En los últimos tiempos oímos cada vez con más frecuencia, el término: “Ideología de género”, pero es primordial tener en cuenta que su utilización, nada tiene que ver con los estudios de género; se trata de una expresión que fue creada para oponerse a todo aquello que defiende los derechos de las mujeres y la diversidad sexual. El cardenal Joseph Ratzinger, en 1997, antes de ser nombrado como Papa Benedicto, fue el primero en utilizar la expresión “ideología de género” en un texto en el que atacaba los postulados feministas, pero muy especialmente fue una respuesta al gran avance logrado en Beijing, donde la Conferencia Mundial sobre la Mujer, organizada por las Naciones Unidas en 1995, empleó el término igualdad de género para referirse a los derechos de las niñas y mujeres.
El avance de las religiones sobre el espacio público, se está convirtiendo en todo un reto y hoy podemos observar cómo, de forma sorpresiva, la iglesia católica y la evangélica, antiguas rivales por lograr la visibilidad social, se unen estableciendo alianzas políticas que les permitan luchar contra aquellas leyes consideradas “libertades laicas”, tales como la interrupción voluntaria del embarazo, o el reconocimiento legal de la unión de parejas del mismo sexo, entre otras.
Este fenómeno se está dando en casi todo el mundo, y vemos cómo el gran poder económico que ostentan ciertos grupos evangélicos, nucleados como la Iglesia Pentecostal, son los que actualmente juegan un papel fundamental a la hora de elegir a los gobernantes de un país. Tenemos como ejemplo el caso de Ronald Reagan y Donald Trump en EEUU, Jimy Morales en Guatemala, Jair Bolsonaro en Brasil; y en México, la alianza de último momento con los evangélicos del Partido Encuentro Social, fue la que le aseguró el triunfo al actual presidente Andrés López Obrador.
¿Qué ha sucedido para que aquellos pastores que arengaban gente por medio de melodrama s televisivos, o milagros de ficción con los que asombraban en sus templos, hoy estén ganando puestos de poder dentro de casi todos los gobiernos, principalmente los latinoamericanos?
Muy simple: el descrédito que actualmente sufren las organizaciones políticas, sumado a la corrupción de quienes las integran son el principal factor que ha llevado a la gente a perder la confianza en los representantes de los partidos políticos y querer probar algo nuevo.
Los partidos políticos de hoy, representados por envejecidos líderes que usan la política como un medio para subsistir, y cuya mayor preocupación es la de conservar su banca por encima del bienestar del país, se ven enfrentados a evangélicos mucho más carismáticos que ellos, que tienen un enorme poder económico y que no ocultan que ellos se rigen y ponen la ley de Dios por encima de la de los hombres. Es lamentable observar, como esos políticos, cuyos egos están sedientos de poder, no tienen escrúpulos a la hora de aceptar el apoyo de estos grupos religiosos.
Las iglesias evangélicas están aumentando su participación en la política a través de las urnas, utilizando la moral conservadora y oponiéndose a todo lo que signifique un avance de los derechos laicos. Lo peor de todo esto, es que estas iglesias recaudan sus fondos amparadas en la exoneración de impuestos que les brindan los respectivos países en donde funcionan.
Se plantean una “lucha” desde su accionar en el ámbito legislativo y de gobierno, por la permanencia y proliferación de sus valores basados en una visión netamente patriarcal. Así fue que, en Brasil la bancada evangélica tuvo un papel decisivo en el derrocamiento de la presidente Dilma Rousseff. Al igual que en Perú, donde la influencia de los grupos evangélicos se evidenció cuando fue censurad o el Ministro de Educación, Jaime Saavedra, bajo la acusación de “estar influenciado por la Ideología de género”, al plantear los programas de educación con una perspectiva de igualdad de género. Lo mismo sucede en Colombia, en donde todo lo relacionado con la igualdad de género o feminista se le tilda como “ideología de género”, al tiempo que consideran al patriarcado como parte del orden natural de las cosas. Mientras que México, hoy se ve enfrentado a un proceso de destrucción de la laicidad y el legado de Juárez.
Existe toda una organización internacional, cuyos objetivos son muy claros: del 29 de febrero al 2 de marzo de 2016, tuvo lugar el Congreso Internacional Parlamento y Fe –Transformando América, que se desarrolló en los salones del Palacio Legislativo uruguayo. Parte de la noticia publicada en su página web, decía: “convocó a hermanos que están actuando en cargos de gobierno de varios países, así como directores nacionales de Parlamento y Fe de varios países (…) Se tocaron temas de la realidad política regional en el marco de la Coalición Latinoamericana de Gobierno y Fe. Esta organización fue creada en 2015 con el fin de establecer la plataforma y filosofía política regional basada en una cosmovisión bíblica evangélica. Una de sus metas es fortalecer las experiencias de acción política de los actores cristianos de la región”
Asimismo, la iglesia católica, desde hace un año, instaló en Uruguay una Academia para la formación de líderes políticos desde una perspectiva cristiana, cuyo objetivo es “contagiar los valores cristianos en el mundo social, político y económico”.
La participación de estos grupos religiosos, dentro del ámbito político, resulta inquietante, porque su avance está yendo contra el principio de laicidad, que claramente separa los asuntos religiosos de los políticos. Por otra parte, la presencia de estos grupos dentro del poder legislativo, principalmente, pone en peligro los valores democráticos y laicos de las naciones.
Es cierto que, en estos tiempos de sociedades multiculturales, más que nunca se hace necesario respetar todas las creencias religiosas y sus manifestaciones en el ámbito privado, pero también se debe promover la libertad de conciencia de todos los ciudadanos, creyentes o no creyentes. Intentar imponer una moral religiosa, a través de las leyes, atenta contra el principio de laicidad.
En Uruguay, el arzobispo Daniel Sturla, fue el primero en difundir el término “ideología de género”, al que poco tiempo después se le sumó el pastor Jorge Márquez de la iglesia Misión V ida, junto a los diputados del Partido Nacional que integran dicha Iglesia.
Uruguay siempre se ha distinguido por estar entre los países que han operado más cambios en vías de lograr una nueva agenda de derechos, lo cual molesta a estos grupos religiosos que no cesan en sus ataques, intentando desprestigiar a las organizaciones que representan a la diversidad y al feminismo. No aceptan las Leyes obtenidas como resultado de acuerdos democráticos, y hacen pública su intención de abolirlas para instaurar un sistema basado en la moral religiosa, en caso de obtener una mayoría parlamentaria.
Cabe destacar que, cuando la Ley de interrupción voluntaria del embarazo fue discutida en el Parlamento, antes de su aprobación, lograron importantes recortes sobre el proyecto original y, no conformes con los resultados obtenidos, se las ingeniaron junto a la iglesia católica para utilizar sus influencias y así obstaculizar la aplicación de esta Ley, especialmente en las áreas de educación y salud. No es casualidad que en Uruguay exista un alto porcentaje de médicos que se niegan a cubrir los servicios legales de aborto, y también los de personas trans, amparándose en la Objeción de Conciencia, debido a sus creencias personales.
Hace poco tiempo, la senadora nacionalista, Verónica Alonso, que cuenta con el respaldo de los grupos evangélicos, en un discurso político que dio en un templo evangelista, prometió luchar contra la ideología de género y la legalización del aborto.
Pero no se manifiestan únicamente en el ámbito legislativo: hace un tiempo, una jueza interfirió en el proceso legal de una mujer que deseaba abortar, e incluso le nombró un abogado de oficio para ejercer la defensa del feto, porque ella no estaba de acuerdo con la Ley de aborto.
En todos los casos y, a nivel general, lo que buscan estos grupos religioso–conservadores, es no perder el control sobre la dominación que desde siempre han ejercido sobre la mujer valiéndose de un concepto netamente patriarcal. No pueden tolerar otro modelo de familia que no sea el impuesto por las religiones, ni que los niños y niñas tengan acceso a la educación sexual.
La democracia actual está siendo desafiada por el accionar de las religiones, ya que la avanzada que están teniendo en el terreno político, se opone al principio de laicidad, a la vez que debilita la práctica democrática de la política. Saber delimitar el ámbito público del privado es de fundamental importancia para garantizar a cada ciudadano su derecho a vivir en una sociedad libre e igualitaria.
El acelerado ascenso de los grupos religiosos actuando en política, debe hacer que, como librepensadores nos replanteemos la urgencia de difundir, hoy más que nunca, los valores laicos poniendo el énfasis en que laicidad no es sinónimo de anti religiosidad.
Simplemente: No puede existir la imposición de creencias religiosas y, menos aún, valiéndose de la Ley.
El feminismo o la defensa de la igualdad de género se ha convertido, para estos grupos, en una gran molestia, porque reivindica los derechos de las mujeres; derechos que el sistema patriarcal les arrebató y que hoy, no soportan ver que después de transcurridos muchos años de lucha, se esté comenzando a ver los frutos del esfuerzo de tantas mujeres.
Los movimientos por la defensa de los derechos de la mujer, han lo grado dejar al descubierto la desigualdad y violencia de género y, a pesar de todos los obstáculos, están logrando superar la inequidad existente, generando conocimiento y prácticas de cambio. Pero, aún hoy, vivimos en sociedades cuyos rasgos culturales han sido determinados por la colonización cristiana, haciendo que las mujeres valgan menos que los hombres, y sean asesinadas por el simple hecho de ser mujeres.
Hay quienes consideran que en los últimos años la mujer ha logrado espacios que antes le estaban vedados, y hasta hablan de una “feminización de las sociedades”, sin embargo, la realidad dice todo lo contrario, porque están apareciendo gobernantes tales como Trump, Bolsonaro y Putin, que alardean de su condición de machistas y no ocultan su desprecio hacia las mujeres. Esto, tendría que ser un motivo de alarma, porque significa un empuje de la “masculinización de las sociedades”, ya que quienes votaron y pusieron en el poder a estos señores, piensan igual que ellos o de lo contrario son ciudadanos irresponsables
La lucha por la defensa de la igualdad de género, está logrando pequeños avances. Se ha fortalecido porque además de ser un movimiento internacional, cada día son más los varones que la apoyan, y esto es muy importante, porque el feminismo no es exclusivamente de las mujeres, sino de todos aquellos que se consideren defensores de los DDHH.
Tenemos que aprovechar toda la experiencia acumulada y los avances alcanzados para llegar a más, pero para eso no debemos admitir que estos nuevos grupos político-religiosos nos hagan retroceder a una época que se caracterizó por la injusticia y la opresión hacia las mujeres. Como librepensadores tenemos la responsabilidad de no permitir un retroceso de los avances alcanzados.
Nuestro accionar personal y colectivo, así como en lo político no puede perder de vista el proyecto de país, región y mundo al que todos aspiramos: más justo y solidario, fraterno e igualitario.
Alicia Podestá