Según la obra “Propaganda” de 2008 de Edward Bernays, la propaganda funciona por medio de una lógica universal para lograr sus metas; movilizar, conseguir apoyos, influenciar, manipular opiniones de individuos, grupos y hasta instituciones. La palabra siempre ha tenido un significado despectivo, sobre todo, por haber sido denostada durante las guerras y dictaduras del siglo XX.
El arte siempre ha sido utilizado como vehículo propagandístico, ya fuera para evangelizar durante la Edad Media, para empoderar a algún príncipe italiano en el Renacimiento o para ensalzar regímenes totalitarios. Ejemplos y testigos del transcurrir de la historia, cada época de transición se refleja en el trabajo de los artistas de entonces, la evolución natural de la pintura, la escultura y la arquitectura ha sido producto de los acontecimientos y alguna vez incluso, protagonista de ellos. El arte y el poder han mantenido una estrecha relación desde siempre. La arquitectura se ha desarrollado paralela a las primeras grandes civilizaciones dominantes, los Zigurats en Mesopotamia, las colosales obras faraónicas, los templos griegos y los circos romanos, todo, construido para poner de manifiesto la grandeza de unos gobernantes.
Arquitectura propagandística para la glorificación personal
Centrándonos en la arquitectura propagandística para la glorificación personal, se ha de tener en cuenta a la Italia del Renacimiento, el arte que nos ha llegado no era solo un mero despliegue de estética, pensamiento humanista y nuevas técnicas, era, sobre todo, una cuestión de poder, por eso era tan necesario en las cortes modernas, dedicar tiempo y espacio a los artistas que construían la imagen del mecenas conocedores de la importancia de un retrato que mostrara la fuerza frente al rival y las bondades frente a sus súbditos. Los Medici, la familia más poderosa de Florencia, fueron responsables de la construcción de edificios y jardines que hoy son parte inherente de su belleza, la propaganda de esta familia ya se basaba en la repetición y simplificación del mensaje. Su escudo se encuentra por doquier en las construcciones que cambiaron la ciudad.
Otro claro ejemplo de imagen de ciudad vinculada a un dirigente es la transformación de Madrid con Carlos III que, no solo entrañaba modernización, sino publicidad de un rey preocupado por dejar su impronta a la vez que ponía a la capital del reino en el mapa del mundo ilustrado.
Pero son las construcciones de los gobiernos autoritarios del siglo XX, las obras de mayor relevancia en la propaganda política represiva. Algunos ejemplos siguen dominando la geografía de muchas ciudades europeas.
Antes de acabar la Guerra Civil en España, y para mostrar las bondades del nuevo régimen, se creó en 1938 la Dirección General de Regiones Devastadas dedicada a reconstruir las zonas afectadas por el enfrentamiento bélico que incluso contaba con una revista; “Reconstrucción” como medio difusor. El modernismo arquitectónico de los años treinta, dio paso a una tipología inspirada en tiempos imperiales aplicado a los nuevos edificios oficiales con el fin de revivir un lenguaje histórico de grandeza y poder típico de gobiernos autócratas. Se crearon además 300 pueblos nuevos en tierras expropiadas a republicanos y que se colonizaban con familias desplazadas a las que, se les adjudicaba por sorteo, una vivienda, en estos casos, la opción fue tender hacia la arquitectura popular de las llamadas casas “baratas”, el mismo modelo que ya se había llevado a cabo en Italia y Alemania. A algunos de estos nuevos asentamientos se les denominó con nombres que hoy chocan claramente con la Ley de Memoria Histórica y que generan un conflicto entre sus habitantes. Pero, el orgullo de Franco fue el monumento de “Valle de los Caídos”. Dedicado a los muertos del bando nacional y que humillaba a los demócratas que perdieron la guerra, muchos de los cuales, contribuyeron involuntariamente a la erección de la mega construcción durante 20 años.
Es bien conocido que Hitler era un artista frustrado, Speer, su arquitecto de cabecera, de gusto neoclásico, se encargó de construir la imagen de la Nueva Alemania en piedra y mármol, a imitación de las antiguas civilizaciones clásicas con mezcla de arte heroico teutón que pregonaba valores como la belleza, la obediencia y la pureza racial. La gran tribuna Zeppelinfield, con gran efecto teatral, era donde daba sus enérgicos discursos el führer, el Nuevo Palacio de la Cancillería y el Estadio Olímpico de Berlín o la Casa del Arte Alemán son ejemplos de la mega construcción y el clasicismo de la obra propagandística nazi, en cambio, se encargó de que todo arte que molestara al tercer Reich, según él, “degenerado” no tuviera cabida en el régimen nazi, por eso, una de sus primeras acciones fue cerrar la Bauhaus, fábrica de arte, ingenio e ideas que no interesaban al régimen totalitario.
Campo Zeppelín
La arquitectura fascista italiana en cambio, utilizó el talento de las vanguardias para expresar ese dinamismo en las obras que inmortalizarían a Mussolini en su ciudad ideal, el Eur, que debía ser enorme, práctica y austera reflejo de los periodos que había atravesado Roma, desde el estilo clásico, el renacentista y barroco con reminiscencias liberty y maneras del expresionismo alemán, como se aprecian en la Casa de la Juventud Fascista de Moretti o la Sede del Partido y el Palacio de la Civilización del trabajo, construido como una especie de coliseo cuadrado.
En cuanto a la arquitectura soviética de los mismos periodos, los ejemplos de poder y justicia de Stalin están patentes en construcciones como El Hotel Leningrado, o en edificios oficiales como el Ministerio de Asuntos Exteriores y residenciales como la Plaza Kúdrinskaya, de estilo gótico estalinista, eran construcciones gigantes que copiaban a los rascacielos norteamericanos. Como todos los dictadores, utilizó la demagogia en sus discursos y sus políticas, ejerciendo un paternalismo con los menos favorecidos que creaba fidelidad, por eso, se erigieron las jruschovki, largos edificios de pequeños apartamentos, sin ascensor, para cubrir las necesidades de la población con menos recursos, se construían rápidamente por el método de paneles mecano y con materiales de baja calidad. En la última etapa se fijó la misión de dar una imagen vanguardista con edificios de estilo Luzhkov con los que trataba de demostrar al mundo una modernidad en la URSS de la que en realidad carecía.
Edificio de la plaza Kudrinskaya
Actualmente cada gobierno pone gran empeño en dejar su impronta en las ciudades como vestigio de su buen hacer y huella para el futuro. En su planificación, no solo se tiene en cuenta las diferentes normativas que se establecen en pro de unas ciudades más accesibles y sostenibles, el componente ideológico es, siempre fundamental y, por tanto, marcará la forma en que se desarrollarán las urbes en el mañana.
Pero sin duda, la Megalomanía constructiva de los gobernantes totalitarios en Europa llenaron sus egos en pos de la posteridad a la vez que, realizaron su misión de propaganda perpetua de regímenes que no debieron existir, pero que nos han dejado como testigos de su paso por la historia, unas construcciones que a día de hoy se llenan de turistas y siguen dejando abiertas heridas, recuerdos de la dura represión que ejercieron los tiranos del siglo XX. De ahí el conflicto de algunos historiadores con respecto a su mantenimiento y conservación pues, siendo parte ya del paisaje histórico, no dejan de estremecer a los que conocemos lo que significaron sus construcciones.