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La Iglesia se mete en la trinchera del trifachito y de las élites

Dice el adagio popular que la cabra tira al monte y la Iglesia no podía ser menos ya que la institución católica siempre se ha mostrado más cercana a los poderosos que a los que, en teoría, debería defender, al pueblo.

La Iglesia vivió con muchos privilegios durante el franquismo y, para poder mantenerlos, negoció y firmó en secreto un concordato con el gobierno de Adolfo Suárez que se los mantenía a pesar de que los acuerdos entre España y el Vaticano fueran en contra de la propia Constitución.

El gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos ha generado inquietud entre los obispos y así lo ha reconocido el presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez, al afirmar, en declaraciones recogidas por Europa Press, que «Ciertamente, por la situación actual, a mí me produce mucha perplejidad y un horizonte muy incierto. Yo pido al Señor que acierte en la formación del Gobierno y después en la gobernación diaria del Gobierno ya constituido, pero tengo inquietud».

Sin embargo, el programa basado en la justicia social del gobierno de coalición debería haber satisfecho a los obispos, porque está plagado de medidas que se ajustan a lo indicado por Jesucristo en los Evangelios. ¿O es que la Iglesia sólo valora a los ejecutivos que mantienen sus privilegios?

Jesús de Nazaret afirmó que «no podéis servir a Dios y al dinero» o «Atended y guardaos de toda codicia» y se refería, precisamente, a alejarse de las élites para entregarse al pueblo. Sin embargo, la Iglesia parece que prefiere estar del lado de las élites porque les aseguran sus privilegios. Las medidas del pacto entre Sánchez e Iglesias sobre el que se va a asentar la acción del nuevo ejecutivo están sustentadas por la justicia social.

Sin embargo, desde las jerarquías eclesiásticas, siempre se ha visto con miedo que desde el poder se atiendan las necesidades del pueblo o que desde dentro de la propia Iglesias se actúe en base a la justicia social que emana de los Evangelios. Cuando San Francisco de Asís encarnó la pobreza radical del Evangelio, la jerarquía eclesiástica apoyó a los que querían que los franciscanos llevasen una vida más «normal». Cuando, en la posguerra mundial surgieron en Francia, Italia y España los llamados «curas obreros» y empezaron a vivir y a trabajar con el pueblo al que servían, fueron suprimidos por Pío XII. De igual modo, las comunidades eclesiales de base (CEB) de la Teología de la Liberación fueron desaprobadas por Juan Pablo II. Todo ensayo de vida verdaderamente cristiano se enfrenta a la hostilidad de la alta jerarquía tanto de la iglesia católica como de muchas denominaciones evangélicas protestantes.

Por tanto, ¿de dónde viene el miedo de la Iglesia Católica al pacto entre el PSOE y Unidas Podemos? ¿A la pérdida de los privilegios contenidos en un concordato que es contrario a la Constitución? ¿A tener que pagar impuestos? ¿A que no se permita el adoctrinamiento en las aulas con la asignatura de religión? ¿A quién quiere más la Iglesia, a sus privilegios o al mensaje del Evangelio?

De ahí que intenten mostrar preocupación por un gobierno con el que, en teoría, deberían estar contentos porque las medidas incluidas en su programa están enmarcadas dentro de la justicia social de los Evangelios: «Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos mis pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna» (Mateo, 25).

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