Héctor Sánchez, de Córdoba, no tiene la sensación de haber protagonizado una reivindicación fallida sino de haber compartido «una lucha por un derecho»
Para el próximo curso se tiene que desplazar a otro pueblo para hacer Bachillerato pero deja tras de sí «una lucha por un derecho», como define el joven Héctor Sánchez su particular cruzada contra la presencia de crucifijos en las aulas del que hasta ahora ha sido su centro educativo durante los últimos años, el IES San Roque de Dos Torres (Córdoba). Hace unos días llevaba a la Delegación de Educación de la Junta más de 6.000 firmas recogidas, junto a Córdoba Laica, para que se cumpla la Constitución Española («ninguna confesión tendrá carácter estatal» -art. 16.3-) y el Estatuto de Autonomía de Andalucía («la enseñanza pública, conforme al carácter aconfesional del Estado, será laica» -art.21-), según insiste.
«No se ha cambiado la simbología religiosa que tienen las aulas pero he visto que tenemos que luchar por los derechos fundamentales que tenemos las personas», zanja este joven adolescente en conversación telefónica con eldiario.es Andalucía. «En muchas ciudades a lo mejor se ve más normal porque está muy arraigada la religión y no hay mucha mente abierta, pero por ejemplo en mi pueblo mucha gente me ha apoyado. Son distintas opiniones que cada uno puede tener», comenta.
Uno de esos apoyos está contenido emotivamente en una carta abierta de una ciudadana que acaba de hacer pública Córdoba Laica y que alaba la «bocanada de aire fresco» que ha supuesto Héctor «en el desierto patrio». «Mientras la mayoría de los chicos y las chicas de tu edad piensan únicamente en divertirse y poco más, tú tienes la madurez y la capacidad de entrega necesarias para darte a los demás, para intentar que se respeten los derechos de todo el mundo, sin importarte el precio y a sabiendas de que ese coste es alto, mucho más alto de lo que a simple vista pueda parecer», dice el escrito.
«Ha sido una aventura para mí»
Mientras la Junta lleva al menos 15 años dejando la decisión del mantenimiento o retirada de los símbolos religiosos en los colegios públicos en manos de los consejos escolares, Héctor sigue pensando en los años que tengan que pasar para que su reivindicación se convierta, quién sabe, en una realidad. «Los alumnos de otra religión o de otra filosofía de vida que vayan al que era mi instituto se pueden sentir atacados al ver que se impone una religión que no es la suya. Por eso es mejor no tener nada a tener simbología de una religión. Si ponemos simbología, pongamos las de todas las religiones del mundo. Si solo ponemos una, estamos marginando a los demás que no tienen religión o directamente son de otra religión. No se puede imponer una sola religión», sentencia el joven.
Héctor no tiene la sensación de haber protagonizado una reivindicación fallida sino de haber compartido «una lucha por un derecho»: «Todo esto ha sido una aventura para mí. He crecido personalmente mucho y ahora tengo las cosas mucho más claras. Ahora tengo más años. En 1º de ESO [cuando inició su ‘aventura’] tenía 11 años y necesitaba que mis padres me explicaran, pero ahora lo vero claro».
El curso que viene, el primero de la ‘nueva realidad’ de convivencia con el coronavirus, será su debut en el IES Antonio María Calero, en Pozoblanco (Córdoba). Ha elegido «humanidades mixtas» y después piensa en hacer «Arqueología o algo así». «Todavía tengo tiempo», dice, mucho del cual ha invertido gratuitamente en saciar su «hambre de bien común», como le decían en la carta abierta. Quizás, cuando pase más tiempo, se convierta en un precursor del final de la simbología religiosa en centros públicos de un estado aconfesional. «Ojalá», responde con la esperanza aún intacta pese a su continuado intento sin recompensa.
«Fuerza tranquila»
Para el portavoz de Córdoba Laica, José Antonio Naz, el caso de Héctor ha sido «muy importante» porque «muchas veces hay acciones que pueden parecer pequeñas pero la forma y lo que significan, a nivel de laicismo, suponen mucho». En esta ocasión, a su juicio, ha supuesto «una reflexión de cómo vivimos todavía en el anacronismo y en situaciones en las que parece que el tiempo no pasa desde la Edad Media».
Otra parte «muy positiva» de la denuncia pública de Héctor es «el valor humano de una persona joven, que no hay tantos en este ámbito porque no han vivido esos problemas o no le dan la importancia». Para José Antonio Naz, el adolescente de Dos Torres «le ha dado esa importancia con una fuerza tranquia con la que ha planteado las cosas», asegurando que ha tenido «mucha relación con su familia y esperemos que siga con esos valores y esas actitudes porque hacen falta en la sociedad actual».
Respecto a la cuestión de fondo planteada por Héctor, «es increíble que este era un tema en el que la Inspección Educativa actuaba de oficio a principios de los 80 y cuarenta años despues vemos estas cosas a pesar de los acuerdos con la Delegación de la Junta». «Pero al final hacen la vista gorda y miran para otro lado. Da mucha pena y, sinceramente, me parece ridículo, pero pasa con esto de los crucifijos o con las visitas del obispo [que también denunció Héctor] sin que tenga consecuencias como tienen otras cosas. Lo cierto es que la realidad no tiene que ver con la legislación», concluye el portavoz.