COMENTARIO: El holocuasto judío fue un crimen de lesa humanidad contra una etnia-religión y una vulneración de todos los derechos humanos. Pero es preciso recordar que hoy en el siglo XXI existen otros holocaustos en los que la religión, el poder, la economía, el fanatismo,… al igual que entonces, son la causa de guerras y conflictos en los que hoy quienes ayer fueron masacrados, hoy pueden ser los asesinos. El laicismo es la mejor receta para la convivencia, frente a los integrismos y fanatismos que hoy siguen vigentes en Oriente Medio. Holocaustos ni ayer, ni hoy, nunca.
El 27 de enero es el día establecido por Naciones Unidas para la conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto. En esa fecha, en 1945, el Ejército soviético liberó el mayor campo de exterminio nazi, Auschwitz-Birkenau.
Este campo representa hoy una metáfora del mal inconcebible y monstruoso. Allí, a partir de septiembre de 1941, el asesinato en masa se convirtió en rutina diaria. Se mató a más de un millón de personas, y 9 de cada 10 eran judíos. Las víctimas llegaban en vagones de carga de tren, la mayoría proveniente de guetos y campos en la Polonia ocupada, pero también de casi todos los países de Europa occidental y oriental. Al llegar se separaba a los hombres de las mujeres y los niños. Se obligaba a los prisioneros a desvestirse y a entregar todos sus objetos de valor y se les metía en las cámaras de gas que estaban camufladas de duchas y se les asfixiaba con monóxido de carbono. La minoría seleccionada para realizar trabajos forzados quedaba expuesta a la malnutrición, epidemias, experimentos médicos y brutalidad. Muchos murieron de esta manera.
Más de medio siglo después, el horror de la Shoá sigue constituyendo un enigma indescifrable para el ser humano. La persecución y asesinato sistemático de seis millones de judíos por parte del régimen nazi, que se realizó con la ayuda activa de colaboradores locales en muchos países y con la aquiescencia o indiferencia de millones de personas.
Pero hubo también resistencia.
Hubo resistencia en casi todos los campos de concentración y guetos, en especial en el gueto de Varsovia entre abril y mayo de 1943, pero también en los de Vilna y Bialystok, o en Sobibor. Hubo resistencia institucional en áreas ocupadas por los nazis fuera de Alemania, como la que se produjo en Dinamarca en el otoño de 1943, donde, con el apoyo de la población local, se rescató a casi toda la comunidad judía de ese país escondiéndoles en un dramático viaje en barco hasta la segura y neutral Suecia. El recientemente desaparecido Jorge Semprún representa bien esa resistencia en áreas ocupadas por los nazis; una resistencia en la que participó activamente y por la que fue apresado por la Gestapo en 1943 y enviado al campo de concentración de Buchenwald. Fue marcado en su uniforme de preso con el número 44904.
Y hubo resistencia de individuos de otros países que arriesgaron sus vidas para salvar a los judíos y a otras personas perseguidas por los nazis. Uno de ellos fue Ángel Sanz Briz, diplomático español destinado en Budapest en 1942, que salvó la vida de entre 5.000 y 6.000 judíos en 1944, incluyendo la evacuación a Tánger de 500 niños judíos. Ángel Sanz Briz ha sido reconocido con el título de Justo entre las Naciones, que concede el Estado y el Pueblo de Israel a los no judíos que arriesgaron su vida para salvar a los judíos del Holocausto.
Y junto con esa resistencia activa, hubo una llamada resistencia espiritual contra la opresión nazi en los campos y guetos. La creación de instituciones culturales judías, la continuación de prácticas religiosas, y la voluntad de recordar y contar la historia de los judíos fueron intentos conscientes de preservar la historia y vida comunal del pueblo judío a pesar de los esfuerzos nazis de erradicarla.
La permanencia de esa voluntad de recuerdo representa hoy la resistencia más sólida a un Holocausto futuro. Su recuerdo, la educación sobre su significado histórico, y la acción prospectiva son esenciales si queremos que la historia no se repita. Debemos hacerlo a escala internacional, porque esa fue la escala del Holocausto, con el concurso de diplomáticos, expertos, científicos, educadores, comunidades judías, y de la sociedad en su conjunto. Y muy especialmente, siguiendo las recomendaciones del Protocolo de Ottawa para combatir el antisemitismo (noviembre de 2010), hemos de hacerlo comprometiendo tanto a las instituciones gubernamentales como a nuestros representantes en el Parlamento. Esta es la misión que más de 30 países hemos asignado a la Organización Internacional para el Recuerdo del Holocausto, de la que España forma parte desde el año 2008, y en la que participa de forma activa sobre todo a través de iniciativas orientadas al ámbito de la educación.
Nada nos garantiza que las generaciones futuras vayan a tener sensibilidad hacia sus minorías. Trabajemos pues con ellos, con la infancia, con la juventud. En Sefarad-Israel y la Federación de Comunidades Judías de España estamos convencidos de que la educación es clave para combatir el antisemitismo todavía latente en parte de la sociedad española. No se trata de intentar borrar la identidad del otro, sino de conocerla y comprenderla, poniendo de manifiesto la riqueza que representa la diversidad de nuestra sociedad e inculcando actitudes positivas ante la misma.
El poeta catalán Salvador Espriu decía a sus hijos: "Habré vivido para salvar estas pocas palabras que os dejo: el amor, la justicia, la libertad". El verdadero valor del patrimonio de nuestro legado no es tangible, como demostraron las resistencias espirituales durante el Holocausto. Es, ante todo, una tarea de enseñanza, a conocer y a hacer, a ser y a vivir juntos.
Isaac Querub es presidente de la Federación de Comunidades Judías de España, y de la Asociación de Amigos Yad Vashem-España. Álvaro Albacete es embajador de España para las relaciones con la comunidad judía y director general de Sefarad-Israel.