Poco se puede hacer lógicamente desde aquí. Pero da que pensar lo que se está escribiendo en la prensa americana ante la proximidad de los comicios del segundo martes después del primer lunes de noviembre. Todo indica que no se retrasarán las elecciones, a pesar del guiño que hizo Donald Trump en Twitter en fechas no lejanas.
Hago algunas consideraciones de fondo político en mi columna de El Confidencial Digital. Aquí quiero referirme a mis cábalas sobre el trasfondo ideológico y religioso, que pone en jaque la para mí hasta ahora ejemplar primera enmienda. Cuando Cesare Cavalleri escribió en 1975 un conocido artículo titulado Il clericalismo é duro a morire, no podía imaginar que Estados Unidos conociera casi medio siglo después manifestaciones insólitas de la mezcolanza entre política y religión.
Alguno dirá que el problema es irrelevante si se compara con los datos de la evolución de la libertad religiosa en China, del posible genocidio de los cristianos en Nigeria, de la creciente cristianofobia en países occidentales, mientras no cesan los problemas en las repúblicas islamistas, Turquía incluida. Es cierto, pero considero más importante para el futuro de occidente que Estados Unidos no se deje llevar por modas intelectuales que arrumbarían su gran aportación al mundo en materia de libertad religiosa.
Suelo echar un vistazo a las páginas de RealClear, una especie de diario de diarios norteamericano, que está dedicando una atención creciente a las próximas elecciones, especialmente a partir de la convención del partido demócrata en Milwaukee. Destaca el excesivo número de artículos en las páginas de religión, sobre la incidencia de las diversas confesiones en el futuro inmediato de los Estados Unidos. No son ajenos ni mucho menos los propios candidatos, con lo que se está llegando a unas cotas inimaginables.
Hace cuatro años estuvo todo mucho más claro desde este punto de vista. En la campaña –salvo que me traicione la memoria- no dejaron de plantearse cuestiones sociales de máxima entidad que afectan a la conciencia de los ciudadanos, pero no se produjo una polarización como la actual. Tal vez la razón radique en la posibilidad de que, tras el llorado John Kennedy, llegue a la Casa Blanca otro católico, Joe Biden. Pero la sociedad ha cambiado mucho desde entonces.
Desde la mentalidad europea, desconcierta que estén presentes en la convención –algunos, incluso, tomarán la palabra-, líderes religiosos de diversas denominaciones, incluidos obispos metodistas y episcopalianos, la vicepresidente de la comunidad evangélica latinoamericana, algún rabino, o representantes hindúes o musulmanes. Por parte católica, me llega noticia sólo de la presencia de dos personajes controvertidos, como el P. James Martin –por su postura en relación con la homosexualidad- o la H. Simone Campbell, defensora del “obamacare” que tantos quebraderos de cabeza ha causado a instituciones confesionales.
Hace unos días, la conferencia episcopal se vio obligada a desautorizar a una persona de sus oficinas que declaró públicamente su simpatía por Kamala Harris. En una nota breve, indica que no se ha autorizado en ningún momento al personal de la Conferencia a “hablar en nombre de los obispos apoyando o bien oponiéndose a candidatos a cargos electivos”. Ante el riesgo de una posible confusión de la opinión pública, afirman con claridad que cada fiel católico debe evaluar personalmente a cada uno, teniendo en cuenta, como es lógico, si sus programas están en línea o no con los principios del Evangelio. La nota recuerda el criterio expresado por los obispos en el documento de 2016 titulado Forming Consciences for Faithful Citizenship.
La decisión no es sencilla, porque en algunos temas –como la defensa de la vida o de la familia- el católico Biden se aleja claramente de Trump. No parece de recibo la difusión propagandística del breve vídeo de la audiencia del papa Francisco en Roma al entonces vicepresidente. A su vez, Trump tiene una visión de las políticas migratorias y de la atención médica universal que más bien se apartan de criterios evangélicos. No se puede simplificar ni quedarse en estereotipos. Tampoco es posible esperar que todos los ciudadanos estén en condiciones de formar a fondo su conciencia en una sociedad dependiente en exceso de mensajes demasiado sentimentales, propios del lenguaje audiovisual y de la amplia difusión de las redes sociales. Pero, desde luego, la mezcla entre religión y política no parece buen camino.
Salvador Bernal
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