios como el de los hebreos antes que tuviesen reyes” o, en una segunda acepción: “Sociedad en la que la autoridad política, considerada emanada por Dios, se ejerce por sus ministros”.

El tema, señora, pienso que está ligado al concepto de Estado laico y a los embates recientes de un sector del episcopado de la Iglesia católica mexicana. Veamos:

1. Las declaraciones del cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de la Ciudad de México y la de sus obispos auxiliares, dirigida a la feligresía, los orienta inductivamente por cuáles partidos no deben votar.

Se trata de una intromisión frontal en nuestra laicidad. Es una ingerencia ilegal del clero en una materia política en la que los ministros de las iglesias no deben intervenir.

De ninguna manera la posición del arzobispo Rivera Carrera y la de sus obispos auxiliares, es la del episcopado mexicano: se trata de una intromisión clerical en el Distrito Federal, que sin duda tendrá influencia entre algunos sectores de la sociedad en las próximas elecciones; en este caso las del jefe del Gobierno de la ciudad capital.

Ni Rivera Carrera, ni sus obispos adláteres representan a la Iglesia católica mexicana.

2. Otro embate a nuestra laicidad lo encabeza la diputación del PAN que aprobaron, también recientemente una iniciativa para modificar la Constitución y se permita impartir instrucción religiosa en las escuelas públicas.

La argumentación básica es que “son los padres de familia y no el Estado quien decide sobre la enseñanza de la doctrina religiosa en las escuelas”.

La fracción primera del artículo tercero constitucional, textualmente establece: “Garantizada por el artículo 24 la libertad de creencias, dicha educación será laica y, por tanto, se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa”.

En este momento la aprobación de la Cámara de diputados, ha sido turnada a la de senadores quienes deberán ratificarla. Confío en la cordura de los señores senadores para que no entre en vigor una reforma absurda, contraria al precepto constitucional y a la tradición laica del Estado mexicano, que es ya sesquicentenaria.

3. No está por demás, señora, que transcriba el artículo 24 de la Constitución: “Todo hombre es libre para profesar la creencia religiosa que más le agrade y para practicar las creencias, devociones o actos del culto respectivo, siempre que no constituyan un delito o falta penados por la ley.

El Congreso no puede dictar leyes que establezcan o prohíban religión alguna. Los actos religiosos de culto público se celebrarán ordinariamente en los templos.

Los que extraordinariamente se celebren fuera de éstos se sujetarán a la ley reglamentaria”. No debe olvidársenos que los ataques al Estado laico se originaron durante el sexenio presidencial de Carlos Salinas de Gortari, cuando se reanudaron las relaciones diplomáticas con el Estado Vaticano y se reformaron los artículos 3, 5, 24, 27 -fracciones II y III- y el 130, que norman las relaciones entre el Estado mexicano y las iglesias.

Hace cuatro lustros que la socióloga María Eugenia García Ugarte, investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, publicó su ensayo “La nueva relación Iglesia-Estado en México, un análisis de la problemática actual” (Nueva Imagen, 1993).

En su introducción apunta algo que debería interesarnos: “Cuando se realiza la reforma constitucional y se aprueba la ley reglamentaria del artículo 130 constitucional surge una gran interrogante, todavía por resolver: si las medidas que en materia religiosa impulsadas por el presidente Carlos Salinas de Gortari propiciarán la reconciliación con nuestro pasado eclesial y político, siempre tan conflictivo y tan lleno de drama y amargura.

La apuesta del libro es posible si el presidente actual (Zedillo) y los venideros al margen de su credo personal, rechazan la tentación de jugar al juego de poder, principesco y dictatorial de la Iglesia católica”.

La apuesta del libro de la socióloga García Ugarte, se perdió: basta recordar que el ala ultraconservadora del PAN -el Yunque-. La tenemos en el cogote desde que el PAN entró por la puerta grande de Los Pinos hace ya casi doce años.

4. “El debate religioso entre historiadores, juristas y teólogos en defensa de su verdad”, se ha prolongado desde 1992. No es gratuito que concluya mi carta con la pregunta que plantea Fernando Savater en su “Diccionario del ciudadano sin miedo a saber” (Ariel, 2007)… ¿Qué es la laicidad? –Pues la laicidad llamada a veces un poco más grotescamente ‘la sana laicidad’, como si el que discrepase de los dogmáticos estuviera enfermo, no es más que el nombre que ciertos clérigos han decidido otorgar a la dosis máxima de laicismo que están dispuestos a soportar… y que suele quedar notablemente por debajo de lo que la sociedad democrática requiere.

El laicismo no es una opción institucional entre otras: es tan inseparable de la democracia como el sufragio universal”.

Confío, estimada señora, que la susodicha frase “Dios gobierna Nuevo Laredo” no sea una invocación por una teocracia que nos devuelva a prácticas caducas, contrarias al pensamiento postmoderno.

Un saludo pleno de laicismo, con mis mejores deseos, ¡hasta muy pronto!

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