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Marcha y paro: lecciones de educación cívica. «Si bien el Estado revolucionario [mexicano] decretó la educación laica, no desechó el corpus ideológico de la Iglesia católica sobre la dominación del género masculino»

La educación cívica o ciudadana o moral depende del contexto y autor que la trabaje, constituyó un modelo de socialización en el marco de valores patriarcales implacables, dominantes desde la época colonial. Si bien el Estado revolucionario decretó la educación laica, no desechó el corpus ideológico de la Iglesia católica sobre la dominación del género masculino, nada más lo transformó.

           ¡Se va caer, se va caer, el patriarcado se va caer!

           Leyenda en una manta de la marcha.

El patriarcado es un sistema social que se apoya en tradiciones culturales donde el hombre, en especial el jefe de la familia, es quien sabe, manda y provee de sustento. Por las graves deformaciones que padecemos en México, este sistema creó su ideología (arbitraria, diría Antonio Gramsci, pero efectiva), el machismo, que se reprodujo en todos los ámbitos de la vida nacional; incluso en la escuela y el currículo.

La educación cívica o ciudadana o moral depende del contexto y autor que la trabaje, constituyó un modelo de socialización en el marco de valores patriarcales implacables, dominantes desde la época colonial. Si bien el Estado revolucionario decretó la educación laica, no desechó el corpus ideológico de la Iglesia católica sobre la dominación del género masculino, nada más lo transformó.

La retórica revolucionaria, como hoy la de la Cuarta Transformación, expuso que la Constitución consagraba garantías individuales, derechos civiles y derechos sociales. Pero no para las mujeres. El principio de igualdad no incluía al género femenino.

El patriarcado no nació en la escuela ni es donde se forjan sus atributos excluyentes y denigratorios para las mujeres. La herencia cultural es pesada y la primera fuente de socialización, la familia, se encargó de reproducirla; el sistema educativo nada más se alineó a las costumbres. Es tan fuerte el influjo machista, que durante todo el siglo XX muchas madres inculcaban que las niñas deberían contribuir al trabajo en la casa, mientras los varones disfrutaban de privilegios.

Sin embargo, es en la escuela donde el patriarcado se institucionalizó. A grandes rasgos: tras de la época de la escuela rural mexicana, con influencia notable de la escuela activa de Ferrer Guardia, comenzó la segregación de géneros. Hubo escuelas para niñas y otras para niños. La moral dictaba que no deberían mezclarse.

La separación curricular también fue tajante. A las niñas, economía doméstica y “labores propias del sexo femenino”. A los niños, ejercicios militares y deportes. Trabajos manuales: las mujeres hacían muñecas y diseñaban vestidos artesanales; los varones fabricaban muebles, donde usaban herramientas “de hombres”: serruchos, martillos, cepillos.

Llegó la “escuela mixta” y las cosas no cambiaron. Quizá fue al revés, al menos al comienzo fueron peores. A las niñas les tocó aguantar la vara y ser víctimas de los gandallas: bromas sexuales, agresiones verbales y físicas, muchas veces toleradas.

Cierto, la portada del primer libro de texto gratuito trae a la “Madre Patria”, pero en las ilustraciones de esos libros, hasta los años 90, aparecen pocas niñas y mujeres. Si acaso la imagen de una indígena moliendo nixtamal.

Fue en los manuales de apoyo para alumnos y maestros de la clase de formación cívica y ética de 1999 donde aparecen niñas (y minorías) en igualdad de circunstancias que los niños. Hoy, se fincó la retórica de niñas, niños y adolescentes, pero sirve poco para cambiar percepciones.

Mientras el civismo —o como quiera llamársele a la asignatura— nada más contemple nociones de derecho positivo, tareas rutinarias (sugeridas en los libros de apoyo), sin introducir la experiencia de las niñas en la práctica escolar, sin deliberaciones entre los géneros ni hacer eco de las denuncias de las niñas por agresiones, los avances serán magros.

Sabemos que la educación moral y los valores no se aprenden por repetir los textos; el ejemplo es la mejor forma de reproducirlos. Y las malas muestras se reproducen más fácil; verbigracia las que inculca el patriarcado-machismo.

Pero hay eventos que marcan, que favorecen un cambio de rumbo y que no suceden en las escuelas, pero pueden llevarse a ellas para facilitar la caída del patriarcado.

Por ejemplo, las clases de valor cívico que nos dieron millones de mujeres en las marchas del domingo y el lunes sin ellas. ¡Ni una menos!

Carlos Ornelas

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