En 1975 la ONU declaraba el 8 de marzo día Internacional de la Mujer.
No está de más recordar que en ese año en España, cuando el nacional-catolicismo aún no había iniciado su proceso de reconversión, las mujeres debían contar con el permiso del marido para abrir una cuenta corriente o viajar solas y el adulterio era un delito especialmente penado para ellas.
El 8 de marzo conmemora los distintos actos reivindicativos que en torno a esa fecha, desde finales del siglo XIX, estaban llevando a cabo las mujeres en su lucha por conseguir unas condiciones de trabajo dignas, al mismo tiempo que las sufragistas se enfrentaban a la policía defendiendo el derecho al voto.
De aquellos tiempos hasta ahora, en las sociedades llamadas avanzadas donde se ha conseguido una igualdad formal, persisten todo tipo de violencias contra las mujeres, llámese brecha salarial, explotación sexual y reproductiva o socialización en los estereotipos de género. Y en muchos lugares del mundo las mujeres permanecen sometidas a la tutela de los varones, privadas de dignidad, autonomía, y libertad para ser y desarrollarse como personas.
En todo momento y lugar, desde las sociedades arcaicas hasta el capitalismo neoliberal de nuestra actualidad, las religiones han sustentado y dado apoyo moral a la opresión que sufren las mujeres por el hecho de serlo.
Los avances de las mujeres en la conquista de sus derechos siempre se han topado con la resistencia de las jerarquías religiosas. Todas las religiones, especialmente los monoteísmos y sus clérigos, han mostrado una irrefrenable obsesión por reglamentar lo que las mujeres deben hacer y dejar de hacer. En nuestra secularizada sociedad constatamos como grupos ultracatólicos, siguiendo los dictados de la Conferencia Episcopal, acosan a las mujeres que quieren ejercer su derecho a la interrupción voluntaria del embarazo. La Iglesia Católica en España continúa ejerciendo su adoctrinamiento en la enseñanza pública y privada, así como en las más altas instancias internacionales, intentando influir en las legislaciones de países soberanos.
De ahí que sólo sea posible avanzar en la igualdad y dignidad de todas las personas sin distinción de sexos con políticas decididas que garanticen la separación entre las iglesias y el Estado y aseguren que las mujeres no se vean sujetas a políticas y leyes influídas por la religión.
No podrán cumplirse las reivindicaciones del feminismo sin un estado laico, de la misma manera que un laicismo que no luche por la igualdad de derechos real y efectiva de las mujeres, no tendría sentido y nos retrotraería a aquellos ilustrados que, mientras declaraban los Derechos del Hombre y el Ciudadano, guillotinaban a Olympe de Gous por hacer lo propio con los Derechos de la Mujer y la Ciudadana.
En estos tiempos oscuros de avance de la ultraderecha por una parte y de la infestación del neoliberalismo y las distopías identitarias en los movimientos izquierdistas, por otra, cuando la libertad de expresión y de conciencia reciben ataques desde todos los flancos, los derechos de las mujeres se ven especialmente amenazados.
Recordemos las palabras de Simone de Beauvoir: “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”
Este 8 de marzo desde el Movimiento Hacia un Estado Laico hacemos un llamamiento a salir a las calles en defensa y vigilancia de los derechos de las mujeres.