Se ha celebrado en Sevilla estos días un congreso de imanes y rabinos, y también, invitados, ministros de los credos cristianos, por la paz. Uno ve la reunión, los signos indumentarios de la dignidad de origen divino, y, no sé por qué, piensa en un cuento de Jorge Luis Borges: sabios musulmanes y judíos en callejuelas medievales.
Pero hablan de paz, y, ahora mismo, existe un nexo evidente entre religión y guerra. Es tiempo de fanatismos religiosos, y la Biblia es belicosa, y el Islam. Se mata en nombre de Dios, pero, en Sevilla, en primavera, hay religiosos que quisieran poner paz y educar para la paz, y son religiosos que llegan de un campo de guerra, de Israel y Palestina.
El momento es complicado, y hay quien busca explicaciones divinas, rotundamente claras, a las cosas. Si se diera un Dios único y un pueblo unido ante su voz, estaríamos a salvo de la confusión, de la división. Éste es el sueño totalitario de las religiones del Dios único, bíblicas o herederas de la Biblia, judíos, moros y cristianos. Pero los no creyentes y los creyentes laicos sienten esperanza al ver la reunión de Sevilla, donde coinciden rabinos de Haifa e imanes de Gaza. Estamos en una tierra donde gente musulmana vivió casi nueve siglos, hasta la expulsión final entre 1609 y 1614. Andaluz le llaman en Marruecos a todo el que llegó de la orilla norte, aunque procediera del Levante o de Extremadura.
El regreso de la religión como asunto de política internacional no ha traído paz, sino culto a la muerte. La religión es un pretexto publicitario para los asesinos. Los motivos del crimen son otros. Aunque los fanáticos se justifiquen con argumentos teológicos, no toda la religión es violenta, como tampoco lo es la política, por más que ciertas políticas practiquen el asesinato. Los rabinos e imanes que conversan en Sevilla, en la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo, deploran el derramamiento de sangre en nombre de las ideas.
Tenemos un prejuicio: el Islam es peligroso. Los islamistas tienen otro: el peligro es Occidente. Noureddine Afaya ha estudiado la imagen que los musulmanes se hacen de Occidente, clavado en la conciencia árabe desde las cruzadas hasta hoy. Raros son los momentos de acuerdo, comprensión y reconocimiento, dice Afaya, que marca tres momentos históricos decisivos en la relación entre la orilla norte y sur del Mediterráneo, entre Europa y el Islam: las cruzadas, el fin del Reino de Granada y la expedición de Napoleón a Egipto. ¿Por qué la fecha de Napoleón en Egipto? Napoleón desembarcó en Egipto con el ejército y una tropa de científicos y sabios para instituir los valores de la Revolución Francesa y la libertad. Pero, como dice Afaya, la libertad es contraria al colonialismo y, si se quería instituir la libertad, había que enseñar a las gentes los principios de la liberación, es decir, salvar al país de la dependencia del extranjero, lo que era incompatible con los objetivos de los franceses.
Yo creo que, en los problemas entre Occidente y Oriente, habría que dejar de hablar de religión para tratar problemas políticos específicos. La cuestión no es la vitalidad cristiana o democrática de Bush o Blair, sino la política que Bush y Blair justifican en nombre de Dios o de la democracia. No creo que los iraquíes tengan muy en cuenta las tres cruces de la bandera británica, la de San Jorge, la de San Andrés y la de San Patricio, ni que, para combatir a los árabes fanáticos, haya que mirar demasiado el Corán que enarbolan los criminales. Deberíamos atribuir menos importancia a la propaganda que a los hechos. Algunos amoldan su vida a horóscopos y adivinos, y otros eligen un libro, preferentemente antiguo y sagrado, como regla de conducta inmediata. Puesto que la palabra de Dios es inagotable, uno puede encontrar en la Biblia o el Corán lo que más le convenga, tirar una bomba o invadir un país, aunque, como dice Karen Armstrong, pocos cristianos amen a sus enemigos y ofrezcan la otra mejilla después de la primera bofetada.