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Con la debida falta de respeto

“Arranco a escribir sin saber si mi amiga Zineb está viva o muerta. …” Así empezó una columna mía hace cinco años, escrita la tarde en la que los noticiarios abrían con un tiroteo en Francia. Dos hombres con armas automáticas habían entrado en la redacción de una revista satírica y habían disparado a todo el mundo. Hubo 12 muertos.

Horas más tarde supe que Zineb El Rhazoui no estaba muerta: estaba en su Casablanca natal ese día. La Casablanca donde nos conocimos, una noche de fin de año con una botella de tinto Rabbi Jacob.

Han pasado cinco años y sé que Zineb El Rhazoui está viva. No he vuelto a verla. Para alguien que no puede siquiera bajar a la calle a comprar el pan es difícil quedar con un amigo. Porque si mi amiga Zineb está viva, cinco años después, es porque está las veinticuatro horas del día rodeada por policías armados.

Las amenazas de muerte llegan a diario. Suele ser en Twitter. Quizás piensen ustedes que frases como “Que le corten la cabeza a esa guarra”, “Hay que empujarla bajo un tren”, “Voy a quemar a esa idiota” o “Tengo ganas de cortarte la cabeza a hachazos” son simplemente niñerías de adolescentes que hacen el gilipollas en las redes sociales. Yo también lo pensaba hace seis años.

Ya no. No, después de que dos de estos adolescentes hicieran el gilipollas comprando un par de armas, entrando en la redacción de Charlie Hebdo y ametrallando a Charb, Cabu, Wolinski, Tignous, Elsa Cayat, Philippe Honoré, Bernard Maris, Mustapha Ourrad, Frédéric Boisseau, Michel Renaud, Ahmed Merabet y Franck Brinsolaro.

¿Cuál es el símbolo del islamismo que nadie debe tocar, bajo amenaza de muerte? Correcto: el velo.

Si recuerdo todo esto no es porque, cinco años después, se está celebrando en París el juicio contra 14 supuestos implicados en aquella masacre, personas que ayudaron a los hermanos Kouachi a conseguir estos armas, les dieron cobijo y respaldo. Lo recuerdo porque el lunes pasado, Zineb volvió a recibir una oleada de amenazas. Las citas de arriba son una muestra. Ese día, ella había participado en un debate en la cadena de televisión francesa LCI. Adivinen sobre qué. ¿Cuál es el símbolo del islamismo radical que nadie debe tocar, bajo amenaza de muerte? Correcto: el velo.

“Usted también quiere que las palabras velo, islam, invasión y toda la incitación al odio contra los musulmanes desaparezcan de los medios ¿verdad?” Con esta sugerencia se abre un vídeo con el que la Coordinadora contra el Racismo y la Islamofobia (CRI) de Francia recogía donaciones para interponer denuncia contra Zineb El Rhazoui en diciembre de 2018. No era una parodia. Invitar a mujeres veladas a los platós de televisión, sí. Mencionar que llevan velo, no. Y muchísimo menos preguntarse por qué llevan velo.

“Las mujeres que llevan velo son abanderadas de una ideología que tiene diversos grados y es peligroso separar el terrorismo de toda la cadena de producción que lo hace surgir. El terrorismo es un crimen ideológico”. Esta es la frase de Zineb El Rhazoui que la CRI consideraba punible. Por racista.

“La música es peligrosa, la poligamia una alternativa al adulterio y el velo una señal de pudor”

¿Racismo? “Ninguna raza humana nace con velo. Cuando yo salí del vientre de mi madre estaba desnuda como todo el mundo. Luego una elige si ponerse velo o no”. Eso respondió Zineb El Rhazoui el lunes pasado. Una elige (si la dejan): tradición no es. “En los años setenta, las mujeres iban a los conciertos de Umm Kulthum en minifalda. Hoy van cubiertas de bolsas de basura negras”, agregó. Ahí empezó el escándalo. ¡Ha comparado el niqab con bolsas de basura! ¡El niqab, ese símbolo del islam! Porque si lo impone Arabia Saudí por ley, necesariamente debe ser el sanctasanctórum del islam ¿no? ¡Anatema!

“Criada árabe, esclava aburguesada, perra acariciada por dinero, hiena”. Palabras de Idriss Sihamedi, dirigente de Baraka City, una “ONG humanitaria y de derechos humanos” francesa con media luna en el logotipo y cánticos del credo musulmán en bucle en la web (y sin una sola mujer en las fotos de sus proyectos). Fondos gestionados en tres años: 16 millones de euros, de fuentes desconocidas. Sihamedi, que en los platós de televisión se negó a dar la mano a la ministra Najat Vallaud-Belkacem, por ser mujer, declara creer que “la música es peligrosa, la poligamia una alternativa al adulterio y el velo una señal de pudor”. Un respeto para este señor.

Respeto. Esta es la palabra. Respeto a la difusión de una ideología fanática que se ha propuesto destruir lo que queda de la civilización islámica (¿o creían ustedes que no existía música en las sociedades musulmanas?). Respeto no quiere decir que puedan hacer lo que les dé la gana: eso ya pueden. Quiere decir que nadie debe criticar lo que hagan. Que están por encima de la ley de libertad de expresión y de la opinión pública.

La religión se funda en el respeto: no tocar, no cuestionar, no mirar. La fe es ciega o no es fe

Eso no es algo exclusivo de los islamistas. Adivinan qué incidencias hace constar la Iglesia Católica en el informe anual sobre libertad religiosa del Ministerio de Justicia de España (2017) como “dificultades en el ejercicio de la libertad religiosa en el espacio público”: “Drag queen actúa en Vinaroz y en el Carnaval de las Palmas de Gran Canaria, contra los sentimientos religiosos. Obra de teatro irrespetuosa con los sentimientos religiosos en La Laguna (Canarias). Pregón del carnaval de Santiago de Compostela, con graves ofensas contra los sentimientos religiosos”.

Se irrespetuoso es dificultar el ejercicio de la libertad religiosa. Claro. Si un católico escucha decir que lo de estar bebiendo sangre y comiendo carne durante la misa está sacado de un guion de un filme de vampiros de serie B, con certeza deja de creérselo, pierde la fe y ya no puede prácticar su religión. Solución: evitar que lo escuche, prohibir decirlo. Los tribunales de Marruecos abren juicio a quien se declare ateo, aplicándole la ley que penaliza “sacudir la fe de un musulmán”. Decir que Dios no existe, sin caer fulminado, es sembrar la duda ¿verdad? ¡Prohibido queda!

Tiene lógica. La religión, de toda la vida de Dios, se ha fundado en el respeto al hecho sagrado, el respeto de no tocar, no cuestionar, no mirar: la fe es ciega o no es fe. Dicen las leyendas que el predicador inglés Bonifacio consiguió cristianizar Alemania tras talar un roble sagrado, dedicado al dios del trueno: los paganos cometieron el error de permitirle probar con el hacha. Caído el árbol sin que bajasen rayos del cielo para matar al sacrílego, no hubo más disputa.

Moraleja: si quieres conservar el poder, no permitas nunca que alguien levante el hacha contra un árbol sagrado. Mátalo tú antes. A Dios le va la vida en ello. A Dios o al menos a sus servidores, aquellos a los que los fieles les pagan el pan suyo de cada día hoy, a cambio de mantenerlos en la ceguera.

Esto es lo que ha hecho la Iglesia durante siglos, hasta que perdió el poder de la hoguera, un proceso que empezó con la Revolución Francesa de 1789 y en Europa concluye con la muerte de Franco en 1975. Y es lo que hace hoy la secta salafista que desde la década de 1980 ha usurpado el nombre del islam. Exige respeto, bajo amenaza de muerte. Un respeto que le permite exigir cualquier concesión de las autoridades públicas para ampliar su poder, sin que nadie se atreva a negárselo, porque nadie se atreverá a hablar de su poder. “Usted también quiere que las palabras velo e islam desaparezcan de los medios ¿verdad?”. El respeto que exige es un silencio sepulcral.

Los ‘valores cristianos’ justifican la masacre de Charlie Hebdo y condenan a los dibujantes

No sorprende que sea sobre todo la derecha francesa la que haya salido a defender a Zineb El Rhazoui: es una ocasión inmejorable para atacar a los inmigrantes y fingir que los “valores cristianos” son mejores que “los islámicos”. Pasando por alto, por supuesto, que los valores cristianos justifican la masacre de Charlie Hebdo y condenan a los dibujantes. Los valores cristianos del siglo XXI, tal y como los expresó Su Santidad, Francisco I, al ser preguntado por el atentado: “¡Pero si es normal! Es normal. No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás. No se puede burlar de la fe”. Por supuesto, el Papa condenó el atentado, al igual que lo condenó el Gobierno de Arabia Saudí que, al mismo tiempo, impone penas de muerte por blasfemia.

Lo que más sorprende es por qué la izquierda, tanto la francesa como la española, ha optado en su gran mayoría por respaldar al salafismo mediante ese respetuoso silencio. El caso más llamativo en España es el de Willy Toledo, actor que sufrió en su propia piel la persecución de la Iglesia: lo llevaron a juicio por cagarse en Dios y en la Virgen. Fue absuelto este año. Y este año ha recriminado con dureza a activistas como Mimunt Hamido que critiquen el velo islamista. En una carambola que supera las de su partido de tenis en El otro lado de la cama, Toledo argumenta que criticar a una mujer por llevar velo es someterla a doble presión: a la coacción salafista que le obliga a taparse se añade la presión de quienes le piden hacer frente a la opresión.

En otras palabras, ante la tiranía, recomienda el actor comunista, lo sensato es el silencio, no vaya a ser que alguien sufra por rebelarse.

Con la debida falta de respeto: Ustedes, los que se callan ante la imposición del velo, que nunca han dicho nada ante las amenazas de muerte que sufren las pocas mujeres valientes que se rebelan, ustedes que exigen “respeto” a la tiranía, porque se disfraza de ropajes orientales, ustedes que encima les piden a las mujeres callarse para no incomodar a los defensores de una ideología asesina, ustedes son cómplices de asesinos.

Ilya U. Topper Periodista (Almería, 1972). Vive en Estambul, donde trabaja para la Agencia Efe.

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*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.  

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