El arzobispo de Granada, Javier Martínez, ha vuelto a enfundarse su sotana, igual que si de zapatos con plataforma y lentejuelas de una drag queen de la Iglesia se tratara, y se ha marcado un nuevo espectáculo. El prelado sale a escena como en un musical y con el mismo descaro que Kika Lorace con su Chueca es genial o Nacha la Macha con su Soy una feria, Martínez se marca su Ofensa a la razón. Y su público grita enfervorecido, en una cóctel de histeria y extremismo con filigranas de hipocresía, como en cada borrachera católica que se regalan.
A estas alturas de la película, no puede sorprendernos que Martínez tache de «criminales» a la ley de la eutanasia y la ley trans. Es parte del espectáculo del arzobispo para mantener viva la llama católica, cada vez más apagada con menos curas, menos bodas y menos alumnado de religión por los escándalos de dispendios, pederastia y otra suerte de pecados contra los que, curiosamente, nunca se pronuncia este sacerdote con uno de sus ‘musicales’… como el juicio que ahora se inicia contra un cura, profesor de religión, para el que se piden más de 67 años de prisión, acusado de 12 delitos de abuso sexual sobre varios menores a los que daba clase en un centro escolar de Vigo.
Hace ya más de una década que Martínez viene encendiendo a su hinchada en la catedral de Granada comparando el aborto con un «genocidio silencioso», hablando de sometimiento al personal sanitario similar al ejercido por Hitler o Stalin. Quiso manipular a su rebaño sugiriendo que el aborto, a sus ojos el asesinato de un niño indefenso por parte de su propia madre, abría la puerta a que el hombre cometiera todo tipo de abuso contra la mujer…
… y poco tiempo después, esta impostada defensa de la mujer cayó en el olvido, publicando un libro cuyo título ya era revelador: Cásate y sé sumisa. No es difícil de imaginar qué exponía el panfleto editado por la Catedral de Granada y que podríamos resumir con su «ahora es el momento de aprender la obediencia leal y generosa, la sumisión».
Toda suerte de disparates sirven para suplir el vacío intelectual de su discurso, desde afirmar que el uso del preservativo propaga el sida a inaugurar el curso Ética y Futuro de la Democracia –como si la Iglesia supiera lo que es la democracia-, en el que aseguraba que «una democracia sin valores se convierte en una dictadura», haciendo un llamamiento a la «recuperación moral». ¿Qué sabrá el tipo de valores cuando considera que detrás de la perspectiva de género hay una patología? Sobre sus valores, hace ya 14 años que nos dio alguna pista…
Corría el año 2007 cuando el arzobispo pasó a la Historia como el primer prelado en ser juzgado en España… y el primer condenado. Esta alma caritativa fue declarada culpable por un delito de coacciones y una falta de injurias contra un cura de la catedral de Granada, al que obligó a «paralizar por la fuerza» la elaboración de un libro sobre el templo. El problema no era tanto la temática del libro como su vinculación con Cajasur –confundada por la Iglesia católica-, algo que no era de su agrado. El rencor hacia la entidad carcomía las entrañas del arzobispo, después de que tuviera que salir por pies de su anterior puesto en Córdoba para terminar en Granada, al haber mantenido un enfrentamiento con el anterior presidente de la entidad, el sacerdote Miguel Castillejo. Desde ese choque, Martínez le puso una cruz –en el peor de los sentidos que se puedan imaginar- a la entidad bancaria.
El encargo del libro sobre la catedral vino por parte de Cajasur y el arzobispo no estaba dispuesto a eso. Para ello, amenazó a su víctima con un despido, le suspendió el sueldo y le profirió amenazas, erigiéndose como único dueño de la catedral y, según citaba la sentencia, diciéndole «con látigo te enseñaré a obedecerme». De ahí la denuncia y el posterior jucicio. Un angelito, vaya, el arzobispo.
El tipo se sabía en la picota, entiendo que con más cobardía por las consecuencias legales de sus actos que con arrepentimiento cristiano, y en lugar de utilizar la riqueza de la Iglesia para ayudar a las personas más desfavorecidas, decidió gastar casi 2.000 euros en un par de anuncios en periódicos locales para hacer publicidad de su postura.
Revisar la hemeroteca de entonces se convierte en material impagable para una telecomedia sobre un curilla farsante. «Ya os imagináis que es un suceso bien doloroso, como saben los miles y miles de personas que han pasado o pasan diariamente por esta prueba. Os ruego que oréis por mí», decía la publicidad, rescatando fragmentos de una de sus homilías en las que mentía a su parroquia hablando de «persecución religiosa en España», cuando en realidad lo que se perseguía era su abuso de autoridad.
La cuantía de la multa impuesta es lo de menos (3.750 euros), especialmente porque fue recurrida y retirada posteriormente, lo más relevante es que aun ganando el recurso los hechos se dieron como probados. Antes de ganar dicho recurso, bien sabía de sus faltas y no dudó en verter lágrimas de cocodrilo en una nueva homilía: «Soy frágil como todos los humanos y, como todos, tengo la necesidad de la misericordia».
Hoy en día, defender a la Iglesia católica es lo más parecido a militar en un partido político: da igual cuanto se diga y cómo se diga, sencillamente, se defiende a ciegas por encima de cualquier otra consideración. Vamos, que lo que diga el arzobispo va a misa. Como en política, esa sumisión ideológica, esa carencia absoluta de autocrítica es lo que ha terminado por hacer de la Iglesia y de los partidos silos estancos, aislados de la renovación, alejándose de la realidad. Si hay desafección política, el catolicismo tiene cada vez menos fieles… considerando fiel, en realidad, a cantidades ingentes de infieles que no hay día que no incumplan las leyes más sagradas de esta religión. Por eso, cada cierto tiempo, Martínez quiere hacer ruido con uno de sus ‘musicales’, ya convertidos en una comedia ramplona y de mal gusto.