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RECOMENDADO: Sin bikini no hay democracia, por Mimunt Hamido

Hace unos días una compañera de México me comentaba que el presidente del país se había pronunciado sobre los matrimonios de mujeres menores en las comunidades indígenas mexicanas. Interpelado por el movimiento feminista, su respuesta fue: Son sus costumbres, hay que respetarlas.

Para mi esto no es nada nuevo. Las mujeres que venimos de contextos musulmanes estamos acostumbradas no solo a que nos digan “Son vuestras costumbres y hay que respetarlas”, también nos hemos acostumbrado a que nos cuenten y expliquen cuáles son nuestra cultura y nuestras costumbres.

Estos días, y debido a la debacle producida por EEUU en Afganistán, no paramos de leer artículos, opiniones, análisis… Muchos llaman la atención, más que nada porque parece que la situación de las mujeres afganas es algo nuevo que pasa justo desde que EEUU decidió largarse con viento fresco.

Se dice: “Van a perder sus derechos”. ¿Qué derechos? ¿Los que nunca tuvieron? Las mujeres afganas han sufrido desde hace siglos un patriarcado feudal que es ni más ni menos que el patriarcado elevado a la enésima potencia.

Tuvieron su rayo de luz, su salida al mundo, y no todas, con el gobierno socialista afgano, antes de que la URSS decidiera no solo ayudar, sino invadir su país (algunos protestarán por esta afirmación, pero es mejor llamar a las cosas por su nombre, una ocupación que pretende traer beneficios a la población invadida no deja de ser una ocupación). Las campañas de alfabetización, la apertura al mundo laboral y universitario… fueron un soplo de aire fresco antes de que la guerra ya instalada en sus vidas estallara con toda su virulencia.

Los motivos importan, pero las mujeres por unos u otros motivos siguen siendo la carne de cañón, el botín y las primeras victimas de cualquier guerra.

De esa época hay fotografías de mujeres afganas con sus libros en la mano yendo alegres a su trabajo o a sus estudios, las hay, pero ¿cuántas? y ¿cuánto duró?

Bastó un atentado terrorista en la sacrosanta América norteña para que EEUU decidiera entrar a sangre y fuego en el país. Había que buscar a un terrorista que ya estaría probablemente criando chumberas o moho en algún rincón de ese u otro país. Esta excusa era tan peregrina como la de que entraban a rescatar a las mujeres de manos de los talibanes. ¿Quien podía creerse esas excusas? ¿Los sesudos analistas de cualquier TV?

Las señoras de los presidentes de moda en esos años Laura Bush y Cherie Blair andaban por los escenarios contándonos las bondades de esa invasión, iban a salvar a las mujeres, ¿que mejor justificación que esa? Creer que el feminismo se tomó en serio esa excusa es tomar a las feministas por idiotas, algo a lo que también estamos acostumbradas.

Como no me canso de decir, tenemos que estar atentas, no nos queda otra porque entre todo este desastre se nos cuelan discursos que no podemos ni debemos tolerar. Discursos como los que publica cierto medio de comunicación que se nombra de izquierdas y feminista.

Perpleja me quedo ante artículos como el de Carolina Bracco, que si bien no yerra en los datos sí lo hace en las conclusiones. Ella, mujer blanca, nos habla a nosotras de “feminismo blanco” y, por favor, que nadie insulte mi inteligencia diciéndome que blanco no es un color. No hay ningún dato reprochable en el articulo, solo el fondo, ese fondo que destila un racismo inverso, el paternalismo más absoluto, el que el título nos proyecta: “¿Tenemos que salvar a las afganas?

Sí, el feminismo trata justo de eso, por ser una ideología que no tendría razón de ser si no fuese universalista. El feminismo trata de localizar, visibilizar y entender las opresiones que nos atraviesan a todas las mujeres del mundo. Por eso son mujeres feministas las que se preocupan de protestar y denunciar la situación de las mujeres afganas, indias, alemanas, marroquíes… todas. El feminismo no pide a ninguna mujer que renuncie a sus creencias divinas, pide lo que importa: laicismo.

La señora Bracco nos habla de colonialismo, al igual que lo hacen grupos como Afroféminas o las decoloniales islámicas. Si hay que hablar de colonialismo, expliquemos las diferentes formas de colonialismo y cómo han actuado y actúan de forma diametralmente diferente en unos continentes y en otros.

Es ridículo hablar de colonialismo siempre que hablamos de feminismo. Justificar las opresiones que soportamos las mujeres de contextos musulmanes en base a si el país fue colonizado o no, es simplemente eludir la realidad. Pongo como ejemplo Irán, país que nunca fue colonizado: allí el periodo en que las mujeres sí iban en falda corta por las calles, estudiaban, trabajaban y el movimiento feminista florecía, fue mucho más largo y popular. El islamismo no llegó como reacción al colonialismo sino como proyección ideológica. Otro ejemplo es Marruecos, que tampoco fue colonizado aunque sufriera un protectorado. Aún así, esas opresiones son las mismas.

No tachamos de “colonizado” al hombre europeo musulmán creyente que adopta usos y costumbres occidentales, por ejemplo, la vestimenta. Ellos pueden vestir traje y corbata, jeans, polo. No dan una imagen de hombres colonizados por occidente. Al contrario, una mujer creyente musulmana que no utilice el velo, sí se llama así. No tachamos de “colonizado” a un hombre musulmán que abraza las doctrinas de Marx o Lenin, no. Pero si una mujer creyente musulmana abraza el feminismo dejando la religión en el ámbito de lo privado, será una renegada, una traidora a sus valores, cultura y costumbres y será demonizada no solo por su patriarcado, si no por esta ola de posmodernos trasnochados que viajaron un día a Marruecos y llegaron impregnados de orientalismo. O peor, por señoras catedráticas o con masters en “cultura árabe” que pasaron unos buenos años en un Egipto que no existe.

Son ellas, las que no han nacido en contextos musulmanes pero los han “disfrutado” las que desde sus púlpitos nos explican amablemente cuál es nuestra cultura, las que nos dicen que debemos esperar, las que nos regañan por occidentalizadas y blancas.

De lo que no nos hablan es de la corrupción propiciada por los países invasores, corrupción que, asombraos, también llegan al ámbito del feminismo, porque todo es susceptible de ser corrompido.

También, como no, están las musulmanas de pro, aquellas que como Dalia Mogahed, que en el mismo diario, y para aseverar que se está utilizando a las mujeres musulmanas para propagar la islamofobia, tiene que remontarse 1000 años atrás para explicarnos los beneficios que el islam trajo para las mujeres. Olvida, entre otras cosas, que (según la misma leyenda que Mogahed considera histórica), la mujer del profeta era empresaria cuando el aún bebía leche materna.

En el mismo diario, esta vez en una entrevista a la artista visual Yolanda Domínguez, esta dice la siguiente frase lapidaria: “El burka y el bikini son las dos caras de la misma moneda”; claro que en la misma entrevista se habla del feminismo de Beyoncé y de la mirada feminista que tiene que tener una mujer cámara en una peli porno…asombrémonos. Lo de comparar bikinis, tacones y maquillaje se les está yendo de las manos.

No, no hay comparación posible y hay que tener más empatía, más seso a la hora de hacer estas comparaciones. Si alguien piensa que una mujer debajo de un nicab no lleva tacones de 10 cm, ni va maquillada, ni ha sufrido operaciones de estéticas es que no conoce el mundo real. A ellas, como a ninguna mujer, no las encierran, apalean ni asesinan por no querer llevar tacones o maquillaje u operarse las tetas, pero sí por no querer llevar el nicab, hiyab o burka.

Es lastimoso todo esto, lastimoso porque nos lastima. Y no es solo este medio.

Tenemos al diario El País, que hoy publica sin rubor un articulo de Noelia Rodríguez en su sección de feminismo, donde se regaña a quien publica fotos de aquellas pocas afganas que disfrutaron de cierta libertad allá por los 70 (da a entender que pueden incitar a la islamofobia). Todo puede incitar a la islamofobia, esa palabra que cierra bocas y aumenta la tirada de ciertos diarios. Efectivamente, como dice este articulo, fueron pocas las afganas que disfrutaron este breve periodo de libertad, ¿también hay que ocultarlo para no ofender? ¿ofender a quiénes? A quienes consiguieron que más mujeres no disfrutaran lo que la autora del articulo disfruta plenamente?

El articulo acaba con una frase que duele: “Traednos vuestra democracia, no vuestros bikinis”.

Recordaréis, vosotras, mujeres españolas que ya estais en los 50 que ponerse un bikini en España no fue posible hasta que se acabó con el nacionalcatolicismo…¿lo recordáis?

Señoras, sin bikini no hay democracia, eso deberían saberlo ustedes que afortunadamente, por vivir en democracia, pueden utilizarlos.

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