Multitudinaria marcha en Seúl, el sábado, convocada por la Iglesia del Amor Máximo en contra de la gestión de la pandemia del Gobierno surcoreano. /
La Iglesia del Amor Máximo, que cuenta con más de 300 fieles contagiados, organizó el sábado una marcha en Seúl en contra del Gobierno
Su líder, un mediático pastor de extrema derecha, llegó a prometer la sanación de los enfermos que acudieran a una marcha anterior
Algunas organizaciones religiosas lideradas por charlatanes, más preocupados por asegurar la vida eterna que por alargar la terrenal, torpedean la ejemplar lucha contra la pandemia en Corea del Sur. El país está en alerta tras la oleada de contagios del fin de semana: 279 casos se contabilizaron el domingo, 166 más que el sábado, según el Centro de Prevención y Control de Enfermedades. Es la primera vez que supera los 200 contagios diarios en más de cinco meses y la capital ya prepara nuevas camas hospitalarias en previsión de que aumente el caudal.
Más de 300 casos están relacionados con la Iglesia del Amor Máximo o Sarang Jeil, que organizó el sábado una marcha de protesta contra el Gobierno en Seúl con olímpico desprecio de las normas de distanciamiento social. Más de 3.400 fieles han sido sometidos ya a cuarentena y el índice de positivos entre los testados arroja un inquietante 16%, pero el Ministerio de Sanidad ha alertado este lunes de que el seguimiento es complicado por las inexactitudes de la lista de participantes presentada por la organización.
El episodio ha multiplicado las antipatías hacia el grupo y merecido la reacción gubernamental. «Es una insensatez que vulnera los esfuerzos de todo el país para contener la expansión el coronavirus, un claro desafío al sistema nacional de prevención y un imperdonable acto que amenaza las vidas de la gente«, ha afirmado esta mañana el presidente, Moon Jae-in.
Muerte patriótica
Al frente del Amor Máximo está el mediático Jun Kwang-hoon. Su biografía exige un ejercicio de concisión, pero digamos que sublima la extravagancia en un gremio reticente a la ortodoxia. El pastor de extrema derecha es un reconocido homófobo y racista, fue acusado por difamación por repetir que Moon es un espía norcoreano y ha pedido su cese por «mandato divino». Jun, quien también preside el Consejo Cristiano de Corea, ya había coleccionado críticas entre los sectores más razonables tras advertir que mataría a Dios si le molestaba. Sus posturas sobre el coronavirus no son más juiciosas. En una marcha anterior aclaró a sus fieles que la muerte por una epidemia es patriótica y prometió que sanarían los enfermos que acudieran.
El brote actual, según el Gobierno, es el más peligroso desde febrero. No es una fecha casual. Entonces entró el virus al país a través de la Iglesia Shincheonji o Templo del Tabernáculo del Testimonio. El foco, con epicentro en la ciudad sureña de Daegu, se expandió por todo el país y obligó a aislar a casi 10.000 de sus miembros. La organización, con más de 250.000 fieles, no aporta nada al libreto habitual: promete la salvación eterna y presenta a su líder, Lee Man-hee, como el segundo mesías. Lee fue arrestado a principios de mes por ocultar información sobre los miembros a los rastreadores.
El último brote devuelve el foco a la miríada de religiones tradicionales, cultos de todo pelaje y chamanes en una sociedad que busca a menudo un asidero espiritual frente a la hipertecnología y competitividad extrema. Las creencias religiosas están muy asentadas en Corea del Sur. Es, junto a Filipinas, el país más fervientemente católico de Asia. El cristianismo y el budismo son las religiones más populares, pero entre sus pliegues abundan cultos más o menos inquietantes que se arrogan la pureza frente a las grandes ramas. Más de 60 líderes cristianos se presentan como el hijo de Dios o Dios, según el Instituto Cristiano de Investigación de Herejías de Corea. Esas congregaciones han protagonizado capítulos luctuosos como el suicidio de 32 miembros de la secta Odaeyang en 1987 junto a su líder.