Como consecuencia del primer acto público de la Liga Nacional Laica el 2 de noviembre de 1930, donde intervinieron Luis Araquistáin, Antonio Fernández Quer, Victoria Kent, Rodolfo Llopis, Pedro Rico y Álvaro de Albornoz, el periódico socialista, además de reseñar el mismo y las distintas intervenciones, emitió una serie de opiniones a cuenta del laicismo, la religión y la Iglesia que pasamos a recoger en el presente artículo, y que complementan nuestro conocimiento sobre esta materia.
Ya hemos estudiado la Liga Nacional Laica, en parte, en este medio de El Obrero, y hemos analizado la valoración que hizo de la misma el socialismo español entre 1929 y 1930, y en la que tanto protagonismo tuvo Luis Araquistáin. Este artículo se inscribe en este contexto.
Para el periódico socialista el mitin en el Teatro de la Comedia había congregado mucho público, destacando la presencia femenina. Las mujeres en un acto de tanta significación laicista era un motivo para el optimismo porque la Iglesia siempre había intentado tener a la mujer de su lado porque sabía de su influencia en los niños, en los novios y maridos, en la familia, en fin, siguiendo la clásica argumentación de parte de la izquierda sobre el poder eclesiástico sobre las mujeres. De ahí la trascendencia de que la mujer prestase atención a estos actos de laicismo, “de liberalización de la conciencia individual”.
Por otro lado, el éxito de la convocatoria demostraría, siempre según la opinión socialista, el especial momento en el que vivía el país. Mientras en los actos públicos convocados por las derechas iban los curas y las “damas catequistas”, el pueblo no acudía. Podía vivir dominado, pero sabía manifestar su disgusto, su protesta contra los que le esclavizaban. Así pues, se convocaba un acto laicista y acudía el pueblo de forma unánime, descomponiendo a las derechas.
Y esas mismas derechas afirmaban que España era monárquica, y en cuanto llegaba el momento de la prueba el pueblo afirmaba lo contrario, pasando lo mismo en relación con la religión. El periódico era categórico: el pueblo español no era religioso. Los católicos españoles no habrían sabido hacer del mismo, al que venían dominando y explotando desde hacía siglos, un pueblo religioso. Habían educado para el disimulo y la hipocresía, intentando crear un rebaño dócil.
En el acto del domingo había quedado claro, siempre según El Socialista, este problema. Es verdad que la cuestión religiosa no era el único problema que tenía España, pero sí era lo suficientemente grave porque impedía el progreso del país. Y eso ocurría por la inmensa influencia de la Iglesia Católica sobre los altos poderes del Estado, impidiendo que la política y la legislación se orientasen en un sentido liberal, consiguiendo que quedaran incumplidas las leyes que amparaban la libertad de conciencia. El periódico obrero acusaba a la Iglesia de vivir fuera de la ley, sin control alguno, siendo una especie de poder extraño que controlaba las funciones del Estado en beneficio de Roma, un argumento que no era el más empleado desde la izquierda para atacar a la Iglesia, y que nos recuerda el más usado en los lejanos tiempos del despotismo ilustrado. La Iglesia, por lo tanto, era un poder extraño y extranjero que se imponía al Estado español sin ningún derecho.
La responsabilidad de este estado de cosas era de los liberales españoles que no habían sabido nunca gobernar como tales. Se llamaban liberales y hasta anticlericales, pero luego presidían oficialmente actos religiosos, como procesiones y fiestas. El Estado estaba vigilado por el clero en todas sus funciones políticas, judiciales, legislativas y pedagógicas, en una suerte de tutela “bochornosa”, que mediatizaría la autonomía y la soberanía del propio Estado. Y por eso era necesario luchar.
Hemos consultado el número 6783 de El Socialista, de 4 de noviembre de 1930. Podemos acudir a la hemeroteca de El Obrero para consultar nuestros trabajos sobre la Liga Nacional Laica.