Recientemente leí un escrito del admirable jurista Martín Pallín que acababa con el colofón de “como Antonio Machado me ha enseñado”. Quien tenga la paciencia de leer lo viene apareciendo en estas páginas comprenderá mi alegría por coincidir con tan docto intelectual. Estoy convencido de que, aunque no se mencione más, son muchas más las personas que se alumbran con la obra del poeta y filósofo. Animado por lo anterior, me place hoy describir mi admiración, gratitud y el origen de este seguimiento a la hora de mis aprendizajes, pensamientos y decisiones en tantos aspectos de mi vida.
Ya de niño, tuve la suerte de ser alumno de don Juan Pasquau, quien, además de maestro, era escritor y estudioso de la realidad de su tiempo y de su entorno. Por ello, además del acercamiento cariñoso a Machado, le debo mi afición a la historia, a la literatura, y mi curiosidad por entender la vida de las gentes. Nos presentaba don Juan al poeta como ese caminante siempre pensativo, a la vez que al escritor atento a no olvidar cualquier ocurrencia escribiéndola hasta en el puño de la camisa, si tal fuera necesario. Nos presentaba la entrañable por cercana, poesía hablando de la lechuza que entraba por la ventana a quitar el aceite a san Cristobalón en la catedral de la cercana Baeza. De la misma manera nos lo acercaba sus caminatas con “la encina negra a medio camino de Úbeda a Baeza”. Aun recuerdo de manera entrañable ese doble acercamiento poético y geográfico para aquel niño de Úbeda que, encariñado con los poemas y la historia, la imaginación aparecía más accesible. Ese inicio lo he acrecentado después, repasando los lugares y hechos machadiano en Úbeda y sobre todo en Baeza. Supe más sobre por dónde andaba el profesor de francés antes y después de pasar por la encina negra. Ir a Baeza me ha llevado casi siempre a repetir sus pasos por el camino que mira al Guadalquivir y mirar con nostalgia “El Cabesorro” ese busto esculpido por Pablo Serrano con la tensa y frustrada movida de su instalación. Eran todavía tiempos del franquismo, cuando España se desperezaba y los intelectuales trataban de recuperar el legado cultural de la República. Para mí fue una realidad a la que me hubiera gustado asistir pese a los riesgos que tal supusieron. Más de una vez he acudido a aquella clase en la que enseñaba francés y su humanidad don Antonio. También me he acercado algo a la familia del director del instituto baezano, amigo y compañero de saberes en la Institución Libre como Machado.
El seguimiento de la obra y la vida del poeta sevillano ha sido una constante desde aquel tiempo que crecería en el instituto con la adquisición de una breve antología de sus poemas. Habrían de pasar algunos años hasta adquirir mis primeras “Poesías Completas” que fui llevando de aquí para allá, con anotaciones y subrayados mil, hasta que lo tuve que reponer por otro que ahora sigue un camino parecido. Después mereció gran atención “Juan de Mairena”, ese heterónimo del poeta en que nos cuenta un gran número de reflexiones sobre la vida corriente y multitud de observaciones sobre lo que viene aconteciendo y su modo de ver la realidad española. Es destacable la primera parte, en la que Mairena es el maestro que comparte comentarios con u alumnado al que hace preguntas, en ocasiones al modo de Sócrates y en otras con una finalidad más abierta. Seguí al filósofo, que nunca deja de serlo, también en “Los Complementarios”, esa edición de su prosa en varios volúmenes. Lo he seguido en varias publicaciones de: Tuñón de Lara “Machado peta del pueblo”, de teatro, sobre Baeza. De entre ellos destacaría “Ligero de equipaje” una muy apreciable biografía debida a Ian Gibson.
Entre las muchas enseñanzas que sus huellas han dejado en mi vida, he de señalar su humanismo, esa bondad profunda y sencilla que observa en su caminar. Algo tan fácil de imitar para quien se propone también acabar “ligero de equipaje”. Claro que eso habrá supuesto la responsabilidad que él ensalzaba en las enseñanzas de su maestro Giner de los Ríos. Un compromiso profundo con la realidad trágica de España que nadie bien nacido debiera olvidar. Esa difícil sencillez que él exponía desde su cercanía agnóstica con su punto de necesario laicismo. La necesidad del diálogo entre discrepantes que lleva siempre a pensar para romper con el tradicional fatalismo. Ese doloroso testimonio de su último caminar hacia el exilio es la expresión del drama de las dos Españas que quiso evitar por cada poro de su piel y cada letra de sus poemas.