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RECOMENDADO: La Justicia Social arruinó el ateísmo (II)

Una de las cosas que mencioné al principio de la primera entrega de este artículo es la facilidad con la que se etiqueta de nazi (o altright, o neonazi, o de extrema derecha, o supremacista blanco, o adyacente al supremacismo blanco) a una persona por su escepticismo frente a la Justicia Social, y cómo deberíamos reservar esas etiquetas para casos en los que abunde la evidencia de que alguien suscribe de hecho esa lacra de ideologías.

Más me demore yo en traducir mi carta a Gretchen diciendo eso, que en aparecer un artículo acusando a los movimientos ateo y escéptico de haber virado a la extrema derecha y la alt-right, y asegurándose de mencionarme varias veces en los primeros párrafos. ¡El asesinato de mi reputación va sobre ruedas!

En esta ocasión, el autor es el profesor mexicano Miguel Ángel Civeira González (Maik para los amigos), autor del blog Ego Sum Qui Sum, quien vino a rematar lo que había empezado Daniel Galarza Santiago.

Por supuesto, las mentiras sobre mí no se hicieron esperar. Civeira abre el artículo asegurando que tras la muerte de George Floyd yo compartí una gráfica con estadísticas sobre incidentes de crímenes violentos interraciales de 2018 en mi perfil de Facebook, lo cual es absolutamente falso. (Civeira ni siquiera tiene acceso a mi perfil.) Quien sí le ha dado difusión a la gráfica ha sido el propio Civeira, que la reprodujo en su artículo, y además ya la había puesto en su perfil de Twitter. Además, quienes me han leído saben que yo jamás publicaría una gráfica de ese tipo, porque para mí la solución pasa por dejar de obsesionarse con el color de piel, y que un crimen violento está mal y es reprochable siempre, independientemente de los niveles de melanina de los involucrados.

Es la Experiencia Sam Harris — no importa qué tan articulado y cuidadoso trate de ser uno, ni qué tan explicita y contundentemente rechace la extrema derecha (e incluso la derecha normalita), la Justicia Social siempre encontrará la forma de equiparar que uno tenga reparos con su doctrina a ser un nazi convencido. Y claro, Civeira podrá decir que él tuvo la cortesía de mencionar que yo había cometido un error (que para completar ni siquiera cometí), pero eso no es lo que va a entender el buscador de Google, ni nadie más que venga buscando sangre. Les bastará con enlazar al artículo y, por arte de mafia, mi nombre quedará manchado para siempre. ¡Gracias Maik! Uno nunca tiene suficientes dianas en la espalda.

Esto no es demasiado sorprendente. Además del matoneo y del acoso, otra de las respuestas insignia con las que la Justicia Social trata a sus críticos es difamándolos. Laird Wilcox ha identificado el proceso de difamación ritual que utilizan, así que al menos podemos decir que esto no era inesperado. De hecho, a Galarza le pareció muy entretenido que yo supiera que me estaban asignando posturas que no tengo, y lo celebró en sus redes. En fin, business as usual para los Justicieros Sociales.

Pero eso no es todo. Civeira menciona que yo compartí la publicación de un policía americano negro que se hizo viral hace unos años, en donde cuestiona varios postulados del grupo activista Black Lives Matter (BLM). Resulta que ese oficial no tiene un gran dominio de la estadística, y su publicación pierde un poco de contundencia cuando él interpreta los números. Luego, Civeira menciona mi celebración del hoax de los estudios de agravios (también llamado Sokal al Cuadrado), y dice que me pareció una brillante refutación del feminismo. Y termina invitándome a preguntarme por qué me dejé engañar por todo esto y, como a los woke les encanta pretender que pueden leer mentes, Civeira ofrece su propia explicación de que yo habría sido víctima del sesgo de confirmación, en mis supuestos prejuicios contra el feminismo y el antirracismo.

No Maiky, yo no tengo prejuicios contra el feminismo y el antirracismo. Si me opongo a BLM es porque el activismo de politica de identidades es contraproducente con sus fines declarados (más adelante desarrollo esto), y termina creando más divisiones y tensiones raciales. Ahora bien, puede que yo me haya equivocado una vez sobre las estadísticas de muertes en EEUU a manos de la Policía — eso no reivindica las tácticas de BLM, ni significa que a mí no me importen las vidas negras. Pero por supuesto, no le íbamos a pedir al buen Mike que tuviera en cuenta todas estas consideraciones y matices, que se vuelven incómodos cuando estamos participando de una difamación ritual.

En cuanto a los estudios de agravios, yo sí celebré el hoax, pero nada dije de que refutara el feminismo — esa es otra mentira, pues como política personal hace varios años decidí no hablar de feminismo en general, porque la palabra puede significar cualquier cosa dependiendo de quién la use y quién sea la audiencia, y una palabra con significados tan difuminados para lo único que sirve es para enfrascarnos en discusiones semánticas. Y creo que meterme en una discusión semántica es perder de vista el objetivo, cuando a mí lo que realmente me importa es que las mujeres y los hombres tengamos las mismas oportunidades y responsabilidades, que cada uno pueda decidir sobre su cuerpo, que todos podamos ejercer y gozar de nuestros derechos, y vivir vidas tan plenas como sea materialmente posible. La etiqueta que cada quien le ponga a eso no está entre mis prioridades.

Y aunque es cierto que no critiqué el hoax de Pluckroseet al. por haber recurrido a journals cuestionables, también es igual de cierto que mi preocupación está más que todo en la rigurosidad académica de los estudios de género (y demás) así que en vez de quedarme en el asunto de Sokal al Cuadrado, preferí extender la cortesía de que los expertos en estudios de género (y demás) ofrecieran su mejor evidencia en defensa de esas disciplinas. Hasta la fecha, un total de cero internautas se han acercado a darnos la mejor defensa de los estudios de agravios que hayamos visto. Es un detallazo de Maik haber omitido este hecho inconveniente; así nos evita leer las toneladas de evidencia que sustentan los estudios de género. Y de paso sirve para poner mi integridad en tela de juicio. De nuevo, ¡gracias Maik!

¿Cuál giro a la derecha?

Dejando de lado las calumnias, mentiras y medias verdades sobre mis posturas, la tesis de Civeira es que el movimiento escéptico se movió a la extrema derecha del espectro político, con una supuesta reacción virulenta contra el feminismo, el antirracismo, el activismo LGBTI, y demás causas que nominalmente se agrupan bajo la sombrilla de la Justicia Social.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que la ideología de la Justicia Social no es lo mismo que esas causas que congrega nominalmente. Uno puede estar a favor de la igualdad entre hombres y mujeres, y en contra de la discriminación por motivos de raza u orientación sexual; y a la vez oponerse a la forma como la mal llamada Justicia Social pretende adelantar estas causas. La trampa de la Justicia Social radica, precisamente, en ignorar esta distinción y asumir por defecto que oponerse a sus medios equivale a oponerse a sus fines. No es coincidencia que Civeira equipare mis posturas con una oposición al feminismo y al antirracismo; ni que afirme que el escepticismo reaccionó virulentamente contra esas causas.

Esto no fue así. Como expliqué en la primera parte de este ensayo, los justicieros sociales empezaron sus campañas de acoso y matoneo contra quien se atreviera a discrepar de sus métodos, y asi como Civeira hizo conmigo, empezaron a acusar a todo dios de oponerse a la igualdad, y de ser nazis y de extrema derecha. Y hubo una reacción virulenta contra eso.

De hecho, tenemos un ejemplo público que sirve para ilustrar el punto. El incidente ocurrió frente a cámaras de televisión y millones de espectadores alrededor del mundo, en Real Time, el programa nocturno de Bill Maher, cuando Sam Harris dijo que el islam es la mayor fuente de malas ideas, y la reacción de Ben Affleck fue perder la compostura y estallar, acusando a Harris y Maher de racismo:

Hubo mucha gente de acuerdo con Ben Affleck (!); pero esa interacción también sirvió para despertar a mucha gente frente a los disparates de la religión woke. Por ejemplo, la activista canadiense Yasmine Mohammed ha dicho que ese arrebato del actor fue el catalizador para empezar a hablar en contra de la superstición mahometana y cómo sus caprichos autoritarios son consentidos por la ideología de la Justicia Social — Mohammed publicó un libro en donde explica cómo la visión condescendiente y paternalista de la izquierda regresiva con el islam termina excusando las atrocidades cometidas en nombre de Alá y su profeta Mahoma, particularmente aquellas cometidas contra las mujeres.

Decir que los escépticos y ateos tuvimos una reacción virulenta contra el feminismo y el racismo es casi como decir que Yasmine Mohammed tuvo una reacción virulenta en contra de que los musulmanes tengan los mismos derechos que todos los demás. Eso, simplemente, no fue lo que pasó.

Ahora bien, la cosa se complica porque la tesis de Civeira, si bien está equivocada, incluye algunos aspectos que son ciertos. Por ejemplo, yo también he notado que en su desprecio por la Justicia Social, algunos ateos se han ido al otro extremo, y empiezan a idolatrar a personajes de cuestionable catadura moral, como Jordan Peterson. Éste ha repetido la mentira de que los nazis eran ateos (cuando realmente eran cristianos, principalmente católicos), y también afirma que los ateos no existimos, que es imposible que un ser humano no crea en por lo menos un ser sobrenatural — yo no me explico por qué narices un ateo vería a este señor como algo diferente a un enemigo. Para rematar, la filosofía de Peterson es bastante posmoderna, en el sentido de que no admite la existencia de una realidad objetiva (como amargamente lo vino a descubrir Sam Harris durante su podcast con Peterson, en el que este esquivó cualquier noción de que hay una realidad objetiva conocible); como guinda del pastel, la forma como Peterson entiende el mundo es una reedición de la pseudociencia psicoanalítica de Carl Jung, así que en el gran esquema del escepticismo, el tipo está más cerca de Deepak Chopra que de Carl Sagan. Pero este artículo ya está demasiado largo como para divagar; volviendo al punto…

Nuestro ejemplo de Bill Maher vuelve a ser útil. La inapropiada indignación de Ben Affleck también fue el evento que hizo despertar al presentador Dave Rubin frente a los absurdos woke. Ahora bien, Dave Rubin es casi que una parodia calcada en vida real de lo que Civeira describió: un tipo que en nombre de oponerse a la Justicia Social terminó yendo en contra de las causas de la igualdad, con malos argumentos además. Mi decepción con Rubin ocurrió bastante temprano, cuando este admitió que no le interesaba defender la libertad de expresión frente a los ataques provenientes de la derecha. A quien sólo le interesa defender la libertad de expresión de los ataques de un lado del espectro político, realmente no le interesa la libertad de expresión. Este no era un paladín de la Ilustración, sino un partidista dispuesto a usar argumentos legítimos para adelantar su agenda política, un ideólogo, un propagandista.

Sería deshonesto de mi parte si no reconociera que algunos ateos y escepticos efectivamente siguieron la trayectoria de Rubin. Ellos, de manera individual, viraron a la altright, y abrazaron cualquier soplapollez que se les presentara siempre y cuando ‘refutara’ el feminismo, o sirviera para resaltar la cultura de la cancelación cometida desde la izquierda.

Esa es toda la extensión de la veracidad de la tesis de Civeira: algunos ateos creyeron que oponerse a la Justicia Social justificaba cualquier cosa. Pero decir que el ateísmo y el escepticismo organizados viraron en su totalidad a la derecha es como decir que no hay ninguna diferencia entre Yasmine Mohammed y Dave Rubin.

Es chistoso que Civeira acuse a todo el movimiento de olvidarse de la rigurosidad y, al mismo tiempo, no quiera pueda hacer la distinción entre quienes nos oponemos al carácter autoritario de la Justicia Social y los que usan eso como excusa para avanzar agendas políticas oscurantistas.

La tesis de Maik se termina de quedar sin ningún sustento cuando uno considera el comportamiento de las organizaciones ateas en la última década.

Basta con visitar la pagina web de la American Humanist Association (AHA) para ver que su visión gira completamente en torno a la Justicia Social — ya no es el humanismo lo que los mueve, sino su compromiso con el chovinismo travestido de «diversidad, equidad e inclusión». La AHA, además, acaba de publicar el que posiblemente sea el comunicado de prensa más sadomasoquista de la Historia, en donde se se revuelcan ad nauseam en su sentimiento de culpa, pidiendo perdón por su privilegio y ser parte del problema (?) y dicen que van a trabajar incansablemente para remediar eso.

American Atheists no se queda atrás. Cuando no están culpando a los ateos por las masacres cometidas en nombre del supremacismo blanco, se encuentran organizando conferencias para promover la Justicia Social. Por ejemplo, hace apenas unos días su conferencia de 2021 (2-4 de abril) tuvo entre sus conferencistas invitados a Kavin Senapathy (la señora que cree que «ser blanco» es un argumento contra las personas, y un motivo para ser descalificado de un trabajo).

El grupo de litigio estratégico Americans United for Separation of Church and State (AU) le retiró unilateralmente la afiliación a Thomas Sheedy tras la creación de Atheists for Liberty, del que este último es cofundador. La explicación de AU fue que los valores de Sheedy no se alineaban con los de la organización. Hay que tener en cuenta que la única diferencia de valores entre AU y Atheists for Liberty es que esta última es explícitamente no woke. Vaya, ¡cuánta tolerancia!

Durante más de media década, la Secular Student Alliance (SSA) mantuvo al racista y sexista Ryan Bell como Gerente de Organización Nacional, y nunca dijeron nada sobre su abierta intolerancia. (Al parecer, los prejuicios raciales y sexistas están bien, siempre y cuando sean contra los hombres y los blancos.)

Consideremos que hace apenas unos días, American Atheists, la AHA y la Secular Coalition for America se encarnizaron contra Richard Dawkins cuando este cortejó una conversación sobre la discrepancia de actitudes frente al transracialismo y la población trans. Courtney Heard, cofundadora y vicepresidente de la organizacion International Atheists Association tambien manifestó su apoyo a la difamación ritual contra Dawkins.

¿Dónde está el supuesto giro a la derecha? No, en serio: ¿dónde está?

Quizá sin que sea demasiado sorprendente, ni una sola de las organizaciones ateas y escépticas de las que tengo conocimiento promueven ninguno de los temas de la agenda de la altright, o nada que se le parezca. Miguel Ángel Civeira no pudo aportar ni siquiera un mísero ejemplo en el que una organización atea o escéptica defienda el supremacismo blanco, el separatismo blanco, el populismo de derechas, la oposición a la inmigración, el racismo, el antisemitismo, la negación del Holocausto, la xenofobia, el machismo, la homofobia o la intolerancia contra la población musulmana.

Afortunadamente, tampoco ha habido casos en los que los grupos que la altright ataca hayan sido culpados de la masacre de Christchurch (Nueva Zelanda) por una organización atea, o en donde una organización ‘humanista’ le haya dado su premio del año a un activista de extrema derecha que haya enviado a sus seguidores a acosar a una estudiante con problemas de salud mental y un pasado de abuso sexual. Y cualquier miembro de la nómina de una de estas organizaciones que hubiera estallado en diatribas contra mujeres y negros —como lo hizo impunemente Ryan Bell contra los hombres y los blancos— habría perdido su trabajo más rápido de lo que le tomó a Civeira inventarse que yo había compartido una gráfica que jamás había visto en mi vida.

He señalado cómo múltiples organizaciones ateas y escépticas fueron envenenadas por la Justicia Social, pero sólo sé de una —Atheists for Liberty— que aunque nominalmente congrega ateos de cualquier parte del espectro político, se inclina un poco a la centro-derecha. Los escépticos de Milwaukee han sido acusados de ser de derechas porque su conferencia MythCon ha contado con invitados de todo el espectro político — yo no creo que eso sea suficiente para ubicar a nadie en la derecha (en especial porque Mythcon también ha invitado justicieros sociales), pero como demuestra el artículo que nos convoca en esta ocasión, las acusaciones de ser de derechas están a la orden del día.

¿Que hay algunos ateos que tenemos una reacción virulenta a la mal llamada Justicia Social, por su autoritarismo y esencialismo biológico? Sí, pero eso no nos hace enemigos de la igualdad, sino enemigos del autoritarismo y del esencialismo. Eso no pone a nadie del lado de la altright.

Así que no, el ateísmo y el escepticismo organizados nunca viraron a la derecha: la mayoría, si no todas, las organizaciones ateas, que son las que envían expertos a los programas de entrevistas, organizan conferencias, recaudan fondos, presentan demandas, sacan anuncios en el periódico y hacen lobby, están cómodamente del lado de la Justicia Social… que ya puestos, en ultimas si termina favoreciendo a la extrema derecha, aunque ya llegaremos a esa discusión más adelante.

Las banderas de la igualdad

Galarza y Civeira parecen convenir en que antes de 2010 los movimientos ateo y escéptico se dedicaban exclusivamente a cuestionar las afirmaciones paranormales y pseudocientíficas, y que la aparición en escena de las causas que nominalmente conciernen a la justicia social fue algo ajeno con lo que nunca habían lidiado, y que llevó a una reacción virulenta contra las mismas. Esto es boñiga.

El movimiento ateo estaba ahí, al pie del cañón, abogando por el derecho de las mujeres a ir sin burka o niqab —de hecho, a ir tan ligeras de ropa como se les de la regaladísima gana—, a interrumpir su embarazo, a ser elegidas a cargos de elección popular, y a divorciarse. Los escépticos señalarían que es imposible que un feto sienta dolor antes de la semana 26, y que la anatomía cerebral femenina no las hace menos ideales para manejar, votar o tener sus propias cuentas bancarias. Ambas comunidades abogan por la educación sexual basada en la evidencia, y que los adolescentes tengan fácil acceso a anticonceptivos para evitar ITS y embarazos no deseados; también hemos apoyado y defendido la vacunación contra el VPH.

De igual forma, los escépticos ayudamos con la divulgación de que las relaciones homosexuales abundan en el reino animal, que los gustos de alguien no hacen a esa persona menos merecedora de dignidad y respeto, que la atracción hacia personas del mismo sexo no hace a nadie menos capaz para criar hijos, y que las supersticiones de los nómadas del desierto de hace cientos de años no deberían dictar la política publica de hoy en ningún tema, ni siquiera el de la familia.

Y a ningún ateo con dos dedos de frente y un poquito de amor propio le quedaría grande entender que la discriminación por no creer en dioses no es muy diferente de la discriminación que sufren las comunidades gay y lesbiana cuando también son rechazados por lo que pasa al interior de sus cabezas, por sus intereses románticos y sexuales. Por eso muchos hemos apoyado el matrimonio homosexual.

Los ateos tampoco nos hemos quedado callados frente al racismo. De los argumentos más contundentes contra los delirios de la Iglesia Católica de ser algún tipo de líder espiritual o autoridad moral son los que recuerdan que el Vaticano apoyó a Hitler —hasta le celebraban su cumpleaños—, ayudó a nazis a escapar el juicio, el estatus del Vaticano como país es la última obra fascista en pie de Europa; y el papel que jugó la Iglesia Católica en promover el odio étnico que llevo al genocidio en Ruanda.

Asimismo, los ateos hemos apoyado las iniciativas de baños no segregados por sexo, y hemos explicado que el género no es una ideología. Algunos escépticos también hemos señalado las similitudes neurológicas entre los hombres cis y trans, y las que hay entre mujeres cis y trans.

Entonces resulta que los ateos y escépticos ya estábamos apoyando las causas de la igualdad, y sin necesidad de recurrir al autoritarismo, el tribalismo, las políticas de identidad, ni la corrección política. Y aunque ocasionalmente uno se tope con un ateo troglodita (que los hay), venir a retratarnos como tal a todos los que no suscribimos la ideología woke es un burdo intento por desdibujar la realidad.

pretender que a los ateos nos traía sin cuidado la igualdad antes de que el chovinismo se disfrazara de ella y se bautizara Justicia Social es una mentira como una casa. Aunque este concepto les quede grande a algunos, lo cierto es que uno puede ser ateo, escéptico, rechazar la ideología de la Justicia Social y no ser facha. Y —¡horror!— algunos, además, somos de izquierdas.

¡Es casi como si la igualdad fuera uno de los estandartes de la Ilustración, o algo!

La amenaza fantasma

Galarza y Civeira no se preocuparon demasiado por ocultar que, para ellos, cualquier oposición a la Justicia Social equivale a ser un virulento reaccionario de extrema derecha al que la igualdad le genera sarpullido. Seguramente habrá una que otra persona así, pero existen motivos de peso para que los ateos y escépticos de a pie no queramos tener nada que ver con la mal llamada Justicia Social.

Aunque se podrían escribir ríos de tinta al respecto (y más de uno lo ha hecho), el caso resumido es que la Justicia Social tiene la anatomía de un culto — y el más elemental instinto de conservación impediría que una persona que ha rechazado las patrañas religiosas, paranormales, autoritarias y pseudocientíficas se vincule alegremente con esta ideología.

Por qué alguien que es ateo, o sea que pertenece a la minoría más perseguida y oprimida de la historia, querría hacer parte de un grupo que se caracteriza por la tolerancia, empatía y madurez emocional de Joffrey Baratheon me supera. Veamos.

Libertad de expresión

La libertad de expresión es el derecho sobre el cual se erigen los demás; es el pilar de la civilización, y nuestra principal arma para combatir las expresiones del pensamiento mágico como la religión, las pseudociencias y las teorías de la conspiración.

En vista de que todo lo que nos separa del colapso de la civilización es que podamos tener una serie de conversaciones exitosas, la animadversión que la Justicia Social exhibe contra la libertad de expresión debería prender las alarmas en cualquier persona medianamente preocupada por el estado del mundo.

La Justicia Social ha traído consigo la cultura de la cancelación: esto es la práctica de una forma moderna de ostracismo en la que se expulsa, se cancela, algo o a alguien de los círculos sociales, académicos y/o profesionales, ya sea en línea y/o en persona, por decir o hacer algo políticamente incorrecto. Normalmente viene acompañada de acoso y matoneo en redes. Así que salvo que uno cuente con suficiente respaldo institucional, es peligroso decir cualquier tipo de cosas, incluso las más triviales, pues si alguien decide ofenderse, lo que uno haya dicho tiene el potencial de costar oportunidades laborales y destrozar trayectorias profesionales. Es un clima hostil de censura, autocensura y matoneo.

Cuando la derecha notó la predilección que tienen los justicieros sociales por callar a los demás, empezaron a denunciar estas prácticas rutinarias de censura —y con justa razón—; y en vez de admitir que estaban mal, los justicieros sociales decidieron redoblar la apuesta, decir que los únicos que se preocupan por la libertad de expresión son los simpatizantes de los nazis (!), y que no hay cultura de la cancelación. Así que ahora oponerse a la censura sistemática o expresar preocupación por la libertad de expresión es graduarse de ser de extrema derecha.

No obstante, hay justicieros sociales que admiten la existencia de la cultura de la cancelación (normalmente, después de haber sufrido una cancelación ellos mismos) — para la muestra, Natalie Wynn, mejor conocida por el nombre de su canal de YouTubeContraPoints (y quien Civeira considera una justiciera social razonable), publicó a principios de 2020 un video de una hora y cuarenta minutos abordando el tema. La más reciente admisión de que la Justicia Social fomenta este clima de censura y matoneo vino hace apenas unos dias por parte de la justiciera social Lindsay Ellis, en su propio video de una hora y cuarenta minutos; Ellis comenta que prefiere llamarle «La Bestia» porque reconocerla como «cultura de la cancelación» sería darle municón a la derecha (?). Y uno aquí pensando que la munición para la derecha son las cancelaciones sistemáticas…

¿No hemos tenido ya los ateos suficientes intentos de callarnos por pensar diferente, como para venir a hacernos los de la vista gorda ante un clima cultural hostil a que las personas digan lo que piensan? Negar este estado de cosas es como tratar de tapar el Sol con un dedo. La plataforma de columnas por suscripción Substack no sería tan exitosa si no hubiera habido suficientes personas famosas que la turba woke intentó censurar (Bari WeissJohn McWortherJesse SingalMatt TaibbiAndrew SullivanScott Alexander) — y aunque es maravilloso saber que en algunos casos las personas pueden recuperarse, el principal problema es la cancelación de personas comunes y corrientes, y normalmente de escasos recursos, que no cuentan con una cuantiosa oferta de Substack para poder seguir pagando las facturas. ¡Y estas abundan!

Pero el problema que la Justicia Social tiene con la libertad de expresión no sólo se limita a la cultura de la cancelación, sino que es más amplio; otros indicios de cómo la ideología woke amenaza este derecho humano se encuentran en la constante expansión de la lista de palabras tabú (y en consecuencia, de las cosas con las cuales se puede cosechar indignación), el mantra de que las palabras son violencia, y los llamados a castigar cualquier expresión etiquetada con el indefinido y vago concepto de «discurso del odio«. Todas estas son tácticas de los religionistas, no de librepensadores.

Pongamos un ejemplo. En 2018, la conferencia de los escépticos de Milwaukee, MythCon, fue saboteada con una amenaza de bomba que resultó ser falsa pero que consiguió que la policía desalojara el teatro donde se estaba llevando a cabo —la conferencia continuó en los bares locales—. Aunque igual pudieron haber sido fundamentalistas cristianos, tratar de impedir el libre intercambio de opiniones en esta década es una movida insignia de los justicieros sociales; por ejemplo, a diferencia de los justicieros sociales, los fundamentalistas cristianos no tenían motivo para tratar de impedir la realización de la conferencia de la Sociedad de Periodistas Profesionales sobre GamerGate (un movimiento de gamers contra la mala ética periodística que caracteriza el cubrimiento mediático de los videojuegos), que también fue interrumpido con falsas amenazas de bomba. Al igual que los movimientos ateo y escéptico, GamerGate también ha sido objeto de campañas de desprestigio, con las típicas acusaciones falsas de racismo y sexismo.

Diversidad Delitos de pensamiento

La pluralidad de puntos de vista es una condición necesaria para el librepensamiento, y es la base de la creación de conocimiento. Para emanciparse de los grilletes de la ignorancia, el pensamiento mágico y la superstición, primero es necesario tener la posibilidad y la disposición de entrar en contacto con ideas y autores que desafíen lo que uno cree o piensa inicialmente.

En este caso podemos retomar las palabras de la justiciera social Kavin Senapathy —quien ha sido citada elogiosamente por Civeira y Galarza— para resumir la postura woke en este punto: «La diversidad de pensamiento es una forma elegante de decir no nos importa la verdadera diversidad» [la de rasgos biológicos].

Si tener la opción de analizar las cosas desde diferentes puntos de vista es no preocuparse por la ‘verdadera’ diversidad, entonces ¿cómo se ve la preocupación por la ‘verdadera’ diversidad? ¿Mediante el control centralizado del conocimiento y una única opinión ‘correcta’?

Así parece. Eso explicaría que en 2019 el reconocido activista antirracismo Ibram X. Kendihaya propuesto reformar la Constitución de EEUU para prohibir el racismo. Con la facilidad con la que los justicieros sociales etiquetan todo como racismo, una propuesta así es escalofriante.

A ver, vamos, por supuesto que el racismo está mal, pero que ilegalizar ideas es una jugada propia del totalitarismo — las medidas así siempre terminan siendo abusadas, y a día de hoy existen muchos rincones del mundo donde leyes por el estilo son usadas contra los ateos, y contra la población LGBTI, y contra la población trans. El activista LGBTI Jonathan Rauchexpresó gran preocupación en este sentido hace exactamente 30 años, cuando vio que se empezaba a castigar a las personas por sus opiniones (homofóbicas). De hecho, Rauch vio alarmado cómo crecía la popularidad de estas actitudes autoritarias en nombre de causas nobles (¿acaso qué dictador cree que su causa no lo es?), y para contrarrestarlo escribió el libro Kindly Inquisitors (algo asi como Inquisidores Amables), precisamente sobre cómo es un error recurrir a medios autoritarios para luchar por fines nobles.

Uno pensaría que cualquiera que se preocupe por las causas que nominalmente congrega la mal llamada Justicia Social tendría más claro que el control centralizado de las opiniones es una receta para la discriminación y la opresión, en vez de la herramienta de liberación que los woke parecen creer.

Cuando la realidad no se ajusta a la Teoría (Crítica)

Las implicaciones del pensamiento único deberían ser inmediatamente obvias para cualquiera que tenga siquiera el más mínimo conocimiento de historia, o un interés en la ciencia — llegado el momento de elegir entre la ideología y un hecho inconveniente o una pregunta incómoda, la ciencia lleva las de perder.

Esto ya viene pasando. No escasean los papers que han sido retractados, rechazados, o censurados de alguna otra forma, no porque fueran mala ciencia, sino porque desafiaban las doctrinas woke — y los journals y sus autores fueron matoneados hasta que cedieron.

El caso más reciente ocurrió hace apenas unos días, con el paper Racial Equality Frames and Public Policy Support: Survey Experimental Evidence, en el que Micah English y Joshua Kalla encontraron que enmarcar las propuestas de políticas públicas en términos raciales reducía el apoyo ciudadano a esas políticas… incluso entre personas afroamericanas de izquierdas, y que el enfoque que más apoyo conseguía era el que enmarcaba las políticas publicas exclusivamente en términos de clase. Paper cancelado.

A finales de 2020, Natureretractó un artículo que encontró que las científicas que habían tenido tutores hombres tendían a quedarse en el área científica y hacer su trayectoria profesional ahí más que las científicas que habían tenido tutores mujeres. Uno de los dogmas woke es que a las científicas jóvenes les va mejor con mentores femeninos que masculinos. Por supuesto, el paper solo encontró una correlación (y no un vínculo causal) pero la sola idea de la correlación fue suficiente para que la turba forzara a Nature a retractar el paper. Lo irónico es que dos de los tres autores del paper eran mujeres.

Esta tendencia también se vio en la retractación del paper de Rebecca Tuvel, por atreverse a comparar las identidades transgénero con las transraciales.

En 2018, el matemático retirado Theodore Hillvio desaparecer su paper sobre la hipótesis de la mayor variabilidad masculina (a saber, que hay más hombres que mujeres tanto en la parte inferior como en la superior de la distribución de las puntuaciones de habilidad porque los hombres, como grupo, expresan una mayor variabilidad de aptitudes y capacidades) del New York Journal of Mathematics — aunque parece que Hill cometió algunos errores, el paper fue retractado por motivos políticos y no metodológicos.

Si les parece que el panorama es deprimente, se pone peor. Resulta que Adam Marcus e Ivan Oransky, los fundadores de Retraction Watch, han salido en defensa de que se retracten papers por motivos politicos (!); esto podría explicarse porque su negocio vive de las retractaciones, aunque no creo que ninguna explicación sea ni remotamente suficiente para justificar la politización del proceso científico. Tampoco es la primera vez que Oransky se presta para una purga política en el mundo de la ciencia: en 2015, cuando el reconocido científico Tim Hunt fue despojado de todos sus logros por decir un chiste autodegradante, Oransky fue una de las voces abogando por la destrucción del investigador.

El abuso del sistema de retractación, además, tiene el problema agregado de que termina de erosionar la ya de por sí escasa confianza en la ciencia. La próxima vez que un Séralini o un Andrew Wakefield publique sus bazofias y estas no sean atajadas en el proceso de revisión por pares, y deban luego ser retractadas, ¿qué van a decir a los magufos? Pues que hay un historial de retractaciones sistemáticas por motivos políticos, y que las suyas no son la excepción.

Y, claro, está todo el tema de que, por definición, la ciencia es políticamente incorrecta porque está en su naturaleza desafiar la comprensión convencional del mundo. Retractar papers porque sus hallazgos no están en consonancia con las posturas morales de la época es un poco como revocar una sentencia porque la decisión del juez fue justa.

Un tema en el que la Justicia Social ha ganado mucho terreno es en el de borrar la existencia del sexo biológico, y la confusión deliberada del mismo con el género. Esto ha sido puesto de manifiesto con los intentos de cancelación y difamación ritual de J.K. Rowling y Maya Forstater. Lo preocupante es que las instituciones científicas se han sumado esta insensatez — en 2018 la propia Nature publicó un editorial en el que negaba que el sexo en humanos fuera funcionalmente binario, so pena de «reducir la discriminación contra las personas transgénero» (?). Ese mismo año, la Sociedad para el Estudio de la Evolución adoptó esa misma postura. Ahora esta moda está siendo retomada por presuntos escépticos: el caso más reciente es el de la revista The Skeptic (!), que hace unas semanas publicó un artículo en el que negaban la existencia del sexo biológico y lo asimilaban al género.

Estas posturas y actitudes también han tenido impacto en la creación de políticas públicas. Otro dogma bastante prevalente entre justicieros sociales es que la violación es un acto de poder y no de sexo, a pesar del enorme cuerpo de evidencia que apunta a lo contrario. Si el objetivo de las políticas públicas en este tema es prevenir las violaciones, y facilitar que se haga justicia, ¿acaso no es contraproducente e inefectivo tener normas y protocolos basados en la ideología en vez de los hechos? ¿Cómo ayuda eso a que se haga justicia y prevenir las violaciones?

La posición de los justicieros sociales que dicen preocuparse por la ciencia parece ser que la ciencia es cierta, salvo en los casos en los que sus descubrimientos ponen de manifiesto que nuestros cerebros no son tábulas rasas, que existen las bases biológicas de la conducta y que, corolario de los dos puntos anteriores, la realidad biológica, anatómica, neurológica, psiquiátrica y psicológica de los seres humanos es que no somos iguales. Sólo una mente marinada en falacias y pensamiento mágico podría convertir esta realidad en una propuesta prescriptiva de que las personas reciban tratos diferentes, porque no hay ninguna contradicción entre decir que todos somos diferentes y que, aún así, a todos se nos deben garantizar las mismas oportunidades, libertades y derechos.

Hasta ahora no he podido entender por qué alguien que supuestamente ha renunciado a las diferentes encarnaciones de la hipótesis del mundo justo, como el karma, la vida después de la muerte, el equilibrio cósmico, o la chorrada de la ley de la atracción, de repente creería que la naturaleza produjo una especie en la que todos sus individuos son exactamente iguales, y cualquier discrepancia entre sus intereses, desempeños, habilidades, capacidades y gustos debe ser explicada exclusivamente mediante la socialización y la cultura.

La mal llamada Justicia Social no va a dejar que un puñado de hechos inconvenientes le arruinen la narrativa.

Esencialismo

El fetiche de los justicieros sociales con la raza y el sexo los lleva a desdibujar la línea que separa a las personas de las ideas. Esto explica, por ejemplo, el absurdo reclamo de Senapathy de que el CFI era racista porque su fácticamente impecable guía sobre racismo había sido escrita por blancos, como si eso fuera de alguna importancia.

Esto es incompatible con el escepticismo, porque los escépticos valoramos las ideas única y exclusivamente según sus méritos, y no el color de piel o el sexo de quien las esgrime. Una magufada no es menos falsa o menos dañina cuando es promovida por una mujer o por una persona de tez oscura.

La idea de que un color de piel se correlaciona (o debería hacerlo) con un conjunto de ideas y hábitos también se ha usado extensamente para hacer la vista gorda a la opresión, y hasta justificarla. Al fin y al cabo, la exigencia de respetar otras culturas suele terminar siendo el respeto a la cultura del dictador, del patriarca, y del chamán, pero nunca a la del iraní de a pie, de la somalí granjera, o del tayrona obrero.

Por supuesto, esto también implica que si una persona con ciertos rasgos biológicos desafía el conjunto de ideas y hábitos asignados a esos rasgos, terminará siendo acusada de ser traidora. Fue lo que le ocurrió a Paula Kirby, quien fue acusada de ser una «traidora de género» cuando cuestionó el matoneo y acoso en el movimiento ateo contra cualquiera que desafiara las narrativas posmodernas que se iban haciendo visibles.

Otros librepensadores, como Ayaan Hirsi AliThomas Chatterton WilliamsJohn McWortherColeman Hughes y Glenn Loury han sido acusados de ser «traidores de su raza», o de tener supremacía blanca interiorizada.

De hecho, absurda como es, la idea de que uno le debe lealtad a una ideología según sus rasgos biológicos está tan extendida que hasta existe un insulto para llamar a las personas que no exhiben esta lealtad: les dicen Oreos (como las galletas) o Cocos (como la fruta) por ser negros o morenos por fuera, pero «blancos por dentro».

Curiosamente, a los únicos que se les permite —y casi que es una expectativa— cuestionar e ir en contra del grupo de valores, ideas y hábitos que supuestamente corresponde a sus rasgos biológicos es a los hombres blancos… quienes, de no revolcarse en la culpa de tener esos rasgos biológicos, y pedir disculpas por sus características inmutables, serán acusados de racismo.

Privilegio

Civeira postula la hipótesis de que los ateos y escépticos rechazaron la Justicia Social porque esta irrumpió «en escena con una serie de reclamos contra las estructuras de poder que sostienen la supremacía racial y de género (entre otras)», y que, al ser hombres blancos, los escépticos interpretaron esto como un ataque a su identidad. Cuidado, esta es una trampa kafkiana.

La hipótesis es absolutamente falsa, primero, porque no hay supremacía racial ni de sexo generalizadas, ni mucho menos sostenidas por ninguna estructura; no hay evidencia de nada de esto. A ver, traduzcamos lo que Civeira está diciendo: según él, existen unas estructuras de poder que hacen que todos crean que los blancos son una raza superior, y que los hombres son el sexo superior. Y que, para completar, el escepticismo organizado es tan malo haciendo su trabajo, que simplemente se sintieron amenazados por los reclamos de la Justicia Social, y en consecuencia reaccionaron virulentamente. Que esta hipótesis tenga tantas características clásicas de una teoría de la conspiración debería prender alarmas.

Esto no quiere decir que no haya todavía casos en los que la discriminación ha jugado un papel importante. En ocasiones, rezagos de racismo y sexismo siguen enquistados en algunas instituciones, y resulta justo y necesario deshacerse de ellos; en otras ocasiones, la intolerancia de épocas pasadas sigue teniendo repercusiones hoy en día (por ejemplo, la southern strategy), pero estos son panoramas radicalmente diferentes a la afirmación de que el supremacismo racial, la noción de que una raza es superior a las demás, es la norma en las sociedades occidentales — no solo es no tener el más mínimo respeto por aquellos que perdieron su vida contra los verdaderos nazis, y los que lo dieron todo para que el supremacismo blanco no se apoderara del mundo; sino que además demuestra una ignorancia histórica monumental… o deliberada (pues no sería la primera vez que los woke ponen a Hitler y Churchill al mismo nivel.)

Otra razón por la que el argumento falla es porque el concepto de privilegio es una entelequia sin ninguna rigurosidad académica, que nace de la redefinición arbitraria del «racismo» como la suma de poder mas prejuicio, como es entendido por la Teoría Crítica de la Raza. Aunque esta redefinición es ideológicamente conveniente, no se corresponde con la definición del diccionario, con la comprensión que las personas de a pie tienen de la palabra «racismo», ni con la definición pretendida por Richard Henry Pratt, quien acuñó el término «racismo». Este ejercicio de redefinición arbitraria es un ejemplo de libro de motte and bailey.

No sé por qué tantos supuestos escépticos cayeron por la patraña del «privilegio», pero tengo por seguro que muchos de quienes nos oponemos a ella lo hacemos no porque veamos los nuestros amenazados (lo que quiera que eso signifique), sino porque supimos reconocer la falacia de cambiarle deliberadamente el significado a una palabra con una fuerte carga social e histórica para avanzar una agenda ideológica. No en vano, junto con este cambio deliberado, también vino una concepción maniquea del poder (de que los blancos y los hombres lo tienen, y los negros y las mujeres no) que simplemente no tiene asidero en la realidad, y falla por la misma razón que han fallado antes las dialécticas hegeliana y marxista. El ejemplo más claro de que la Justicia Social paraliza las habilidades de pensamiento crítico se encuentra en que mientras las personas normales nos horrorizamos y condenamos el abuso sexual cometido por Bill Cosby, los justicieros sociales aún estaban debatiendo entre si condenar sus actos, o perdonarle todo en su calidad de victima (por ser negro, y por tanto, supuestamente, no ser poseedor de poder).

Para completar, la noción de «privilegio» como es entendida por la Justicia Social parte de que la lucha por los derechos es un juego suma cero, donde alguien tiene que perder para que otros puedan ganar, a pesar de que la historia nos demuestra que no es así — por ejemplo, los hombres no perdieron nada, ni vieron sus privilegios amenazados cuando las mujeres empezaron a participar del sufragio. Y yo no me siento amenazado cuando se reducen los asesinatos de mujeres, o cuando una mujer gana lo mismo que un hombre teniendo el mismo nivel de preparación y experiencia. Esa supuesta sensación de amenaza simplemente no existe, porque no hay nada que amenazar. Uno puede tener objeciones legítimas a la forma como la Justicia Social hace las cosas sin que dichas objeciones surjan porque uno sienta amenazados sus presuntos privilegios.

Además, cualquier persona que se preocupe por hacer de este un mundo más justo seguramente tendrá varios reparos con el concepto de privilegio como es usado por la Justicia Social; en especial porque el enfoque debería estar en las poblaciones oprimidas y no en las privilegiadas, y por ende, la idea —para mí, en todo caso— no es asegurarse que todos sean tan miserables como el que lo tiene peor, sino tratar de que todos puedan tener una existencia tan o casi tan plena como a los que les toco la vida en nivel fácil.

«Pero David» —podrían decir algunos—, «Maik enlazó a su explicación del privilegio y esta suena sensata a primera vista«. Y si uno la lee detenidamente, resulta que no lo es tanto. Si las condiciones en las que nació hacen que Civeira sea incapaz de sentir empatía, allá él, pero aparte de él y María Antonieta, no se puede generalizar, pretender leer la mente de todos los demás, y concluir que somos tan obtusos socialmente como él (y María Antonieta)… y hacerlo pasar por argumento.

Por ejemplo, en su artículo sobre el privilegio, Civeira no logra concebir que alguien se oponga a la corrección política y la censura por motivos diferentes a los del privilegio. A lo mejor el pobrecito no puede comprender que uno tenga una postura de principios, como la que yo he adoptado en casos en los que los intolerantes se han ido de lengüilargos con su ateofobia, porque al fin y al cabo yo soy el responsable de mis sentimientos, y así como no me voy a hacer responsable de los ajenos, tampoco voy a responsabilizar a los demás por los míos propios. Esto era algo que el movimiento ateo tenía muy claro hace unos años, cuando decíamos que no existe el derecho a no sentirse ofendido. Ahora resulta que cuando se trata de mujeres empoderadísimas siendo piropeadas al pasar por una sitio de construcción o una pareja homosexual pasa al lado de un deficiente mental que hace explícita su homofobia, Civeira considera que sí existe el derecho a sentirso ofendido y que si uno no está dispuesto a arrastrar a los obreros o el homofóbico a la corte y hacerlos pagar hasta las últimas consecuencias por el disgusto momentáneo que causaron, entonces ha sido cegado por el privilegio.

Y según él, eso es lo que causó la supuesta reacción virulenta de los escépticos (que ni se molestó en probar) contra la Justicia Social. Seguro que lo de asumir sus motivos y rebajarlos al nivel de nazis no tuvo naaaaaada que ver con todo eso — ¡ajá!

Para qué sirven los estudios étnicos (y de género)

¿Cuál es la trayectoria profesional de alguien que fue a la Universidad a tomar estudios étnicos y de género? A pesar de que no hay evidencia que respalde estas ‘disciplinas’, quienes toman estos cursos terminan convertidos en «consultores de diversidad».

Un consultor de diversidad es una persona que va a las escuelas y las empresas y lleva a cabo entrenamientos de ‘sensibilidad’, dicta conferencias, y desarrolla talleres de ‘diversidad’. En español castizo y coloquial: los consultores de diversidad existen para impulsar el adoctrinamiento infantil en la ideología de la mal llamada Justicia Social, y para que las empresas sometan a sus empleados a una especie de campamentos de reeducación, donde los seminaristas problematizan las relaciones entre empleados blancos y negros. Créanme: me encantaría estar exagerando, pero mi descripción carece de hipérboles.

Empecemos por el adoctrinamiento infantil. Los ateos —al menos los que tenemos respeto propio— con justa razón hemos cuestionado y criticado el reclutamiento infantil del que se valen las religiones para engrosar sus filas, aprovechando el estado de vulnerabilidad de las mentes jóvenes.

Los justicieros sociales ahora se valen de la misma estrategia supuestamente para entrenar a los niños en diversidad, equidad e inclusión; un propósito que aunque suena bonito, esconde una realidad mucho menos agradable:

El plan de estudios de alfabetización racial [de la consultora Pollyanna] comienza en el jardín infantil con niños de 5 y 6 años que utilizan las Tablas de Colores Pantone para comparar su tono de piel, de modo que puedan empezar a verse a sí mismos y a los demás por el color de piel. «Reconocer y categorizar el color es una habilidad fundamental para los primeros grados, y se utilizará como plataforma para las próximas lecciones en las que se hable del color de piel».

Este plan de estudios incluye una visión única de casi todas las disciplinas educativas, como en historia de sexto grado, donde los niños descubren que la esencia del nazismo no fue la destrucción del judaísmo europeo, sino el ascenso de la «blancura». La cobertura principal de Pollyanna sobre la experiencia judía se reduce a una extraña y pasajera referencia a la raza «hebrea de Europa del Este».

Para el octavo grado, el objetivo del plan de estudios es crear planes de acción de «justicia social» que aborden cómo «el racismo sistemático proporcionó ventajas sociales, económicas, políticas y legales a los estadounidenses blancos». Los estudiantes conciben planes y lanzan campañas que buscan anular los privilegios de los blancos en la «comunidad o ciudad del alumnado, o pueden llegar más lejos, como a nivel nacional y más allá».

En California, New Jersey e Indiana se han aprobado currículos escolares con este tipo de adoctrinamiento. Virginia, Minnesota y Texas ya tienen propuestas legislativas en ese sentido.

El Departamento de Educación de la administración Biden acaba de publicar la propuesta de una nueva norma que establece las prioridades para las subvenciones en los programas de Historia y Educación Cívica. Una vez aprobada, la norma daría prioridad a la concesión de proyectos que incorporen perspectivas basadas en la Teoría Critica de la Raza; lo que es una manera muy sucia de conseguir que los currículos de las escuelas de bajos recursos terminen adoctrinando a sus estudiantes.

Para poder aplicar a estas subvenciones, las escuelas deberán basarse en el Proyecto 1619 del New York Times. Este fue un intento del periódico y de la activista wokeNicole Hannah-Jones de reescribir la historia americana, para darle (aún más) énfasis a la esclavitud. El proyecto fue criticado duramente por historiadores por la cantidad de falsedades que contenía. El World Socialist Web Site publicó una de las primeras criticas al proyecto porque también fue una falsificación racializada de la historia del mundo. Y esa es la Historia que la administración Biden espera que los colegios pobres enseñen si quieren poder aplicar a subvenciones.

Infortunadamente no tenemos que esperar a que todo esto se ponga en marcha para saber qué es lo que va a pasar. Ya hay colegios que han adoptado la TCR, y la cosa pinta color de hormiga. Por ejemplo, hace unos días el Piedmont Unified School District de California segregó a sus estudiantes según su color de piel (!!!), para abordar la noticia de la condena de Derek Chauvin con cada grupo por aparte — el administrativo que anuncio esto terminó en el ojo del huracán porque su correo electrónico avisaba que el grupo de estudiantes blancos tendría un círculo de apoyo a su disposición.

Los testimonios de los profesores de colegios que ya han adoptado la TCR son, literalmente, para echarse a llorar. Tomemos, por ejemplo, el caso del profesor Paul Rossi de la Grace Church High School de Manhattan, quien explicó con lujo de detalles que a los profesores se les exige que traten diferente a sus estudiantes, dependiendo del color de piel cada alumno; el colegio además aprovecha que las mentes de sus chicos están en formación y los presionan para que conformen sus opiniones a las que se asocian ampliamente con su raza y género, y para que minimicen o desestimen las experiencias individuales que no se ajustan con estas.

A los profesores se les solicita, además, que identifiquen y señalicen a los estudiantes que muestran resistencia a esta ideología. Cuando Rossi pregunto qué tipo de formas podía tomar esa resistencia, le respondieron que la resistencia incluía actitudes como «persistir en el daltonismo ideológico” (tratar a todos por igual, independientemente de la raza), «sugerir que tratemos a todo el mundo con respeto», «creer en la meritocracia» y «simplemente callar». En entrevista con The Fifth Column, Rossi elaboró más sobre cómo se aplica la TCR — spoiler alert: es una desazón completa.

En este punto es justo que hagamos una pausa y nos preguntemos cuánto de esta ideología estará implementando Civeira en su salón de clase. ¿Está el profe Ego segregando a sus alumnos o calificándolos diferente según su raza o sexo? ¿Anota en sus perfiles cuáles son esas ovejas negras que siguen empeñados en que todos reciban las mismas oportunidades en vez de tratos diferentes según sus características inmutables? Supongo que esas preguntas se quedarán sin responder.

En el frente corporativo, las cosas no pintan mejor:

Por otra parte, las prácticas de DEI [Diversidad, Equidad e Inclusión] en el lugar de trabajo han sido estudiadas por diversos investigadores, que han descubierto, quizá sin que resulte sorprendente, que los empleados que se pasan las mañanas en una sala de conferencias llamándose racistas y opresores suelen tener dificultades para volver al trabajo como compañeros.

De hecho, en lugar de reducir los prejuicios, mejorar la moral, aumentar las oportunidades para los grupos minoritarios o impulsar la productividad y la satisfacción en el lugar de trabajo, las iniciativas de formación en DEI suelen ser ineficaces y, a pesar de las intenciones, contraproducentes. Un creciente cuerpo de investigacion cuantitativa ha demostrado que la formación en DEI puede hacer que los lugares de trabajo sean más parciales, atomizados, discriminatorios y hostiles, incluso o especialmente para los mismos grupos minoritarios a los que se pretende ayudar.

Un grupo de investigadores de la Universidad Estatal de Arizona y de la Universidad de Columbia investigó la eficacia de la capacitación en la reducción de prejuicios y descubrió que, después de enseñar a los responsables de la contratación en el lugar de trabajo a combatir diversos estereotipos, era más probable que ellos aplicaran esos estereotipos en las prácticas de contratación. Otro estudio reciente determinó que la capacitación sobre «privilegio blanco» aumentó la hostilidad hacia una variedad de grupos, incluida una disminución significativa de la simpatía por la difícil situación de los «blancos pobres», ya que no habían aprovechado adecuadamente su privilegio inherente. Un experimento de 2018 concluyó que la exposición a las prácticas de DEI fortaleció las opiniones estereotipadas, concluyendo que «los esfuerzos bien intencionados para retratar el valor de las diferencias pueden reforzar la creencia de que las características fijas y biológicas las sustentan»

La DEI también puede exacerbar las tensiones de género. Otra revisión de los lugares de trabajo de las empresas descubrió que las empleadas «apoyaban menos los litigios por sexismo cuando la empresa ofrecía formación en materia de diversidad», porque la propia formación aumentaba la falsa creencia de que el lugar de trabajo se había vuelto menos sesgado

Si tan solo alguien hubiera sugerido que convertirlo todo en un asunto de racismo y sexismo terminaría por incrementar las tensiones raciales y sexistas…

Con la posible excepción de Ibram Kendi, la consultora de diversidad más reconocida del mundo es la activista wokeRobin DiAngelo, cuyo libro White Fragility (Fragilidad Blanca) se volvió un bestseller tras la muerte de George Floyd. DiAngelo tiene unas opiniones muy… coloridas, dijéramos. Por ejemplo, ella afirma que todos los blancos son racistas; pero no teman, amigos, porque la buena de Robin conoce la única manera de conseguir la redención por este pecado original: uno sólo tiene que volverse un antirracista, pero no la concepción convencional de oponerse al racismo, sino la versión ideologizada de la Justicia Social.

Si lo que los woke hicieron con el término «racismo» raya en el paroxismo de la deshonestidad intelectual, casi que no hay palabras para describir lo que hicieron con el de «antirracismo». En este contexto, ser antirracista es convertirse en un evangélico 24/7 de la idea de que vivimos en una sociedad donde el supremacismo blanco campa a sus anchas, donde los blancos son racistas siempre (y por ende cualquier acción que hagan puede ser considerada racista), y donde toda interacción entre blancos y negros será clasificada automáticamente como racista. Un ejemplo: si eres el dependiente de una tienda y tienes dos clientes, uno blanco y uno negro, cualquier orden en el que los atiendas es racista — si atiendes primero al blanco, es porque le das prioridad a los blancos; si atiendes primero al negro es porque le tienes lastima a los negros. Una trampa kafkiana en toda regla, pues carece de falsabilidad.

Para DiAngelo, oponerse al racismo sin volverse un predicador a tiempo completo del enfoque que ella propone es simplemente otra muestra de racismo, así que para ella, no hay diferencia entre una persona normal y un Gran Mago del KKK. Por cierto, mientras DiAngelo, que es blanca, se volvió millonaria con su panfleto, los canales de YouTube de personas negras criticando las imposturas intelectuales de DiAngelo han sido desmonetizados.

Hay una primera vuelta de tuerca. Los activistas del antirracismo redefinido se basan en la idea de sesgos y el Test de Asociación Implícita para sustentar sus disparates. Este test ganó popularidad hace unos años, precisamente porque daba como resultado que toda persona que lo tomaba era un racista inconscientemente; sin embargo, con la crisis de replicación, la idea fue refutada por completo, al no poder ser replicada.

Uno de los muchos problemas con el Test de Asociación Implícita es que si uno toma el test dos veces de manera consecutiva, en ambos casos los resultados serán salvajemente distintos. Es la fiabilidad test-retest, que cualquier test psicológico legítimo debería superar. Básicamente, la idea es que un test sólido siempre dará el mismo resultado (o uno bastante aproximado) con los mismos datos; por ejemplo, con los tests para diagnosticar la depresión o la ansiedad, el paciente puede tomar el test dos, y tres, y cuatro veces consecutivas y los resultados seran consistentes entre cada test. El Test de Asociación Implícita no tiene eso; es pseudociencia, pues.

La segunda vuelta de tuerca es que antes de ser catapultada a la fama con su panfleto racista, DiAngelo ya se encontraba entre los consultores de diversidad que cobran un ojo de la cara por hacer «entrenamiento antirracista» en las empresas. La periodista Katie Herzog entrevistó a una diseñadora grafica que fue sometida durante un año al entrenamiento de DiAngelo. La experiencia contada es peor de lo que cabría imaginar: tortuosas sesiones de vilipendiar a los empleados blancos, problematizar sus relaciones con los empleados negros, y buscar que confiesen su supuesto racismo inconsciente mediante ataques personales y cuestionamientos a su integridad. La cosa estuvo tan mal, que esta mujer llegó a cuestionarse si los cumplidos que le había dado genuinamente a un colega habían sido legítimos o una manifestación de su racismo inconsciente; en otra ocasión fue acusada de supremacismo blanco, porque un compañero suyo interpretó ver una esvástica donde no la había en uno de sus proyectos. La pareidolia excitada de alguien más le ganó la acusación de promover la idea de que los blancos son superiores, y el rechazo a uno de sus proyectos terminados. ¡Esto no es normal!

Pero no nos preocupemos, que lo verdaderamente importante e indignante es que tres gatos metieron dos decenas de hoaxes a journals de cuestionable calidad. ¿Lo de gente adoctrinando a los niños para prejuiciarlos contra los blancos o para hacerlos sentir culpables por sus características inmutables, y someter a los trabajadores blancos a humillaciones públicas en su trabajo? No, aquí no hay nada que ver, sigan su camino.

Rigor mortis

En su artículo, Civeira se queja de que el supuesto giro del ateísmo y escepticismo a la derecha vino acompañado por un abandono del rigor que solía caracterizar a estas comunidades. Lo irónico es que en la misma pieza, él nos regala varios ejemplos de este comportamiento.

Mike no puede ocultar su desprecio por Camille Paglia y Christina Hoff Sommers, a quienes no baja de charlatanas; y enlaza a un artículo de su propia cosecha en el que toma un puñado de frases de cada una de estas mujeres (y en el caso de Sommers también el título de su libro), y en su veredicto les retira el carnet de feministas, y además asegura que las posturas de ellas no están basadas en la mejor evidencia disponible, así que tampoco tienen mucho de científicas. Ok!

Es llamativo hacer la comparación con el tratamiento que el propio Civeira le dispensa a Rebecca Watson en el mismo artículo, de quien dice que es una justiciera social y escéptica valiosa. Sí, la misma Rebecca Watson que va a conferencias escépticas a promover la anticiencia, y lo lleva haciendo por años, a pesar de que se le ha señalado repetidamente que las caricaturas que ella ataca son monumentales muñecos de paja que no son sostenidas por ningún científico serio.

Entonces resulta que para Civeira, decir unas cuantas cosas anticientíficas convierte en charlatanas a Paglia y Hoff Sommers, pero Watson pavimenta su fama con la tergiversación deliberada y el intento sistemático de desprestigiar una disciplina científica sólida, y viene Maik a darle su sello de aprobación… ¡en un texto en el que aparentemente pretendía reconciliar la Justicia Social con el escepticismo! Uff, cuanto rigor.

No es la única vez ni el único tema en el que Civeira ha dejado de lado la rigurosidad. Por ejemplo, cuando el enlaza a mi respuesta sobre las estadísticas de muertes a manos de la Policía (el único caso en el que Civeira no estuvo completamente equivocado al criticarme), lo hace entrecomillando una frase que yo jamás dije en esa respuesta (?). Hagan la prueba, vayan a mi respuesta y traten de encontrar dónde dije algo yo sobre «desmentir con datos duros».

Ese no sería el peor descache de Civeira relativo a las preguntas que me hacen mis lectores. Cuando me preguntaron sobre el vandalismo y los disturbios en las manifestaciones que siguieron a la muerte de George Floyd, entre mis comentarios estuvo condenar el vandalismo y los disturbios al tiempo que defendí el derecho a la protesta legítima y pacífica. Otro lector le preguntó a Civeira qué pensaba de mi respuesta, a lo que este respondió con una cita de Martin Luther King Jr, tratando de excusar el vandalismo y las protestas con una cutre falacia de autoridad. Pero sabemos que Martin Luther King nunca apoyó los disturbios, y que la frase sacada de contexto es una explicación de que él entendía las motivaciones de los mismos, aunque siempre los condenó. Civeira simplemente estaba haciendo minería de citas.

Si Civeira tiene tantos problemas para hacer unas sencillas citas, y no puede citarme bien a mí, ni a MLK, y recurre a las prácticas deshonestas como inventarse que dijimos cosas, o minar citas, ¿cómo podemos estar seguros de que está citando correctamente a Christina Hoff Sommers y Camille Paglia, cuando se toma la atribución de expulsarlas del movimiento feminista y decir que son anticientíficas? ¿Dónde esta el rigor que tanto echaba en falta Civeira cuando se inventó que el movimiento ateo-esceptico viro a la extrema derecha?

La mayoría de los lectores posiblemente no sepan que mis diferencias de opinión con Civeira realmente se remontan a hace cuatro años cuando me hice lector de su blog por un breve período. La cosa no duró mucho pues todo su blog se puede resumir en que todos los males del mundo son culpa de la derecha, así que una vez leído un post ya se han leído todos. En ese momento cometí el error de creer que a Civeira realmente le interesaba explicar las cosas de manera objetiva, así que deje un par de comentarios en su blog, preguntándole por qué se dejaba de lado los excesos de la izquierda regresiva y el obvio resultado de estos en darle munición a la derecha.

Ohh, tierno e ingenuo David.

La respuesta de Maik fue acusarme de estar haciendo whataboutery, y decirme que si tanto me preocupaba la izquierda regresiva, que escribiera yo sobre ella. Y pueees… ¡eso hice! Cuando traduje un artículo de un biólogo evolutivo (de izquierda) sobre cómo los justicieros sociales están recurriendo a las tácticas del creacionismo para negar las diferencias de conducta entre hombres y mujeres, el buen Maik resolvió todo el asunto diciendo que es un argumento de derechas.

Como se encargó de poner de manifiesto el propio Civeira con su artículo, en todos estos años su arsenal argumentativo se ha mantenido mas o menos igual: todo lo que no le gusta es la derecha. La vieja confiable de no tener que argumentar y dar evidencias de nuestros puntos cuando es mas sencillo acusar al otro de ser malvado.

A mí me parece muy irónico que sea Civeira quien se queje de que el movimiento escéptico supuestamente perdió rigurosidad, cuando el escepticismo ha ofrecido argumentos y motivos de peso para desconfiar del talante autoritario y antiempírico de la Justicia Social, y la respuesta de este haya sido en todas y cada una de esas instancias una variación del argumento: «Me niego a responder porque alguien de derechas tambien dijo eso, y el argumento quedó contagiado con su maldad».

¿Quién le hace el juego al fascismo?

En su artículo Civeira acusa al movimiento ateo-escéptico de haber abrazado la extrema derecha y de hacerle el juego al fascismo. Lo que el necesitaba realmente era un espejo, porque uno no puede, al mismo tiempo, promover una ideología autoritaria, que clasifica a las personas según sus rasgos biológicos —y decide qué derechos tienen con base en eso—, abogar por las políticas de identidad, la corrección política, el populismo, el puritanismo, la censura y venir a acusar a los que nos oponemos a todo eso de ser quienes le hacemos el juego al fascismo.

Aunque nunca pensé decir esto, el colapso emocional de Affleck sigue siendo útil, ofreciéndonos más elementos de análisis. Por ejemplo, a pesar de todas las acusaciones de que era de derechas, el ateísmo organizado ciertamente empezó a hacer la vista gorda a las atrocidades misóginas, machistas, homofóbicas, antisemitas y contra los apostatas… siempre y cuando fueran cometidas por musulmanes.

Es más, en su forma de expresarse, los justicieros sociales empezaron a hacer la distinción entre un extremista de derecha y un fundamentalista islámico, a pesar de que el islamismo claramente se alinea perfectamente con la extrema derecha. Los activistas que republicaban en sus redes sociales las imágenes y frases que hacían llorar a los cristianos por blasfemia no tuvieron nada que decir con la masacre de Charlie Hebdo, ni con los ataques terroristas cometidos al grito de Allahu Ackbar durante los últimos cinco o seis años en países civilizados. Cuando uno de estos descerebrados tomó de rehenes a personas inocentes en una cafetería en Sidney (Australia), el comentario de la justiciera social atea Ophelia Benson entonces fue culpar a las víctimas por ser odiosas personas ricas, bebedoras de café.

La Justicia Social no tiene ningún problema con la extrema derecha cuando esta es invocada en nombre de Alá. Nadie tiene esto más claro que los miembros del movimiento exmusulmán, que saben que el ateísmo organizado los traicionó y les dio la espalda en el momento en el que más lo necesitaban. Así que es más que apropiado preguntar: ¿quién le está haciendo realmente el juego al fascismo? ¿Los que denunciamos por igual los excesos del cristianismo y del islam, o los que no se atreven a denunciar a la barbarie cometida en nombre de Mahoma, y sólo se indignan cuando el Papa repite que no habrá ordenación de mujeres o cuando un ayuntamiento municipal pone una escultura de los 10 Mandamientos cristianos?

Si no hubiera vidas de por medio, sería hasta chistoso que cuando uno señala las salvajadas cometidas en nombre de la religión de la ‘paz’, haya ateos que repliquen no con datos ni evidencias, sino diciendo que uno es de derechas (!!) y ha cometido el pecado mortal de la islamofobia. Consideremos no más lo absurdo que resulta que haya ateos hablando de que el miedo a una religión es irracional. ¿Cómo es que temerle a una reaccionaria superstición que se caracteriza por su carácter sanguinario es hacerle el juego al fascismo?

Hay que hacer mucha gimnasia mental. ¿Cómo es que oponerse a las políticas de identidad es hacerle el juego a las políticas de identidad de derechas? ¿Alguien entiende?

En serio: yo no me explico cómo es que si uno cree que está mal descalificar a alguien para un trabajo por su color de piel, y se opone a esta práctica en todas las maneras, formas y circunstancias, entonces le está haciendo el juego a los que creen que es válido que alguien pierda una oportunidad laboral por su color de piel.

Que alguien me explique: ¿qué clase de ajedrez de cuatro dimensiones está jugando el que dice que los que nos oponemos a las quemas de libros (de cualquier libro) le estamos haciendo el juego a los que queman libros?

Y si de paso tuvieran la gentileza de explicar ¿cómo es que los que creemos que el sexo, la orientación sexual y/o la identidad de género de una persona no son motivos válidos para descalificar ninguna candidatura política le estamos haciendo el juego a los que creen que esos rasgos son factores necesarios (y en los peores casos, suficientes) para votar por alguien?

¿Cómo es que oponernos al pensamiento mágico de que las palabras son violencia es hacerle el juego a los que dan por válida el intento de justificación de los maridos que toman a sus esposas como sacos de boxeo porque esta les reviró?

No sé cuál es la lógica con la que Maiky pretende que los que nos oponemos a seguir incrementando el número de palabras tabú (y los que creemos que ninguna palabra debería ser tabú) porque cada palabra prohibida significa munición para los supremacistas, de repente les estamos haciendo el juego a estos — si es que esa es la más elemental psicología del matoneo: ¡si algo no funciona para herir o indignar, pierde su poder! Uno esperaría que Civeira, siendo profesor, tuviera esto claro.

Lo siento, pero quien le está haciendo el juego al fascismo son los justicieros sociales; porque una vez terminen de desmantelar las instituciones del Estado de derecho y la democracia liberal, ya no habrá ninguna barrera institucional en el diseño del sistema para impedir que el supremacismo se tome el poder.

Para decirlo de una buena vez: algunos tenemos una reacción virulenta contra la Justicia Social porque esa es nuestra reacción por defecto frente a la extrema derecha, y ambas ideologías son más parecidas que diferentes. Aunque esas similitudes son materia prima para echarnos unas risas (como el juego en Twitter de adivinar si algo absolutamente intolerante fue dicho por neonazis o por wokes), también deben ser motivo de preocupación, porque los justicieros sociales están tratando de cargarse todas las defensas institucionales que tenemos contra el fascismo.

Para la muestra, en EEUU los woke han impulsado reformas a las leyes antidiscriminación para que el gobierno deje de tratar a todos como iguales y le dé preferencia a unas personas según su color de piel; el año pasado, una propuesta así fue aprobada en el Congreso de California, aunque afortunadamente los ciudadanos tuvieron mejor criterio que los legisladores, y anularon la decision durante las elecciones.

Hay por lo menos otras tres razones más por las que la Justicia Social le está haciendo el juego al fascismo. La primera es la del pastorcito mentiroso: al declarar que todo es sexista y racista (o que pertenece a la altright), están devaluando la importancia y seriedad de esas palabras, y las personas dejarán de tomárselas en serio. Y nos harán falta cuando necesitemos que condenen el racismo de verdad, y se le opongan en las urnas. El propio Steve Bannonexplicó hace años que todas esas acusaciones falsas servían a su causa, y sin embargo aquí estamos, años después desmintiendo acusaciones falsas que Bannon no habría podido diseñar mejor ni aunque se lo hubiera propuesto.

La segunda, es porque toda la animosidad que la Justicia Social exhibe contra los hombres blancos es el ingrediente principal del supremacismo: hombres blancos de escasos recursos, con un bajo nivel educativo y nulas oportunidades laborales, cabreados, creyendo que el sistema los odia y está en su contra. No, el sistema no los odia, ni está en su contra; y la idea es que siga sin odiarlos ni estar en su contra (ni la de nadie más). Pero toda la retórica de la Justicia Social contra los hombres blancos no hace sino alimentar ese delirio; es que ni en sus sueños más salvajes el KKK habría podido concebir una manera más eficaz de engrosar sus filas.

Hagamos el experimento mental: que Civeira elija cualquier texto mío (el que sea, el más «ofensivo»; tiene más de 10 años de contenido a su disposición) y lo compare con un texto que él mismo elogió, el de Kavin Senapathy donde esta se queja de que el CFI tuvo la osadía de contratar gente blanca, y donde arremete contra Dawkins y Pinker por ser blancos, y donde sermonea al CFI por publicar una guía sobre racismo fácticamente impecable por haber sido escrita por blancos… y que me diga cual de esos dos textos tiene mayor capacidad de enviar en masa a los perdedores de la globalización a los brazos de la altright.

La tercera, es porque la Justicia Social tiene un grave problema de antisemitismo — precisamente, una parte nada despreciable de que Jeremy Corbyn perdiera las elecciones y el liderazgo del Partido Laborista británico fue su constante coqueteo con el antisemitismo. Este es el sueño mojado de la extrema derecha. A pesar de que la Justicia Social dice abogar por las minorías, cuando se trata de los judíos, los woke suelen amalgamarlos dentro de la categoría de los blancos… y proceden a darles el tratamiento estándar que le dan a los blancos.

¿La Justicia Social quiere acabar con el supremacismo blanco? Bueno, pues existen métodos comprobados para hacerlo — Daryl Davis ha rescatado a más de 200 de personas de las garras de la intolerancia, y no lo hizo manifestándoles odio, y desprecio, sino mostrándoles compasión y ofreciéndoles alternativas. Sus años alejando gente de una ideología del odio son evidencia de que existen maneras comprobadas de reducir las filas del supremacismo blanco.

Sé que gritarles que revisen su privilegio, o incluso propinarles un puñetazo puede ser satisfactorio, pero ¿cuándo fue la última (o siquiera la primera) vez que eso consiguió que un supremacista blanco abandonara su ideología intolerante?

Es que no tiene presentación uno ir por la vida haciendo las cosas satisfactorias que sólo sirven para incrementar el número de fascistas; rehuirle a lo que de hecho lo reduce, y luego venir a posturear de ser antifascista, y además acusar a los que se muestran escépticos de todo el chiringuito de estar haciéndole el juego al fascismo.

¡Eso es todo, amigos!

Eso es; creo que ya todo está dicho — he presentado mi caso, con un extenso cuerpo de evidencia de que la mal llamada Justicia Social arruinó el ateísmo y el escepticismo (y no soy el único que lo dice); y de que en vez de virar a la derecha y la altright, el ateísmo-‘escepticismo’ organizado se volvieron agresivamente intolerantes y reaccionarios frente a cualquiera que ose discrepar de la Justicia Social, abandonando sus principios ilustrados. Creo que de paso también ha quedado demostrado que en esta corriente ideológica la honestidad intelectual brilla por su ausencia, pues en nombre de resolver los problemas sociales, todo está permitido… incluso destrozarle la vida a potenciales aliados por la más nimia diferencia de opinión.

Tanto escépticos como wokes harán lo que saben hacer, respectivamente. Los primeros tomarán postura basados en la evidencia. Los últimos responderán con (más) descalificaciones personales y acusaciones falsas o cuestionamientos de mi carácter, y —de alguna manera— eso supondrá que la avalancha de hechos y evidencias que he citado resulte absuelta o inexistente, por arte de birlibirloque.

Creo que la exposición que he hecho lo largo de estos dos extensos artículos es más que suficiente como introducción a la guerra cultural actual, y poner al corriente a las personas que no sabían lo que ha venido pasando en los movimientos ateo y escéptico en la última década, y cómo perdimos el rumbo.

Los argumentos ya están hechos, y la evidencia presentada, así que lo único que quedaría por agregar son carrotancados de casos y más casos, pero eso haría interminable el artículo.

Asumo que vendrán más difamaciones y espurias asignaciones de motivos. Pues ya el caso está expuesto, y todas las calumnias del mundo no cambiarían el hecho incontrovertible de que la mal llamada Justicia Social arruinó el ateísmo y el escepticismo organizados.

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