Su misión principal es cambiar el mapa episcopal español y poner a los obispos mirando a Roma
Cuatro pivotes del plan: copar la cúpula de la Conferencia, remodelar por completo el mapa episcopal, acallar a las voces díscolas, encarnadas sobre todo por teólogos, revistas y movimientos juveniles, y potenciar a los nuevos movimientos neoconservadores: Opus Dei, Comunión y Liberación, Neocatecumenales, Focolares, etc.
El papa Francisco conoce perfectamente a la Iglesia española. Primero porque conoce personalmente a casi todos sus obispos. Y no sólo de nombre, sino que sabe perfectamente de qué pié cojea cada uno y que modelo de Iglesia siente como suyo. Y, segundo, porque se ha alimentado de las obras de teólogos españoles, como Faus, Castillo, Queiruga, Pikaza, Sebastián u Olegario. Y, como la conoce bien a la Iglesia española, tiene un plan para ella, que pasa por implementar una revolución en la élite episcopal.
Se trata, en esencia, de volver a repetir, en España, el plan puesto en marcha por Juan Pablo II en los años 80, pero al revés. Se le llamó el “plan Tagliaferri”, porque el Nuncio encargado de poner en marcha la reconversión eclesial fue Mario Tagliaferri (el ‘cortahierros’). Y lo aplicó a conciencia, apoyándose en dos adalides consumados. Primero, el cardenal Suquía y, después, su “ahijado”, el cardenal Rouco Varela.
En esencia, la involución consistió en “congelar” el Concilio, su espíritu y sus propuestas. Una estrategia que se va imponiendo en la Iglesia española poco a poco, con ese plan perfectamente diseñado, que, para “meter en cintura” a la Iglesia postconciliar española (demasiado taranconiana, para el gusto de la Roma de entonces), descansa en cuatro pivotes: copar la cúpula de la Conferencia, remodelar por completo el mapa episcopal, acallar a las voces díscolas, encarnadas sobre todo por teólogos, revistas y movimientos juveniles, y potenciar a los nuevos movimientos neoconservadores: Opus Dei, Comunión y Liberación, Neocatecumenales, Focolares, etc.
Tras conquistar la CEE con el cardenal Suquía, Tagliaferri se dedica a nombrar obispos a clérigos mediocres, que brillan esencialmente por su seguridad doctrinal y por su absoluta docilidad y sumisión a las consignas de Roma. Con un total de sesenta cambios en las sedes episcopales en menos de diez años. Los últimos de Tarancón (Díaz Merchán, Úbeda, Torija, Yanes, Conget, Echarren, Osés…) quedaron “congelados” en sus respectivas diócesis. Y comenzaron a llover los obispos “seguros”
El ‘modelo polaco’ se impuso y se fue perfeccionando en us funcionamiento, con la llegada a la archidiócesis de Madrid, del cardenal Rouco, que pronto asumió el rol del vicepapa español y convirtió a la Iglesia española en su cortijo. De hecho, nombró a la gran mayoría de los obispos actuales e impuso un férreo control de personas, instituciones y actividades. No se movía un papel ni se trasladaba a una persona, sin que el ‘cardenal’ lo supiese. Control absoluto que llevó a un poder omnímodo y abusivo, que se plasmó en la condena de decenas de teólogos progresistas españoles, que fueron sistemáticamente ninguneados y marginados.
Un sistema de poder, el dirigido por Rouco, que se basaba en la obediencia ciega, en el cumplimiento de las órdenes que venían de Madrid. Sólo los ‘fieles’ miembros de la cordada accedían a puestos de honor, prebendas y cargos. Nadie podía ser, por ejemplo, ponente en un congreso, profesor de un seminario y, no digamos, catedrático de una Universidad eclesiástica, sin el ‘nihil obstat’ del entonces cardenal de Madrid, que hasta elegía personalmente a los tertulianos de los programas religioso de la cadena Cope o los corresponsales de la cadena de la Iglesia en Roma.
El sistema del ‘in nomine Domini’ o, en el caso español, ‘in nomine Rouco’ se plasmó, asimismo, en el ámbito de las conciencias. Por eso, se amenazaba constantemente a la gente con el sambenito del pecado y se trataba de imponer (a los fieles e, incluso, a la sociedad en general) una moral familiar y sexual tan estricta y pesada, que sólo podía recibir el rechazo de la gente.
Rouco Varela plantea, a partir de 1994, una presencia beligerante de los católicos en la vida pública. El modelo eclesial-pastoral por él consagrado es el de la exhibición de músculo en plazas (Colón, Cuatro Vientos con la JMJ) y calles (manifestación contra el matrimonio gay, a la que acudió el cardenal de Madrid, capitaneando a una treintena de obispos, en un gesto nunca visto en la Iglesia española y que, seguramente, no se volverá a ver) y grandes concentraciones. Es la fe en forma de espectáculo masivo.
Pasados más de 30 años, la apuesta neoconservadora de la Iglesia se demostró perdedora: las iglesias se vaciaban y la secularización y descristianización avanzaba más que nunca. Cisma silencioso, sangría constante de fieles hacia la indiferencia religiosa, que los nuevo movimientos (Kikos, Comunión y Liberación, Focolares, Legionarios de Cristo u Opus Dei) no consiguieron frenar. Su modelo de Iglesia involutivo, doctrinario, rígido y basado en seguridades no dio resultados.
Con Francisco, en Roma, el modelo eclesial global pasa de la involución a la evolución. Un nuevo ciclo eclesial abierto a los signos de los tiempos, que vuelve a reconectar la institución al Concilio que la puso al día. Para que deje de ser sal insípida. Para que vuelva a seducir a la gente que busca sentido a sus vidas en el seguimiento de Jesús y, por lo tanto, la institución y sus estructuras dejen de ser obstáculo y piedra de escándalo en el camino de los buscadores de Dios.
En España, el plan de Bernardito Auza es revertir el de Tagliaferri o copiar el de uno de sus predecesores, el famoso Luigi Dadaglio, que ocupó la nunciatura española de 1967 a 1980. Desde ella, junto a Tarancón, cambió, con sus nombramientos episcopales, a la anquilosada jerarquía española preconciliar y la hizo abrazar con entusiasmo el Concilio y aplicarlo en España.
El nudo gordiano de la estrategia nuncial pasa por el cambio del mapa episcopal. Para conseguir una nueva revolución episcopal, el plan de Auza prevé varios pasos en diversas etapas. La primera es el análisis de la realidad episcopal: conocer a fondo a todos y cada uno de los prelados españoles y situarlos en relación con el Concilio y con la primavera de Francisco.
Pronto se dará cuenta el nuevo Nuncio que, en relación con el Concilio y con el Papa Francisco, nuestros obispos cuerpean, se van a tablas, hacen como si, disimulan lo que pueden, integran incluso adornarse con algunas palabras del léxico papal (fronteras, en salida…), pero no siguen al Papa. Ni de cerca ni de lejos.
Algunos porque no quieren. Su modelo de Iglesia-clerical está muy alejado del del Vaticano II y del del Papa Francisco. Otros miran al Papa con cierta simpatía, saben que en conciencia tienen que obedecerlo y no romper la comunión ni afectiva ni efectivamente, y hacen esfuerzos sobrehumanos por adecuarse aunque sólo sea al nuevo estilo pastoral de Francisco. Pero «no les sale».
Con esa misma frase, me lo confesaba hace poco un prelado español: “Mira, Vidal, yo siempre he sido conservador y esto del Papa Francisco no me sale y, para intentar adecuar mi pastoral a la suya, tengo que hacer auténticos esfuerzos”.
Algunos, en su juventud, fueron curas y obispos del Vaticano II. Pero de esos, ya quedan pocos y, además, para acceder a la mitra en el largo pontificado de Juan Pablo II tuvieron que renunciar a sus raíces e involucionar como lo hizo toda la institución.
Pero es que, además, la mayoría de los actuales obispos ya fueron formateados, en los seminarios y en los presbiterios de casi todas las diócesis españolas, en el modelo wojtyliano, que exigía obispos seguros doctrinalmente, centrados en lo sacramental, volcados en la espiritualidad y de pastoral de mantenimiento. O seguían esas pautas o no entraban en las ternas episcopales. Formados en el más rancio clericalismo, fueron fieles a su chip de funcionarios de lo sagrado. Y, por eso, ahora, les cuesta tanto virar hacia Francisco. Tendrían que resetearse. Y no tienen ganas de hacerlo y, además, ya no están en edad de esas cosas.
Ante esta situación real, el plan de Auza, a corto y medio plazo, pasa por las siguientes decisiones. En primer lugar, colocar en las grandes sedes episcopales a los obispos ‘convencidos’, de los que todavía quedan un puñado. En segundo lugar, aislar a los ‘involucionados’. En tercer lugar, convertir a los ‘moderados’ (la mayoría), en activos partidarios de las reformas. Y en cuarto, buscar un nuevo Tarancón.
No le será nada fácil a Auza encontrar al nuevo Tarancón, entre un episcopado mayor y sin grandes figuras. Entre los más jóvenes, se apuntan algunos nombres en círculos eclesiásticos, como el del obispo de Barbastro, Ángel Perez Pueyo, el de Mondoñedo-Ferrol, Luis Ángel de las Heras, el secretario del episcopado, Luis Argüello, al que muchos llaman ya el ‘mirlo blanco’, el del obispo de Getafe, Ginés García Beltrán o el excelente auxiliar de Madrid, José Cobo.
Ante la imposibilidad de crear un Tarancón ex novo y con Blázquez con la renuncia ya presentada, Auza se va a apoyar, para cambiar la Iglesia española, en el tándem formado por Osoro y Omella. Será uno de los últimos grandes servicios que los dos harán a la Iglesia española y al Papa. Porque sus pontificados, que están expirando, es previsible que coincidan en tiempo con el de Francisco.
Los dos son amigos, se llevan bien y están dispuestos a compartir el poder-servicio. Omella no puede ser el nuevo Tarancón, aunque sólo sea porque cumplirá en abril los 74, pero se le parece mucho en personalidad, simpatía, preparación, experiencia y asunción de los postulados del Concilio y de las reformas del Papa.
Omella y Osoro unidos aglutinan un número suficiente y mayoritario de obispos como para hacer frente al rouquismo sin Rouco, es decir a la treintena de incondicionales que todavía le quedan y que siguen respondiendo a sus indicaciones. Porque Rouco está jubilado, pero sigue moviendo los hilos entre bambalinas. Tiene experiencia, ganas de pasar factura a los que considera que lo han traicionado, tiempo para urdir estrategias en torno a su candidato, el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, y un buen ramillete de prelados que le estarán eternamente agradecidos, porque le deben la mitra.
Pero el Nuncio sabe que el ex ‘vice-papa’ español maniobra en vano, porque los tiempos eclesiales han cambiado. Y ningún obispo quiere discrepar del Papa (aunque algunos lo hagan en su fuero interno) ni entrar a formar parte del exiguo número de cardenales y obispos resistentes. El antiguo régimen episcopal se muere por inanición. La historia se repite: La Iglesia española pasa del ciclo conservador al progresista. Con un nuevo nuncio, dispuesto a repetir el libreto del histórico Dadaglio. De su mano, al episcopado español la primavera de Francisco le sentará bien.