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¡Dios es mi copiloto!

Un presidente pone el pensamiento mágico-religioso por encima de la racionalidad, la pluralidad, la tolerancia y la institucionalidad

Algo anda mal cuando desde el gobierno se promueve y machaca con insistencia goebbeliana la confusión de ideas y principios fundamentales para la convivencia armónica de la sociedad.

Desde el atropellado inicio de la gestión de Felipe Calderón, por ejemplo, la administración panista ha hecho un batidillo con el manejo de conceptos como seguridad nacional, seguridad interna y seguridad pública, con el único fin de justificar su fallida estrategia contra el crimen organizado, en la cual el Presidente fincó la propaganda para legitimar su gobierno.

Lo mismo pasa con los derechos humanos. De manera intencionada y mentirosa (igualito que en su momento hicieron Arturo Montiel y su publicista Carlos Alazraki), el propio Calderón acusa a los delincuentes de ser los principales violadores de los derechos humanos y las garantías individuales, sabedor de que —como establecen todas las convenciones internacionales— los derechos humanos sólo pueden ser atropellados por el gobierno, sus funcionarios y sus instituciones. Los criminales sólo delinquen y vejan, por lo que tienen que ser perseguidos y encarcelados para garantizar la seguridad de las personas y sus bienes. Punto.

Triste y aterrador es ver cómo la administración calderonista se ha dedicado a torcer ideas, conceptos y leyes para confundir deliberadamente a la sociedad en temas tan relevantes como la seguridad, los derechos humanos y hasta la religión.

Al respecto, censurables son las invocaciones a Dios en el discurso de Calderón del 1 de diciembre a propósito del quinto año de gobierno. De entrada, bien haría el Presidente en respetar la laicidad de su investidura y, de pasada, a los no creyentes que se espeluznan cuando su mandatario atribuye a una deidad las “plagas” que azotaron a México los últimos cinco años y, para acabarla de amolar, se encomienda a ella para enfrentarlas.

¿Dónde está la sobriedad de los gobernantes que, respetuosos de todos sus gobernados, guardaban su credo en la vida privada? Se acabó con la patética exhibición de Vicente Fox, que se agarró de un crucifijo al llegar al poder, y con Calderón mentando a Dios.

Se puede calificar este juicio de excesivo o jacobino, pero el discurso en el que un presidente pone el pensamiento mágico-religioso por encima de la racionalidad, la pluralidad, la tolerancia y la institucionalidad equivale a que yendo en picada el avión, el piloto pretenda calmar los temores de los pasajeros diciéndoles: “Tranquilos, Dios es mi copiloto”.

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