La Dictadura de Franco se sostuvo gracias al apoyo incuestionable de la Iglesia, lo mismo que la justificación del golpe de Estado contra la II República.
De la Carta Colectiva del Episcopado de 1937…
Con relación a la jerarquía católica española, es bastante habitual recordar su Carta Colectiva del Episcopado español a los obispos del mundo, publicado el 1 de julio de 1937, donde se justificaba teológicamente (sic) el golpe de Estado de los militares africanistas. Isidro Gomá fue el autor intelectual y material de dicha carta, pero no se decidió a escribirla hasta el 10 de mayo de 1937, respondiendo así a los requerimientos de Franco quien le pidió que publicara “un escrito que, dirigido al episcopado de todo el mundo, con ruego de que procure su reproducción en la prensa católica, pueda llegar a poner la verdad en su punto”.
Gomá, entonces, solicitó la opinión de varios obispos sobre el particular, quienes le mostraron los inconvenientes de su publicación. El purpurado pasó de tales reparos. Y con Enrique Pla y Deniel, entonces obispo de Salamanca, y con el obispo falangista Leopoldo Eijo Garay, obispo de Madrid, redactaron dicha carta.
Luego, se pidió a los obispos su adhesión a dicha misiva.
Fueron varios obispos los que no firmaron dicho documento, aunque por razones diversas. No la rubricaron el obispo de Menorca, Juan Torres y Riba y el cardenal Pedro Segura, obispo de Orihuela, pero sus motivaciones no eran las mismas que ocasionaron la postura negativa de Javier Irastorza Loinaz, obispo de Ciudad Real, que era nacionalista; el obispo de Vitoria, Mateo Múgica y el cardenal arzobispo de Tarragona, Francesc Vidal i Barraquer, y casi no lo firmó su amigo Justino Guitar, obispo de Urgel y copríncipe de Andorra, a quien el cardenal Gomá llegó a amenazarlo si no estampaba su firma en la carta… Con el tiempo, tanto Múgica como Vidal pagarían cara su osadía por enfrentarse a Gomá.
Se hicieron más de treinta y seis ediciones de la Carta y se tradujo a todos los idiomas de los países donde un obispo regía los intereses católicos. El golpe de Estado estaba justificado por la voluntad de Dios y nada más habría que añadir, toda vez que los obispos eran sus intérpretes aquí en la tierra. Lo demás, la argumentación política, siempre en un nivel más bajo de importancia que la argumentación teológica, era baladí comparada con la artillería doctrinal teológica aportada por Gomá (en la imagen).
A partir de este momento, la deriva golpista de la Iglesia fue en picado hasta convertirse en el brazo doctrinal del fascismo, luego, franquismo y dando un fundamento integrista al nacionalcatolicismo, gracias al cual la religión se convirtió en política de Estado.
Lo de Gomá se veía venir, pues ya en su pastoral del 30 de enero de 1937 había sentenciado: “Quede por esta parte como cosa inconcusa que si la contienda actual aparece como guerra puramente civil, porque es en el suelo español y por los mismos españoles donde se sostiene la lucha, en el fondo debe reconocerse en ella un espíritu de verdadera Cruzada en pro de la religión católica, cuya savia ha vivificado durante siglos la historia de España y ha constituido como la medula de su organización”.
En el transcurrir de los años, la consideración de la guerra civil como Cruzada permanecerá imborrable, no solo en la mentalidad de los obispos, sino en gran parte de la población española, en el ámbito de los obispos y civiles de toda índole y demás instituciones del Estado, muy en especial en militares y en jueces.
Si la Iglesia ha pedido perdón o presentado sus disculpas por publicar documento tan infame o, sencillamente, repudiarlo, no lo sé. Nada del otro mundo hubiese hecho, pues no habría sido la primera vez que declarase anatema sit un documento incompatible con la doctrina del evangelio. Y, sin duda, la Carta Colectiva, a pesar de estar escrita por un purpurado de la Iglesia y reafirmada por la mayoría de los obispos de España, iba directamente contra la línea de flotación del pensamiento de Jesús de Nazaret.
… al referéndum de 1947
Antes que nada, situémonos en el contexto político de dicho referéndum.
Franco y su cuadrilla de perjuros militares pergeñaron un proyecto de Ley de Sucesión en la Jefatura de Estado como garantía de que el dictador siguiera en el poder sine die. El alcance político de semejante táctica lo reflejaría su articulado. Los cuatro primeros artículos y el sexto, decían, respectivamente:
“De conformidad con la propuesta de las Cortes y con la expresión auténtica y directa de la voluntad de la Nación, dispongo:
Artículo primero. España, como unidad política, es un Estado católico, social y representativo que, de acuerdo con su tradición, se declara constituido en Reino.
Artículo segundo. La Jefatura del Estado corresponde al Caudillo de España y de la Cruzada, Generalísimo de los Ejércitos, don Francisco Franco Bahamonde.
Artículo tercero. Vacante la Jefatura del Estado, asumirá sus poderes un Consejo de Regencia, constituido por el Presidente de las Cortes, el Prelado de mayor jerarquía Consejero del Reino y el Capitán General del Ejército de Tierra, Mar o Aire o en su defecto, el Teniente General en activo de mayor antigüedad y por este mismo orden.
El Presidente de este Consejo será el de las Cortes, y para la validez de los acuerdos se requerirá la presencia, por lo menos, de dos de sus tres componentes y siempre la de su Presidente.
Artículo cuarto. Un Consejo del Reino asistirá al Jefe del Estado en todos aquellos asuntos y resoluciones trascendentales de su exclusiva competencia. Su Presidente será el de las Cortes, y estará compuesto por los siguientes miembros: El Prelado de mayor jerarquía y antigüedad entre los que sean Procuradores en Cortes etcétera”.
En el artículo 6º, se implantaba la prerrogativa de este jefe de Estado para proponer a las Cortes -“cuando quisiera”-, la persona que le sustituyese a título de Rey o de regente y su posible revocación: «En cualquier momento el Jefe del Estado podrá proponer a las Cortes la persona que estime deba ser llamada en su día a sucederle, a título de Rey o de Regente, con las condiciones exigidas por esta Ley, y podrá, asimismo, someter a la aprobación de aquéllas la revocación de la que hubiere propuesto, aunque ya hubiese sido aceptada por las Cortes.»
Se daba, además, un salto político vergonzoso, toda vez que estas leyes fundamentales del Reino -sin rey-, se transformaron en una forma de Constitución sui géneris, a todas luces ajena a un Estado de Derecho.
El 31 de marzo de 1947, el subsecretario de Presidencia, Carrero Blanco, informó a Juan de Borbón que sería Franco quien nombrase a su sucesor “cuando lo considerara conveniente”. Y que el heredero sería “rey de España, pero de la España del Movimiento nacional, católica, anticomunista y antiliberal”.
Y así fue. Cuando Juan Carlos fue nombrado rey, juró hacerlo “como rey del Movimiento Nacional”.
La ley de sucesión en las Cortes franquistas
La totalidad de los periódicos del país publicaron la intervención de Esteban Bilbao Eguía, antiguo carlista y, ahora, franquista furibundo, la justificación de dicha ley.
En las Cortes, Esteban Bilbao afirmó: “La Monarquía que para serlo de verdad ha de encarnar la justicia por encima de todas las diferencias de clase o de partido y el interés permanente de la nación por encima de todas las vicisitudes de la Historia no puede ligarse a la vida efímera de los partidos políticos”.
Refiriéndose sibilinamente a las pretensiones de don Juan y de los carlistas, añadió: “Pretender que una Monarquía, la que sea, haya de nacer del seno de las conjuras políticas, mucho peor si esa conjura hubiese de llevar el padrinazgo de cualquier poder extraño a la nación, sería como arrebatarla su legitimidad de origen para constituirla en rehén, todo lo augusto que queráis pero rehén al fin y al cabo y cuanto más augusta peor, de las revoluciones futuras”.
Los titulares de la prensa del 8 de junio contenían esta declaración: “Las Cortes Españolas aprobaron, con aclamaciones, la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado, según el texto del dictamen que defendió el Presidente D. Esteban Bilbao Eguía cuyo discurso fue interrumpido con frecuentes aplausos y vítores a Franco».
La Gaceta del Norte lo reflejó de este modo:
Diario de Navarra hizo lo propio. Lo mismo que El Pensamiento Navarro.
Junto con la aprobación de la ley, se anunció que sería sometida a referéndum nacional el 6 de julio, tal y como reflejaron todos los periódicos de España. Como muestra específica, he aquí algunas de sus primeras páginas.
Antes de votar esta ley, un Decreto, fechado el 8 de junio de 1947, obligó a los ayuntamientos a dar publicidad de dicho referéndum fijando en los tablones de anuncios municipales dicha convocatoria. La consigna fue siempre la misma. Los municipios debían crear un ambiente para “evitar cualquier perturbación y que se coarte la libertad de los electores, debiendo aplicarse en su caso, las sanciones procedentes dentro de las atribuciones de esa alcaldía, cursando la denuncia a este gobierno civil, sin perjuicios de las responsabilidades que puedan exigirse en los tribunales.”
Habían transcurrido 8 años, tras haber derrotado al enemigo en el frente de batalla y 11 años desde que los militares africanistas dieron el golpe, tras su fracaso inicial resuelto en guerra civil, luego, en santa Cruzada. A pesar del tiempo transcurrido, seguía utilizándose el mismo lenguaje de la guerra. Y la moral de la guerra se aplicaba drásticamente al tiempo de la posguerra.
El cardenal Pla y Deniel entra en acción
Como ocurriera con la Carta Colectiva, escrita por Gomá, lo mismo sucedió con el referéndum de la Ley de Sucesión. Fue el cardenal primado, Enrique Pla y Deniel (1896-1968) quien redactó una Carta Pastoral destinada a los obispos de España para que, en sus distintas diócesis, apelasen al sentir patriótico y religioso de sus feligreses y votasen con un SI a dicha ley. Sus antecedentes fueron los siguientes (1).
En 1946, el cardenal Enrique Pla y Deniel, arzobispo de Toledo, propuso a nueve arzobispos reflexionar sobre distintas cuestiones y, en consecuencia, elaborar una pastoral colectiva para dar a conocer la situación religiosa de España, algo que no se había hecho desde la Carta Colectiva. Sin embargo, encontró una oposición en el cardenal Segura, quien no consideraba oportuna una pastoral tal y como estaba concebida; tampoco, de los principios que la inspiraban.
Se desistió, pues, de la idea de publicar una pastoral colectiva sobre la situación española dada la imposibilidad de concitar las firmas de todos los obispos. Faltando la de uno solo de los obispos hubiese provocado la desorientación y la confusión entre la feligresía. Ante tal situación, los obispos optaron por callar, pues temían las reacciones polémicas suscitadas en 1937 por la pastoral colectiva sobre la guerra civil y que no firmaron el cardenal Vidal y Barraquer, arzobispo de Tarragona, y el obispo de Vitoria, Mateo Múgica, dos figuras importantes en la jerarquía episcopal.
No hay que olvidar que en 1939 el régimen prohibió la difusión de la carta pastoral del cardenal Gomá sobre los deberes de la paz. El cardenal intentó parlamentar con Franco, pero lo único que consiguió fue un rapapolvo por parte del militar golpista. Tarancón, obispo de Solsona, dijo que los obispos “estaban asustados” y que, “dada la situación de España, lo mejor era callar y apoyar al gobierno”. En esta situación de incertidumbre, Pla y Deniel decidió intervenir con una pastoral dedicada al Referéndum del 6 de julio de 1947. Ya es sabido que Pla y Deniel era conocido como el “obispo del régimen”. De hecho, se mantuvo al frente del arzobispado de Toledo desde 1941 hasta su muerte en 1968.
Pla publicó su pastoral el 13 de junio de 1947. Abc la reprodujo de forma íntegra; el 15 de junio. El Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo el 16 de junio y la revista Ecclesia, órgano oficial de la Junta Central de la Acción Católica Española, que estaba sometida directamente al control del primado, el 21. Y la mayoría de los periódicos de provincia hicieron lo propio.
En esa carta pastoral, el cardenal se preguntaba:
“¿Qué intervención puede tener la Iglesia en este momento trascendental en la historia de España? Para Nos no hay la menor duda, tanto si se mira lo que la misma Santa Sede ha hecho en los momentos de plebiscitos constituyentes en Italia, como lo que ha hecho el episcopado de todas las naciones en estos dos años de posguerra, en los cuales en tantas naciones se han celebrado elecciones y plebiscitos de carácter constituyente.
La Iglesia ejerce su magisterio docente moral acerca de la obligación y la gravísima responsabilidad del voto en momentos decisivos para el porvenir de los pueblos; no llega, sin embargo, a decidir el sentido del voto, que deja a la responsabilidad de la conciencia del ciudadano, que debe resolver mirando al bien común atendiendo a las lecciones de la experiencia, sobre todo en su nación, a las realidades concretas presentes de su respectivo pueblo”.
La invitación a ejercer el derecho al voto la expresaría en estos términos: “Ciudadanos católicos: se os llama al ejercicio de uno de los principales y más trascendentales derechos de ciudadanía; ejercedlo en conciencia y pesando toda vuestra responsabilidad; al aprobar o desaprobar el proyecto de ley sucesoria en la Jefatura del Estado, que es de constitución de un régimen, no olvidéis las lecciones de la experiencia e inspiraos en los altos ideales del bien común, de la paz y de la grandeza de España”.
La revista aludida, Ecclesia, voz directa del Primado, publicó dos editoriales sobre el Referéndum. En el primero de ellos, titulado “Amor a la Patria”, decía:
“Las campanas solemnes de la Patria convocan a los españoles al cumplimiento de un deber sagrado: la emisión del voto en un referéndum popular al proyecto de una ley constitucional. Sagrado, acabamos de escribir, porque tal es en todo hijo el deber de asistir a la madre en horas transcendentales. Por eso a nadie ha de extrañar que a las campanas de la Patria hagan eco los bronces de la Iglesia. Cuando el enemigo atraviesa las lindes de un país y las torres de los templos, juntándose al clamor de los clarines y tocando a rebato, congregan a los ciudadanos alrededor de las banderas patrias, la Iglesia ayuda a los fieles a cumplir, en una de sus más bellas formas, con el cuarto mandamiento de la ley de Dios”.
Luego, advertiría de que el Primado “ha señalado la obligación gravísima que nos incumbe a todos de librar los combates supremos de la Patria en esos nuevos campos de batalla que por trinchera tienen urnas electorales. Porque hoy no todas las victorias o derrotas de una nación se consiguen bajo el signo de Marte. Los Estados modernos han hecho consustanciales esos torneos internos por los que cada súbdito llegado a su mayor edad puede empuñar un poco el cetro de la soberanía nacional. Puede y debe. En vistas al bien común, todos los ciudadanos han de sentirse militantes de papeleta en mano.
Los que se inhiben y, con ello, traicionan ese bien común, se hacen reos de sombríos destinos para su madre Patria. Con el fin de evitar tales destinos, la Iglesia no desciende a concesiones partidistas. No llama a puerta alguna de este o aquel sistema, de tal o cual política, sino únicamente a la conciencia de los ciudadanos, ante la que pronuncia con acento materno la palabra sublime del amor a la Patria. A ese amor apela para que sea él el que decida en cada ciudadano la aplicación concreta de las normas perennes de la moral cristiana.
Y hay que tener en cuenta que no se cumple con ese amor llenándose tan sólo la boca de ditirambos sobre glorias pasadas, disfrutando la renta de la heredada fe de los antepasados y quedándose en casa el día de los comicios, bien porque no se les dé la importancia que tienen, bien simple-mente porque no apetezca y se prefiera el consabido «por uno más o menos…» Las campanas solemnes de la Patria nos convocan al voto. Por amor de ella, aprestémonos a acudir como a una leva más en el servicio indeclinable del bienestar común”.
El segundo editorial llevaba por título “Las lecciones de la experiencia.” Repetía la llamada del cardenal para que votasen, considerando el voto como “uno de los derechos más transcendentales de la ciudadanía” como era el de “aprobar o desaprobar el proyecto de ley sucesoria en la Jefatura del Estado”. Y, mucho más incisivo, conminaba a la ciudadanía a no olvidar la situación de la Iglesia en los países comunistas, dando a entender que, caso de aprobar dicha ley, España volvería a caer en manos de los soviets.
Los obispos y la carta pastoral de Pla y Deniel
La primera manifestación de la división existente entre la jerarquía episcopal por razones políticas se dio en 1947, con motivo del Referéndum popular del 6 de julio y, mucho más en concreto, por “causa” de la pastoral. Aunque parezca mentira, no hubo unanimidad entre el episcopado.
Vicente Cárcel distinguirá entre los obispos cuatro grupos diferente que adoptaron una actitud diversa con relación al referéndum.
1. Grupo. Lo formaron 27 obispos. Siguieron las consignas del primado a raja tabla, de tal modo que no se limitaron a reproducir su pastoral, sino que se esforzaron en dirigir pastorales, exhortaciones y circulares al clero y a los fieles, desde los púlpitos de las iglesias. Hicieron hincapié sobre la obligación de votar y hacerlo en conciencia, debido a las circunstancias del presente y a los peligros del comunismo acechante en el mundo en un futuro inmediato.
En este contexto, sobresalieron el arzobispo de Burgos y los obispos de Badajoz, Oviedo, Orense, Tortosa, Madrid-Alcalá y el vicario general de Lérida.
Me limitaré a reproducir sus fragmentos más significativos, la mayoría de ellos reproducidos en la prensa nacional, mucho más servil con relación al régimen franquista que algunos de los obispos que, luego, concitaremos, no los de este primer grupo, desde luego.
El arzobispo de Burgos, Luciano Pérez Platero
Entre otras afirmaciones sostuvo en su pastoral: “Nunca, en ningún trance ni en momento alguno de la vida es lícito a un ciudadano traicionar los grandes intereses de su país, ni desatender los deberes imperiosos para con la Patria. Pero lo es mucho menos a un católico desertar de su puesto y burlar especiosamente su obligación en las horas graves y preñadas de esperanzas y de peligros, por lo mismo que ha de marcar su impronta el punto de partida para los futuros destinos de todo un pueblo.
Esta es nuestra situación en el actual instante hondamente influido por el deseo y aspiración anhelosa que todos cifran en la continuidad de las tradiciones históricas de la raza, y por el relieve circunstancial de las realidades presentes, internas y externas, de nuestro pueblo, allende y aquende las fronteras patrias.
La hora es grave, incuestionablemente, solemnemente: la más solemne y más grave que puede presentarse a una nación. Se trata de señalar plebiscitariamente la norma constitutiva del Estado, que todos con el mayor afán querríamos fijar definitivamente y transmitir robusta, intangible y firme a la posteridad, para el engrandecimiento y plena soberanía e independencia de España, que reclaman inacallable y esencialmente todos los sectores nacionales.
Se trata de dar a España, por determinación libérrima de los españoles, la más transcendental y sustantiva de sus leyes institucionales, conjugándola sincrónicamente con los más altos y supremos intereses de la Iglesia, de la Religión, del orden y de la paz social. Nuestro deber en esta hora es único y es claro: acudir a las urnas y depositar en ellas nuestro voto, libre, secreto y responsable. Y reparad que no es un deber de carácter meramente cívico y jurídico, sino un deber sagrado, un deber de conciencia, de cuya transgresión o cumplimiento hemos de responder ante el supremo y eterno Juez.
En unidad de pensamiento y anhelo exhortamos a nuestros diocesanos a que, pensando en la trascendencia de la Ley y en el futuro de España, cumplan su deber patriótico y religioso, emitiendo su voto según los dicta-dos de su conciencia, y con la vista puesta en los postulados de nuestra historia y en la prosperidad y adelanto integral de la Patria”.
El obispo de Badajoz, José María Alcaraz Alenda
Su pastoral se iniciaba con una palabras de Pío XII dirigida a las jóvenes de Acción Católica en 1946: “De la doctrina expuesta por el Romano Pontífice en la citada alocución, aplicada a las circunstancias actuales del “referéndum”, cuyo resultado ha de ser decisivo para el porvenir de nuestra Patria, se deducen clara y terminantemente las obligaciones siguientes:
Tienen los católicos el deber sagrado, que obliga en conciencia y ante Dios, de dar su voto en el “referéndum”, pues con la papeleta del voto se tienen en la mano los intereses superiores de la Patria. Tienen los católicos él deber de tener conciencia de su responsabilidad, pues la hora es grave.
Tienen los católicos el deber de iluminar las conciencias ignorantes, inciertas y dudosas, instruyendo de casa en casa, de familia en familia, de calle en calle y de comarca en comarca.
Tienen los católicos el deber de no dejarse vencer por nadie en actividad, en fervor, en celo, en espíritu de verdad, de justicia y de amor. Dejar de votar en el «referéndum» será, por consiguiente, faltar a un deber sagrado, que obliga en conciencia y ante Dios. La santa Iglesia no llega a decidir el sentido del voto, que deja a la responsabilidad de la conciencia del ciudadano y que éste debe resolver mirando al bien común y atendiendo a las lecciones de la experiencia, sobre todo en su nación y a la realidades concretas presentes de su respectivo pueblo, como dice en la pastoral citada el Emmo. Sr. Cardenal Primado; y Su Santidad el PAPA tan sólo dio en la alocución transcrita esta norma, clara y decisiva: se ha de dar el voto a los que ofrezcan garantías seguras, no vagas y ambiguas, de que respetarán los derechos de Dios y de la religión en bien de los intereses superiores de la Patria”.
El obispo de Oviedo, Benjamín de Arriba Castro
Además de publicar la pastoral del primado, añadió el siguiente comentario:
“La crisis actual del mundo no tiene precedentes en su extensión ni en su intensidad. Las fuerzas del mal que hicieron una primera y cruentísima experiencia en nuestra patria para abatir en ella las banderas del catolicismo, se ensañan hoy con otras naciones contra la Iglesia Católica hasta límites inconcebibles. Hay que pedir mucho a Dios, ya que, como dice la Escritura divina, si él no guarda la ciudad, en nuestro caso la patria amadísima, serán inútiles todos los esfuerzos con que los hombres pretendan asegurar su tranquilidad y bienestar. Oremos, pues, y unamos a la oración la vida cristiana y las costumbres honestas, sin lo cual mereceríamos el conocido reproche del Profeta. Mas no basta orar. Es preciso también usar de todos los recursos y me-dios humanos que la Ley nos concede, y hasta nos impone, para defender los intereses de la Religión y de la patria. Esperamos, pues, de todos Nuestros amadísimos diocesanos, que, después de pensar delante de Dios la transcendencia del voto que van a emitir, se dispondrán a ejercer este derecho y a cumplir este deber de ciudadanía buscando solamente el mayor bien y prosperidad de la Iglesia y de España”.
El obispo de Orense, Francisco Blanco Nájera
Dictó una larga exhortación pastoral diciendo, entre otras cosas, que “no se trata de una nueva cuestión política o económica, de un mero cambio intrascendente de forma de gobierno, sino de algo fundamental que atañe a la misma esencia de la Patria.”
Después, añadió:
“Ni como católicos obispos españoles tras la segunda Guerra Mundial, ni como españoles podemos sentirnos ajenos, mirar con indiferencia, inhibirnos pasivamente ante el referéndum nacional”.
En un apartado de la pastoral, dentro de un epígrafe titulado “Es necesario recordar”, describirá la época la República como “un fango, sangre y lágrimas”. A continuación, sostuvo que “la victoria militar del general Franco valdría bien poco si el vencedor es derrotado después por el vencido en el terreno de las ideas políticas, filosóficas y religiosas”.
La referencia a la guerra civil no terminaría ahí, pues apeló al “sentido ideal de la guerra civil, porque se trata de estabilizar la victoria de las armas con la conquista de las almas para los eternos principios sobre los que se ha levantado la verdadera grandeza de nuestra Patria”.
Para reforzar la obediencia de los deberes de los católicos, se apoyaba en las encíclicas de Pío XI y de Pío XII, y como cierre de este broche doctrinal terminaba con esta invitación patriótica dedicada a los ciudadanos de Orense:
“No podemos dudar de Orense, que en las horas difíciles de la Patria, en tiempo de la República nefasta dio ejemplo de decisión y tenacidad, en reiteradas votaciones, a favor del orden y de los principios religiosos, frente a las amenazas y persecuciones izquierdistas; en este momento crucial y decisivo para España, no ha de ser menos firme y valiente en mantener enhiesta la bandera de Cristo y defender los principios inviolables de esta querida Patria, sobre la cual el Corazón divino de nuestro Redentor ha prometido reinar, por el amor, de una manera especial”.
Diario de Navarra la reprodujo el 4 de julio en sus páginas.
El obispo de Tortosa, Manuel Molí Salord
No tuvo mejor recordatorio que hacer que evocar “los años calamitosos de la persecución religiosa y la aparición del salvador del general Franco”. Lo hizo del siguiente modo:
“Recordemos que no hace muchos años gran parte del territorio nacional, y en ella toda nuestra amada diócesis, como consecuencia de la desdicha-da gestión gubernamental de un régimen ateo, vióse envuelta en una olea-da nefanda de persecución religiosa, en que era blasfemado el nombre de Dios, conculcados los derechos de la Iglesia, fusilados sus ministros, devastados e incendiados sus templos y sumido todo en un reinado de terror y anarquía, con la quiebra absoluta de los más sagrados intereses de la Patria.
Recordemos el medio salvador que, en su providencia amorosa, nos procuró Dios para poder salir de aquella angustiosa situación, liberándonos a costa de mucha sangre y de enormes sacrificios, de las manos crueles que nos martirizaban y oprimían.
Recordemos que desde entonces la Iglesia en España, y Nos somos de ello el mejor testigo de las dos diócesis que hemos regido durante este tiempo, Lérida y Tortosa, ha tenido una plenísima libertad para cumplir su divina misión, gozando en todo momento de la mayor consideración, respeto, protección y apoyo del Estado, representado en las Autoridades de toda clase y categoría, en sus disposiciones, en sus leyes, en sus convenios con la Santa Sede, en su ejemplar liberalidad para la construcción de templos parroquiales, iglesias, seminarios, etc., etc., viviendo la nación entera un período felicísimo de espléndida reconstrucción moral y material. Esto nos dice la historia clara e irrebatible de estos once últimos años. Ahora, amadísimos hijos, al ofrecérseos la ocasión de emitir vuestro voto en el próximo “referéndum”, y al ejercer este vuestro derecho de ciudadanos, «no olvidéis las lecciones de la experiencia». Pensad, reflexionad, asesoraos si conviene, tened conciencia de vuestra responsabilidad. La Iglesia no os dice lo que debéis decidir, lo que debéis votar. Pero sí os queremos prevenir que, como católicos y creyentes, nunca podéis elegir soluciones en que puedan ponerse en contingencia o peligro el reconocimiento de los derechos de Dios, la libertad de la Iglesia y el debido ejercicio de nuestros deberes religiosos”.
Dicha pastoral la reprodujo Diario de Navarra, el 3 de julio.
El obispo de Madrid-Alcalá, Leopoldo Eijo Garay
Bastará con decir que la primera página del periódico Ya decía: “El obispo de Madrid exhorta a los católicos madrileños a que cumplan sus deberes electorales. Falta gravemente quien, sin grave excusa, deja de manifestar su pensamiento”.
El vicario capitular de Lérida, Amadeo Colom
Se limitó a publicar la pastoral del primado, añadiendo a ella una breve nota: “Como norma para la formación de esa conciencia práctica tened todos presentes las lecciones de la experiencia e inspiraos en los altos ideales del bien común, de la paz y de la grandeza de España. Meditad en las consecuencias de vuestro SI o de vuestro NO, a sabiendas que habéis de responder a Dios de vuestro voto”.
Grupo 2º. Este grupo estuvo integrado por 19 obispos. En principio, se limitaron a reproducir la pastoral, pero algunos, tras la lectura de las “lecciones de la experiencia”, cayeron en el prurito de añadir su punto de vista al referéndum.
Entre ellos, estuvieron los obispos de Huesca (Rodrigo Ruesca), de Cuenca (Rodríguez Diez), de Ávila (Moro Briz), de Ibiza (Cardona Riera), de Salamanca (Barbado Viejo), de Cartagena (Díaz Gómara), de Pamplona (Delgado Gómez), y del vicario general de Vich.
El obispo de Huesca, Lino Rodrigo Ruesca, añadió a la pastoral, la siguiente exhortación:
“En este importante documento pastoral transcrito encontrarán nuestros Sacerdotes y fieles clara y segura dirección, a la luz de los inmutables principios de la doctrina católica para resolver las dos cuestiones de conciencia que se plantean a todo católico español ante la llamada hecha por el Gobierno a depositar su voto en las urnas.
Es la primera la que se refiere a la obligación de votar. En momentos decisivos, como el presente, para el porvenir de nuestra amadísima España, es gravísima responsabilidad el ejercicio del voto, al cual nos obliga el precepto de caridad y amor que nos impone la Ley de Dios para con el Estado y la Patria.
La segunda cuestión que se plantea en conciencia es la determinación del sentido del voto. La Iglesia, que está por encima de todo sistema político, declara la gravísima obligación que incumbe a todo ciudadano católico de que, al depositar su papeleta en las urnas, por encima de todo criterio personal en materia política queden siempre a salvo y garantizados los altos ideales del bien de la Religión, del bien común y grandeza de la Patria. Para evitar la confusión y prevenir los males, ordenamos a nuestros venerables sacerdotes expongan estos principios y criterios católicos a los fieles en la predicación sagrada del próximo domingo, fecha del Referéndum, aprovechando esta nueva ocasión para que se eleven al Señor en todas las iglesias fervientes oraciones por la paz y prosperidad de España. A todos nuestros amadísimos diocesanos exhortamos en el Señor y esperamos confiadamente que acudirán a cumplir con el deber de cristiana ciudadanía de emitir su voto en el próximo referéndum popular y estamos plenamente persuadidos de que al cumplirlo sabrán inspirarse en los dictados indeclinables de toda conciencia cristiana de salvar a toda costa los sacratísimos intereses de la Iglesia de Cristo y de nuestra amadísima Patria.
Recordemos en estos momentos transcendentales las amarguras pasadas en años no lejanos de persecución a la Iglesia de Cristo, pensemos en los miles y miles de mártires y héroes que murieron por salvar la civilización cristiana, y pidamos al Señor no permita que por nuestros descuidos volvamos al caos del que salimos merced a su ayuda y al valor de nuestros hermanos. Sepamos todos en estos momentos cumplir con nuestro deber”.
El añadido del obispo de Cuenca, Inocencio Rodríguez
Insistió sobre la necesidad de votar no mirando “a otra cosa que al bien de la Religión y de la Patria” con estas palabras:
“¿Cuál ha de ser vuestra actitud ante un hecho transcendental para la vida de la Patria? No puede, ni debe ser otra, que la de todo buen católico en casos semejantes.
1º- Votar. Deben votar en ese día todos cuantos tengan voto, aunque el hacerlo lleve consigo sacrificios y no pocas incomodidades. Nada de quedarse en casa ocultando su cobardía o su vida de comodín, con que un voto más o menos nada significa.
2º En la emisión del voto no debe mirarse a otra cosa que al bien de la Religión y de la Patria, a que queden a salvo siempre y bien defendidos los derechos de Dios y de la conciencia cristiana, posponiendo a todo esto cualquier punto de vista particular, por muy importante que parezca”.
El obispo de Ávila, Santos Moro Briz
Añadió de su propia cosecha la siguiente requisitoria: “Haced cuenta venerables sacerdotes, que no va dirigida solamente al clero y fieles de la Archidiócesis de Toledo, sino también a los de nuestra querida Diócesis. Tomad muy en consideración todos sus conceptos y sabias orientaciones.
Instruid, sobre todo, a los fieles sobre estos dos puntos fundamentales:
1º. La obligación de votar; 2º. Votar en conciencia y pesando toda la responsabilidad que entraña la emisión de un voto del que puede depender el bien de la Religión y de la Patria. No es cosa baladí lo que se ventila en este Referéndum del día 6. Ese proyecto de Ley Sucesoria en la Jefatura del Estado entraña nada menos que la constitución de un Régimen, y es claro que un cambio de régimen es algo transcendental para una nación: como que de ello puede depender el bien de la Religión y de la Patria, que estriban precisamente en la paz y en el orden social”.
El administrador apostólico de Ibiza, Antonio Cardona Riera
Escribió y editó una extensa pastoral, de la que rescato este fragmento:
“La Iglesia no se mete en política de partido ni personalista. Pero cuando, como en la presente ocasión, trátase de forjar la constitución de un Estado, la alta gobernación de nuestro pueblo, de que tantos bienes o tantos daños pueden derivarse para la sociedad, y en orden a la salvación de las almas, tienen los pastores el grave deber de orientar y hacer reflexionar a sus hijos, a fin de que puedan proceder conscientemente en el ejercicio de su derecho”.
El obispo de Salamanca, Francisco Barbado Viejo
Hizo lo propio que el anterior obispo, publicar una extensa pastoral:
“Considerando la autoridad del Emmo. Purpurado, la claridad y precisión de la doctrina que expone acerca de la gravedad de los momentos presentes para nuestra Patria y la obligación que a todos los españoles alcanza de formar su conciencia y obrar en consonancia con las exigencias del bien común de España nos ha parecido lo más acertado hacer nuestra dicha Pastoral en todos sus extremos, comunicándola a nuestros Sacerdotes y fieles, para que se guíen por sus sabias orientaciones.
Por ello, al mismo tiempo que comunicamos, haciéndola nuestra, la antedicha Pastoral y rogamos a los señores Párrocos que la den a conocer a los fieles, juntamente con esta nuestra Circular, recomendamos a dichos Sres. Párrocos y demás Sacerdotes que se abstengan de comentarla en las iglesias, a fin de evitar posibles interpretaciones que puedan tachar de política de partidos la posición de la Iglesia.
El proyecto de Ley sometido a Referéndum prefiere la Monarquía a la República, como más en consonancia con la tradición y experiencia españolas.
Entre las diversas formas de Monarquía prefiere la templada y representativa a la absoluta. A la simplemente electiva prefiere la Monarquía hereditaria para garantizar en lo humanamente posible, contra las naturales contingencias de la descendencia y el desgaste de las familias, el que siempre rija la nación persona apta, señala la Ley las cualidades personales y condiciones de edad del futuro Rey, e instituye el Consejo del Reino y el de Regencia, que asesore al Jefe del Estado en el régimen y recoja las riendas del mismo en casos excepcionales, orientando nuevamente la sucesión en la Jefa-tura del Estado.
La Ley proclama también el carácter católico del Reino, tanto en lo que atañe a la constitución del Estado, como a la persona misma de su Jefe. Declara social al Reino español, para indicar que la virtud de la justicia social ha de ser la base de convivencia».
El de Cartagena, Miguel de los Santos Díaz Gómara
Sostuvo que: “no corresponde a la autoridad episcopal ser más explícita, pues se lo veda el elemental deber de no coaccionar a nadie en cuanto al contenido del voto que haya de emitir”.
El de Pamplona, Enrique Delgado Gómez
Publicó íntegra la pastoral del primado en el Boletín Oficial Eclesiástico de la Diócesis, del 1 de julio de 1947, y fue publicada en Diario de Navarra el 2 de julio de 1947, precedida de las palabras dirigidas con motivo del «Homenaje a la Vejez» del 29 de junio: “Recordando el llamamiento del general Mola a los navarros”; también, la publicó El Pensamiento Navarro, para quien “los principios de la Cruzada quedaban a salvo, intocables e inatacables con la ley de Sucesión”.
Para el obispo Delgado, el fin del referéndum “es reafirmarse en la epopeya que hizo de Navarra una monarquía”. Luego añadía:
“El comunismo está vigilando, buscando un momento en que dormidos y entregados a cosas menudas que nos distraigan, pueda él sembrar su semilla entre nosotros. Los motivos tradicionales católicos que siempre nos hicieron grandes en nuestra Historia y animó como espíritu nuestra Cruzada de Liberación, que pasa por encima de todos los baches inherentes a toda obra grande, que es la que solo debe permanecer.
Fuisteis vosotros los que respondiendo unánimes y prontos a la voz de un general iniciastéis esa Cruzada cubriéndoos de gloria y dando a Navarra un puesto de honor en los anales de la historia. Se trata de hacer firme aquella epopeya, de dar curso legal e histórico a su espíritu y de que aquella monarquía en que cuajaron nuestros antiguos ideales y que bajo el peso de los siglos aún vive su raíz en Leyre, como en Toledo y otros sitios pueda encontrarse a sí misma en el momento oportuno”.
Como se trataba “de salvar el porvenir de la religión”, el obispo de Pamplona añadía: “Yo os pido que como ante el llamamiento de Mola en nombre de la religión y de la patria no os encojáis de hombros ante los momentos actuales dejando paso libre al comunismo; que hagáis uso de vuestros derechos de sufragio, que son verdaderos deberes de justica legal para la Patria; que os despojéis de pasiones pequeñas y miréis por encima de todo resentimiento personal y os fijéis solamente en el concepto que se pone en vuestras manos para decidirlo, teniendo en cuenta el porvenir de la religión en nuestra patria y la vida de esta».
Diario de Navarra, 2.7.1947. Exhortación del Excelentísimo y Reverendísimo Sr. Don. Enrique Delgado Gómez de Pamplona ante el Referéndum.
El vicario general de Vich, Jaime Gassó
Fue de los obispos más lacónicos. Publicó la pastoral del primado añadiendo una brevísima nota donde pedía a los párrocos que la hiciera extensiva al conocimiento de los fieles y que acudieran a votar. Sin más.
Grupo 3º. Estaba formado por los restantes 9 obispos. Guardaron completo silencio. No publicaron la pastoral del primado, ni, tampoco, exhortación alguna de su cosecha particular.
Entre ellos, figuraban los arzobispos de Santiago de Compostela (Tomás Muniz Pablos) y el de Sevilla (cardenal Pedro Segura Sáenz), y los obispos de Calahorra (Fidel García Martínez), el de Canarias (Antonio Pildain Zapiain); el de Mondoñedo (Fernando Quiroga Palacios), el de Osma (Saturnino Rubio Montiel), el de Plasencia (Juan Pedro Zarranz Pueyo), el de Segovia (Daniel Llorente Federico) y el de Solsona (Vicente Enrique y Tarancón).
Estos obispos consideraban que la Ley de Sucesión pertenecía a la esfera exclusiva de la política, solo política, y que no tenía nada que ver con los intereses de la religión, sino de la continuación y perpetuidad del Régimen franquista.
Más todavía. Eran partidarios de que la Iglesia debía abstenerse a la hora de tomar partido a favor o en contra de un régimen que tantos recelos despertaba dentro y fuera de España. Añadía a ello que se trataba de una ley que no había sido discutida públicamente. ¿Cómo podía suceder tal cosa en una sociedad sin derecho a la libertad de expresión?
Hay que señalar que, aunque estos obispos no movieron un dedo por hacer publicidad de la pastoral de su eminencia, el primado, lo cierto es que, llevados de su habitual “prudencia evangélica”, jamás condenaron el régimen. En privado, puede; en la palestra pública, nunca; tampoco, en las parroquias. Por el contrario, los párrocos adictos pedían a sus feligreses que invocasen a la Providencia por la salud del Caudillo.
Grupo 4º. Estaba formado por cinco obispos sin vacantes, por lo tanto sin posibilidad de intervenir en la publicidad del referéndum en las diócesis respectivas para las que habían sido nombrados, excepto el de Tarragona, que había sido obispo auxiliar de Granda.
Estos fueron, el de Almería (Alfonso Rodenas García), el de Lérida (Aurelio del Pino Gómez), de Málaga (Ángel Herrera Oria), de Tarazona (Manuel Hurtado García) y de Tenerife (Domingo Pérez Cáceres).
Cuatro obispos que no votaron
Además de no decir ni una palabra con relación a la pastora del primado, no votaron. Fueron el cardenal Segura, arzobispo de Sevilla; el arzobispo de Valencia, Marcelino Goicochea, Fidel García, obispo de Calahorra y Saturnino Rubio, obispo de Osma.
Segura apeló a que estaba enfermo el día del Referéndum, pero su negativa a votar fue una reafirmación de sus principios monárquicos y de su hostilidad hacia el Régimen y, en especial, hacia Franco.
Fue cesado en 1954. Francisco Franco Salgado Araujo, primo del dictador, en sus “memorias” sostuvo que este dijo: “Yo no he pedido la destitución del cardenal, pese a su actitud violenta contra mí sin motivo alguno para ello, antes al contrario, pues siempre le traté con mucha consideración. Lo había aguantado como una cruz que Dios me mandaba y la llevaba con la máxima paciencia. Lo que sucedió es que a Roma han llegado informes sobre la violencia del cardenal contra todo el mundo; el abuso de las excomuniones; el no querer tomar parte en actos a que asistían las más elevadas autoridades del Estado y de la Iglesia, como sucedió recientemente en Zaragoza el día del Pilar en el acto cumbre del año mariano de España, para el que Su Santidad nombró legado suyo al cardenal de Toledo, y yo como Jefe de Estado ofrecí España a la Virgen; en una palabra, el cardenal Segura, por motivos de perturbación mental u otros que se desconocen, actuaba en plan de tal violencia, con manías persecutorias que no conducían a nada bueno, y por ello la Iglesia cortó por lo sano destituyéndolo. Ayer tarde llegó a España por avión v según los testigos que le vieron bajar tuvieron que auxiliarle tres sacerdotes dado su estado de postración. La noticia de la destitución le habrá causado cuando se la notificaron en Roma una impresión terrible. Su actitud futura sólo Dios la conoce. Lo cierto es que en Sevilla su marcha fue acogida con una sensación de alivio grande, era una pesadilla que padecían los sevillanos». (Mis conversaciones privadas con Franco, Barcelona, Planeta, 1976). (2)
El obispo de Calahorra, Fidel García
Ni publicó una pastoral, ni exhortación, ni circular, ni votó. No fue ninguna sorpresa que se abstuviera de hacerlo. Y no sorprendió a nadie ya que era conocida su oposición al Régimen. De hecho, el 28 de febrero 1942, el Primado impidió que una pastoral de Fidel García tuviera difusión alguna. Llevaba por título “Sobre los errores modernos”. Constaba de 45 páginas.
Lo más sorprendente de esta pastoral era que denunciaba abiertamente la censura impuesta por el régimen. Pero no solo. El obispo situaba entre esos errores el comunismo, conminación muy habitual entre los jerarcas episcopales y los políticos del régimen, pero la forma en que lo hacía el obispo García rompía todos los moldes críticos hasta la fecha conocidos en el ámbito eclesial. Este era el fragmento:
“Uno de esos errores o cúmulo de errores, abiertamente contrarios a los más fundamentales principios de nuestra Santa Religión, es el conocido con el nombre de comunismo. Su gravedad salta a la vista. De su virulencia y desastrosos efectos hemos tenido en nuestra misma Patria una demostración terrible y aleccionadora”.
Pero, luego, añadía un análisis de la presencia comunista en España poco común en los predios políticos, periodísticos y teológicos:
“Sin descontar la posibilidad de que, en circunstancias dadas, explosiones de esa virulencia pudieran de nuevo dejarse sentir, por el momento, con todo, en nuestra nación, no es el error comunista una tentación o un peligro inminente para las conciencias creyentes. El escarmiento reciente aún está vivo en el recuerdo. El ambiente social, reflejo de ese escarmiento, es poco propicio a la infección comunista. La propaganda de sus doctrinas, de las obras o escritos que las defienden, está vedada por la pública autoridad. Las condenaciones de la Iglesia de esas mismas doctrinas se han dado a conocer repetidas veces, por todos los medios y órganos de publicidad. No cabe, pues, alucinación ni ignorancia. En este caso, los elementos o factores circunstanciales, que muchas veces, en la lucha del error contra la verdad, han decidido la suerte, hoy por hoy, en nuestra Patria, trabajan por la buena causa en favor de la verdad”.
Fidel García fue declarado enemigo del régimen franquista, sufriendo persecución desde los 40 hasta su muerte. El 28 de agosto de 1952, este acosamiento culminó con el llamado Informe reservadísimo sobre moralidad del obispo calagurritano y que fue entregado al arzobispo de Barcelona, donde se le presentaba como “un hombre lujurioso, cliente frecuente de prostíbulos y cabarés en Sevilla, Barcelona y París.”
El arzobispo le obligó a comparecer ante su presencia para que se defendiera de tales acusaciones. El obispo Fidel renunció hacerlo. Ningún obispo de España salió en su defensa. Ni uno. Fidel optó por retirarse de la vida eclesiástica, civil y pública. En 1962, el dictador le ofreció una rehabilitación pública, pero el obispo renunció a ella. Fidel García murió el 10 de febrero de 1973.
Fue el único obispo de la jerarquía que se opuso abiertamente al régimen. Su denigración pública fue el pago con el que Franco pagó su desprecio.
Saturnino Rubio, obispo de Osma
Fue el cuarto obispo que no votó. Consideraba que los sacerdotes no tenían que intervenir jamás en política y que debían ser siempre neutrales. Una rara avis en el panorama episcopal.
Dos prelados diferentes
Del conjunto del episcopado español hubo tres prelados que tuvieron especial significado y amplia repercusión pública. Ya me he referido al citado Fidel García. Quedan los arzobispos de Valladolid y Valencia.
El arzobispo de Valladolid, Antonio García y García
En los ámbitos eclesiásticos, nadie esperaba que, por sus antecedentes, el arzobispo García y García se mostrase favorable al Régimen en 1947. Vicente Cárcel recuerda que “en Valladolid existía un grupo de falangistas radicales que no veían con agrado que el obispo se mostrase indiferente al régimen y que mantenía muy buenas relaciones con el embajador inglés Hoare.”
García cambió su actitud cuando en 1946 fue nombrado, sin ser consultado, procurador en Cortes. Aceptó el cargo para que nadie viera en su rechazo una ofensa o desafío contra el Jefe del Estado. Finalmente, desveló cuáles eran sus ideas respecto al régimen cuando, a principios de 1947, en una pastoral titulada Oración, vigilancia, sobriedad.
De entrada, justificó el Alzamiento Nacional diciendo que “con su esencia y en sus líneas fundamentales, fue un Alzamiento Nacional legítimo, justísimo, para la defensa de la Religión y de la Patria”. Reconocerá que durante la contienda se cometieron “elementos no dignos de aprobación, pero que no violan ni pervierten el conjunto hasta el punto de quitarle su naturaleza y hacerlo reprobable». De ahí que pidiera a los fieles “rezar y trabajar para que “aquello” (el régimen republicano) no vuelva, y para que “esto” (el nuevo Régimen) se perfeccione y se purifique en lo que es necesario.”
En vísperas del Referéndum, publicó una circular donde afirmaba: “1º. que procede el votar la Ley sucesoria; 2º, que procede el votarla en conciencia, esto es, bajo la mirada de Dios, que nos ha de juzgar; 3º, y que según nuestra conciencia de ciudadano español y de arzobispo, procede votarla favorablemente”.
Para el obispo García solo cabía votar y hacerlo afirmativamente, añadiendo: “Solamente diremos dos cosas, que los vacilantes o renuentes deben considerar, y son dos cosas de sentido obvio, vulgarísimas: 1ª. Que lo perfecto no existe en este mundo y que lo que hay que hacer es no rechazar lo imperfecto, sino trabajar para perfeccionarlo; 2ª. Que si a la cumbre del monte no se puede subir por una pendiente en línea recta, se debe subir por una pendiente en zig-zag.”
El hecho de que el obispo pidiese el voto afirmativo generó críticas en cierto ámbito eclesiástico, pues se consideraba que dicha petición era una forma de imposición a la conciencia libre de los ciudadanos.
El arzobispo de Valencia, Marcelino Olaechea
El obispo Marcelino Olaechea Loizaga se limitó a publicar una circular donde pedía a los fieles que votasen según su conciencia, pero él no lo haría porque se consideraba padre de todos, de monárquicos y de republicanos, aunque, obviamente, a estos no les haría ninguna gracia semejante paternidad putativa.
Su decisión abstencionista se la confesó al Gobernador civil de Valencia, Ramón Laporta Girón, camisa vieja de la Falange. Fue una conversación nada conciliadora por parte del gobernador. La causa de esta negativa la explicaría con el tiempo Delgado Araujo. Según este: “El actual arzobispo de Valencia, doctor Marcelino Olaechea, en otras épocas fue considerado como poco entusiasta del Régimen y apasionado por el ideal del separatismo vasco; el gobierno gestionó su ascenso a arzobispo para alejarlo de Navarra, donde tenía su diócesis». (3)
La circular de Olaechea decía así:
“Al clero y fieles de la diócesis. Venerables Hermanos y amadísimos hijos: Votar. Han transcurrido varios años en la historia de España, sin que sus hijos se hayan enfrentado con las urnas. Se os requiere al presente a los mayores de edad, a aceptar o rechazar una Ley. Ese requerimiento (primer llamamiento, por sufragio universal, desde la guerra acá a la voluntad de la Nación) Nos da ocasión para deciros con la mayor claridad y brevedad que nos sea dado, cuál será siempre vuestro deber en la emisión del voto, ya para aceptar o rechazar una Ley, ya para elegir, si a ello se os llama un día, a los gestores de la cosa pública. Las normas que en síntesis os recordamos son normas generales. Nos referimos, pues, a todas las leyes y a todas las elecciones y a todos los tiempos.
1º No tenéis la menor duda de que el católico digno de tal nombre debe ser el mejor ciudadano, el más ejemplar cumplidor de cuanto contribuya al mayor bien de la comunidad, sin ahorrar trabajo ni parar mientes en cobardías.
Mal católico sería el que, aun frecuentando la Iglesia y saboreando las dulzuras de la piedad, se encerrase en una torre de marfil para no percibir el chirrido de las injusticias sociales, ni los ayes de la miseria, ni el rodar de las olas de inmoralidad; el que no sintiera ansia por la grandeza de la Patria que Dios le dio para mejor ir a El.
2º Entre los deberes ciudadanos, uno, y de los más trascendentales, es “votar”. El abstenerse de emitir un voto secreto con libertad de emisión y garantía de verdad en la proyección, sería pereza, sería cobardía, sería traición a los deberes sociales, sería dejar de manejar un arma que Dios, por medio de la sociedad, pone en las manos para el logro del mayor bien. ¿En qué sentido votar una Ley? En el que cada cual crea más conducente al logro de ese mayor bien. Arranca de aquí la necesidad de estudiar, según las propias luces y el mejor asesoramiento que se tenga a mano, para acertar con el referido mayor bien. Pensad, pues; asesoraos, y que Dios os inspire, puesta la mira en El y, por tanto, en el mayor bien de la Patria. Y, ¿a quién elegiréis cuando os llegue el caso? A quien, siendo digno, sea al mismo tiempo eficaz para el logro de ese mayor bien, pospuesto todo interés bastardo, todo amor reñido con él.
3º La Iglesia no ha sido política, la Iglesia no es política, la Iglesia no será jamás política. Cuando la política llegara a tocar el altar dejaría de ostentar con verdad ese noble sello para convertirse en una cosa… sin nombre; y aun entonces, la Iglesia, denunciando con serena maternidad el ataque, amará más en sus «hombres de Dios» la oración y el sacrificio que la defensa inevitable (para ellos y para todos) por las urnas. Venerables Hermanos en el sacerdocio, y singularmente vosotros, queridos Párrocos, a quienes Dios asiste tan visiblemente con la gracia de estado, ved bien lo que El os inspire siempre en el uso del voto; y quiera Dios que no tengáis nunca el dolor de saber que unas almas se os han alejado por vuestras preferencias terrenas, como jueces y parte en las cosas que Dios haya dejado a la libre disputa de los hombres.”
La conducta del arzobispo de Valencia se interpretó como un gesto de oposición abierta al Régimen. Sin embargo, para el Dictador aquello no era para tomárselo a la tremenda y, para asombro, nombró al arzobispo de Valencia Procurador en Cortes. Olaechea bajó la cabeza y aceptó el cargo, en el que se mantuvo desde la legislatura V hasta la VIII, es decir desde 1955 hasta 1967, fecha en que fue aceptada su renuncia.
Acotación final
El 6 de julio de 1947, sobre un total de 15.204.411 españoles que acudieron a las urnas, 14.145.163 dijeron que sí. El no alcanzó la cifra de 722.656. Y 336.592 se abstuvieron o hicieron nulas sus papeletas.
Cierta prensa extranjera, donde se movían las fuerzas políticas al régimen franquista, se posicionó en contra del Referéndum, escribiendo sarcásticamente del Reverendum en lugar de Referéndum. Y no dudaron en hablar de pucherazo electoral y de artera manipulación de los resultados, costumbre que no parece que se hubiese erradicado del sistema electoral español, consustancial al período de la Restauración.
En cuanto a la influencia de la intervención de la jerarquía eclesiástica en la campaña electoral resulta muy difícil establecer en qué medida sus circulares, sus exhortaciones y sus pastorales, no solo decidieron la voluntad de votar, sino de hacerlo afirmativamente.
Si se parte de la premisa del imaginario social religioso de la mayoría de la población, cabe suponer, solo suponer, que los púlpitos y los confesionarios, desde los cuales se conminó a votar bajo la amenaza de la condenación eterna si lo hacían de modo negativo, forzaron muchas voluntades por miedo. Sin duda alguna, gran parte de la ciudadanía quedó cautiva de la amenaza eclesiástica, que funcionaba al alimón con el poder civil, siguió sus indicaciones sin chistar lo más mínimo.
Hasta dónde alcanzó la Iglesia este poder absoluto sobre la conciencia de los ciudadanos, lo revelaría el hecho de que, en 1950, Roma dictó “un decreto de excomunión contra los que atacan a las autoridades eclesiásticas” y que decía así, tal y como lo reprodujo Diario de Navarra el 1 de julio de ese año.
Pero, sin duda, lo más grave fue el apuntalamiento que la Iglesia otorgó al régimen franquista. Si, primero, fue el apoyo de la Carta Colectiva al golpe de Estado, el segundo, tan importante o más, fue el apoyo definitivo que dio la Iglesia a la Ley de Sucesión en el Referéndum.
Tanto que bien puede concluirse que la Dictadura de Franco se sostuvo gracias al apoyo incuestionable de la Iglesia, lo mismo que la justificación del golpe de Estado contra la II República.
Las consecuencias de esta actitud fueron nefastas tanto en el orden religioso y espiritual como en el político. El espectáculo resultante lo conocemos bien. Una Iglesia sometida a una Dictadura y una Dictadura satisfaciendo los deseos materiales y económicos de la Iglesia. Si este panorama funcionó durante más de cuarenta años, nadie se extrañará del comportamiento adoptado por la Iglesia a lo largo de la llamada transición democrática. Demasiados tics franquistas en sus estructuras y jerarcas como para aceptar la democracia y la supremacía del poder civil sobre el poder religioso.
Pero, seguimos todavía sin escarmentar.
NOTAS
(1) Existen dos tesis doctorales que ilustran de forma exhaustiva este artículo. La de Fernando Romero Pérez, titulada Las campañas de propaganda en dictadura y democracia. referendos y elecciones de 1947 a 1978. Y la de Vicente Cárcel Ortí, Los obispos españoles tras la segunda Guerra Mundial: actitud ante el referéndum de 1947. Su documentación, tal y como corresponde a una tesis doctoral, es muy rica en todo tipo de datos, además de reproducir los textos de las circulares y pastorales de los obispos. Todas ellas fueron publicadas en los distintos boletines oficiales eclesiásticos de las correspondientes diócesis, aunque también las reprodujo la prensa de la época. Así las he leído en Diario de Navarra y en El Pensamiento Navarro.
(2) Francisco Franco Salgado-Araujo. Mis conversaciones privadas con Franco, Planeta, 1976.
(3) Íbidem.
Víctor Moreno