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Laicidad y emancipación de la mujer, por Victoria Contartese

Revista TEA de la asociación 20 de setiembre

· Este artículo de opinión proviene de la revista TEA #11, editada por la asociación uruguaya 20 de setiembre, que comparte los valores que Europa Laica promulga.

· Esta es una edición especial de TEA, en conmemoración del día internacional del laicismo, 9 de diciembre.

Laicidad y emancipación de la mujer

Emancipación, liberación respecto de un poder, de una tutela o cualquier otro tipo de subordinación.

Gayati Chakravorty Spivak, filósofa y experta en teoría literaria nos hace una pregunta básica pero potente ¿Puede hablar el subalterno? Esta pregunta ha dado lugar a una profusa producción ensayística no solo, aunque especialmente, desde la literatura feminista y a interesantes debates sobre la subalternidad sobre los que hablaremos brevemente más adelante.

Laicidad y emancipación son dos conceptos que parecen causa y consecuencia. Es decir, la laicidad como principio garante de una suerte de objetividad tácita que logra que no existan preeminencias políticas, religiosas o filosóficas particulares sobre el bien común, contribuye ciertamente a la emancipación de las personas para liberarles de los dogmas impuestos.

Pero esto, si bien es condición necesaria, no es condición suficiente para la mujer.

Es condición necesaria en tanto y en cuanto las religiones y el poder político por separado e influidos los unos en los otros han tenido históricamente un rol fundamental en la opresión de las mujeres, de sus conciencias, de sus cuerpos y su existencia.

La laicidad brinda el escenario propicio para que el debate feminista sea llevado a otros niveles.

Ha permitido que se promulguen leyes como la de la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo que garantizan la salud y la libre elección de muchas mujeres.

Ha permitido que existan las garantías mínimas para que las mujeres sean consideradas seres humanos. La laicidad resulta entonces una suerte de punto de partida, una base para pensarla igualdad.

Sin embargo debemos tener extremo cuidado cuando hablamos de igualdad, mujeres y hombres no somos iguales,razón por la que hoy estamos aquí reunidos hablando de la “emancipación de la mujer” y no necesariamente la “emancipación del hombre”.

La tutela a la que asumimos, estamos sometidas las mujeres no es la misma a la que puede estar sometido un hombre. Se ha avanzado en la ruptura de estructuras y cadenas pero aún siguen sin ser suficientes.

Históricamente, las mujeres, han sido el centro de la opresión, somos las subalternas casi por naturaleza y durante años asumimos ese rol sin cuestionamientos. Las religiones, los regímenes políticos autoritarios y los dogmas filosóficos han tenido a la mujer como centro de la violencia.

El ataque sobre los cuerpos de las mujeres buscando herir mucho más que la piel y las entrañas ha sido una práctica sistemática de los centros de poder dogmáticos a lo largo del tiempo. Una práctica que sigue existiendo, hoy adquiriendo otras formas, otros discursos, algunos incluso disfrazados de libertad.

La violencia ejercida sobre las mujeres, histórica, sistemática y hasta hace no mucho tiempo “legitimada” no puede ser en ningún caso, excusa para pasar de víctima a victimario. La subalternidad es la consecuencia simbólica de la mal llamada “emancipación”. Sí, nos hemos liberado de algunas cárceles pero sin querer hemos entrado en la peor de todas.

Simone deBeauvoir dice en la introducción de su libro El segundo sexo, ”El tema es irritante, sobre todo para las mujeres; pero no es nuevo. La discusión sobre el feminismo ha hecho correr bastante tinta; actualmente está poco menos que cerrada: no hablemos más de ello. Sin embargo todavía se habla.”

Sí, todavía se habla, aún sesenta años después y seguiremos hablando todas las décadas que sean necesarias y la discusión es irritante, sobre todo para las mujeres.

Actualmente la discusión está poco menos que cerrada, actualmente resulta difícil discutir sobre la mujer, sobre cómo ser mujer es diferente por encima de las nociones de igualdad que defendemos y en las que creemos.

La cárcel invisible en la que nos encontramos ahora es la más peligrosa de todas, es la que se disfraza de lo que no es, es llamar patriarcado a todo lo que nos saca de la individualidad, esa que nos dice que tenemos razón y que siempre el equivocado es el otro.

Nuevos dogmas, nuevas posturas metafísicas que invaden las redes sociales, nuevos gurúes que nos dicen cosas políticamente correctas, que hablan de energías universales, aceptación y resiliencia velando un discurso capitalista de consumo de experiencias y sensaciones que apuntan a que estemos inmersos en una realidad casi paralela en donde todo lo que vemos, todo tiene un filtro que distorsiona la realidad.

La cárcel en la que nos encontramos usa el concepto de subalterno de forma inteligente, haciendo que reneguemos de esa condición pero que al mismo tiempo no tomemos acciones para salir. Hemos cambiado unos dogmas viejos por otros que atacan nuestra integridad como personas inhabilitando el encuentro, el espacio común, el intercambio, la posibilidad de pensar una realidad que escape a las dicotomías.

Hemos obturado en el grito callado, la posibilidad de hacer valer nuestras diferencias como iguales. Hemos cambiado el sentido al símbolo revolución y lo hemos transformado en remeras.

¿Qué espacio queda para la laicidad en este mar de dogmas? Es difícil pensarlo pero es necesario tener presente asimismo que los enemigos han cambiado de forma y que debemos identificarles para ir contra ellos.

Es como si necesitáramos una nueva hoja en blanco que nos permitiera escribir de nuevo, reconociendo todo lo ganado y sobre todo lo perdido para aprender de ello. Reagruparse para volver a pelear, desde aquel viejo y querido sentimiento de justicia social que reconoce que igualdad y equidad no son lo mismo y que ambas son necesarias.

Resta ahora, reconocer las diferencias y en ellas la posibilidad de otra forma de acción, de cambiarla estructuras de la que renegamos. No es sencillo pensar en otra forma de hacerlas cosas, una forma con forma de mujer, una lógica verdaderamente emancipadora también para los hombres, una que nos permita expresar nuestra subjetividad. Esa es también la lucha del feminismo.

Se trata de igualdad en derecho y oportunidades teniendo en cuenta las diferencias desde una posición donde no haya subalternos. Se trata de emanciparnos de los anquilosamientos que nos dicen que hay una manera de hacer las cosas y esa manera es la que han diseñado hombres para hombres y entonces las mujeres para tener esa sensación de falsa igualdad, hacemos esfuerzos sobrehumanos para estar a lo que mal consideramos “a la altura”.

Se trata de que la altura sea una fijada entre todos y todas, teniendo presente que para transitar el camino que nos lleve a la verdadera revolución social hay que reconocerse en la otra persona, hay que salir de la cárcel invisible en la que todos pero especialmente todas, somos subalternas.

El subalterno no sabe que lo es, porque en el momento en que toma conciencia deja de serlo. Es el dilema del amo y el esclavo, es la necesidad del librepensamiento, ese al que aspiramos.

¿Puede hablar el subalterno? Sí, hoy puede hablar, el problema es si hay alguien que le escuche porque estamos todos demasiado concentrados en escucharnos a nosotros mismos.

No importa cuánto quieran hacernos creer en la libertad, no importa cuánto podamos “expresarnos” por las redes, no importa cuánto podamos gritar si no estamos dispuestos a realizar la verdadera transformación. Esa que nos va a permitir romper con lo establecido, desde las mismas estructuras.

Emanciparse en un sentido amplio, como personas, ser laicos para poder librepensar.

No es sencillo pensar en otra forma de hacer las cosas, una forma con forma de mujer, una lógica verdaderamente emancipadora también para los hombres, una que nos permita expresar nuestra subjetividad. Esa es también la lucha del feminismo.

Victoria Contartese
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