En el documento final del Sínodo para la Amazonía celebrado por la Iglesia Católica Romana (ICR) en octubre de 2019 se sugería la posibilidad de ordenar a hombres casados para atender a las comunidades remotas del Amazonas. Finalmente el papa Francisco en su “exhortación apostólica” Querida Amazonía ha ignorado esa posibilidad. El celibato continúa siendo obligatorio para todos los curas (en nuestra web ya analizamos en 2014 por qué un cambio era muy poco probable).
La decisión del papa ha desilusionado a los sectores aperturistas de la ICR, así como a los progresistas en general. La suspensión del celibato obligatorio habría aliviado a bastantes sacerdotes, pero pocos reparan en que la cuestión clave no es esa: lo más grave no es que Roma imponga el celibato, sino que todo el mundo asuma como normal que en una iglesia (que a la vez es una superpotencia política) un solo hombre decida categóricamente esos asuntos (además sin basarse en la Biblia, que de ningún modo prescribe el celibato). Casi nadie ve el autoritarismo extremo que implica el sistema papal.
Si Bergoglio hubiera aprobado el fin del celibato obligatorio, la progresía, una vez más, lo habría alabado. Cuando los papas son conservadores, les irritan sus decisiones, pero si parecen aperturistas (como este), les encanta que gracias al sistema piramidal del Vaticano se puedan imponer medidas de su gusto, aunque eso signifique que el entramado de poder jerárquico quede incólume, incluso reforzado. Como Bergoglio ha tomado una decisión ultraconservadora, ya están sus admiradores diciendo que en realidad el pobre está sometido a muchas presiones de los sectores tradicionalistas. No se dan cuenta de que todo es pura estrategia y cálculo contrarios al evangelio.
Simón Itunberri