Las posiciones de esta diputada musulmana reflejan un claro sesgo religioso en sus respuestas. Así no se manifiesta por la separación del Estado y las religiones, opta por una tolerancia a nivel individual en materia de sexualidad y otros ámbitos,… y sobre el velo declara «Para mí llevarlo es una decisión empoderadora porque muestra mi aceptación orgullosa de la identidad musulmana». Puede que haya defendido algunos derechos, pero no parece asumir una posición ni siquiera aconfesional de la política.
Nurul Izzah Anwar es diputada de Malasia. Una activista de derechos civiles que, en 1998, con 18 años, impulsó como afiliada la creación del partido Justicia Popular de oposición a la Organización Nacional de los Malayos Unidos (UMNO) que ha gestionado el país, de 30 millones de habitantes, desde la independencia de Reino Unido (1957) hasta 2018. Dos décadas lleva en política esta ingeniera eléctrica y electrónica, máster en Relaciones Internacionales por la Universidad Johns Hopkins (EE UU) y hoy miembro del comité de cuentas públicas del Parlamento de Malasia, tras ser vicepresidenta del Justicia Popular tres veces (2010-2018).
Su actividad pública ha estado imbricada con su devenir familiar. Porque Nurul Izzah Anwar es una de los seis hijos del político Anwar Ibrahim y la oftalmóloga Wan Azizah Wan Ismail, que sucedió a su marido al frente del partido las dos veces en que el poder le encarceló (1999 a 2004 y 2015 a 2018) acusado de sodomía, considerado delito en el país de mayoría musulmana y conservadora.
Un enorme caso de corrupción en 2015 convirtió en aliados al partido de Nurul Izzah Anwar, conocido como Keadilan, y a Mahathir Mohamad. Este fue el político que descubrió a su padre como líder universitario en los ochenta y que, luego, como cuarto primer ministro de Malasia, le nombró ministro y viceprimer ministro en los noventa, pero finalmente impulsó su encarcelamiento en los 2000 cuando, en plena crisis financiera asiática, Anwar Ibrahim denunció nepotismo gubernamental.
El mismo año que Anwar Ibrahim volvía a ser encarcelado, 2015, estalló un escándalo de plutocracia en el ejecutivo del sexto primer ministro del país, siempre del UMNO, Najik Razak. Miles de millones de dólares del fondo 1Malaysia Development Berhad (1MDB), una empresa de desarrollo estratégico dirigida por el Gobierno de Najib, fueron desfalcados.
Entonces los enemigos Anwar Ibrahim y Mahathir Mohamad forjaron el Pacto por la Esperanza y, en 2018, lograron la inédita victoria de la oposición frente al UMNO. La alianza consignaba que el nonagenario Mohamad presidiría dos primeros años y este 2020 le sucedería Ibrahim, veinte años menor. Sin embargo, en esta entrevista a Público, concedida por su hija durante la asamblea anual del think tank progresista Common Action Forum de Madrid, Nurul Izzah Anwar no manifiesta certeza sobre el recambio en el liderazgo y cifra su anhelo «en que esta transición no defraude, sino emprenda las reformas necesarias».
¿Hay fecha para que su padre presida el Gobierno en Malasia?
Vivimos una situación especial, de coalición con quien fue primer ministro y nuestra némesis, el responsable del encarcelamiento, entre otros, de mi padre. Pero el escándalo plutocrático del gobierno Najik era tal que no dejaba opción. Este era el camino para trasladar a reformas nuestros ideales. Acabar con las flaquezas de un sistema que lleva décadas concentrando el poder en los mismos requiere más que un cambio de líder. Los demócratas comprometidos debemos respetar los acuerdos y ahora mismo estamos en eso.
¿Cuál es la situación?
Mis padres forman parte del Gobierno y yo soy mera diputada por elección propia. Eso me permite tener distancia para poder ser crítica e impulsar las reformas para mí prioritarias. Los ciclos electorales y las victorias son importantes, pero la transformación a largo plazo lo es más. Se trata de respetar y construir, frente al cinismo. De hacer y transformar. Malasia se juega mucho en esta transición. Sería tristísimo que no lograra los cambios que la gente necesita tanto.
¿Cuáles son las medidas prioritarias?
Yo impulso dos transformaciones. La primera, la del sistema de prisiones. El que mi padre haya estado una década en la cárcel me ha permitido conocer una realidad en la que nosotros éramos afortunados por tener abogados. Yo abogo ahora porque una alta proporción de condenados por delitos no violentos sean incluidos en programas no carcelarios. Así como por atender la adicción a las drogas que arrasa a los pobres.
En segundo lugar, mi prioridad es combatir la desigualdad en el acceso a cuidados sanitarios. Más del 50% de pacientes de enfermedad severa (cáncer, diabetes…) se arruinan por el tratamiento. Por eso trabajo con la Universidad Saint George (Reino Unido) para implantar técnicas de cribado de cáncer de cuello de útero en zonas sin hospitales. Son técnicas sencillas en las que se formará a las mujeres de las comunidades. Lo que logrará la detección temprana y empoderarlas.
Su padre denunció corrupción en los 2000 y llega al Gobierno tras el desfalco del Ejecutivo de Najik en 2015. ¿Se ven ustedes inmunes a la corrupción? ¿Cómo la combatirán?
Mi padre y madre siempre han sido muy estrictos al transmitirnos la responsabilidad de implicarse en el activismo y la política. Porque conlleva un gran impacto social, positivo o negativo, según la conducta que ejerzas. En Malasia crear un partido distinto a UMNO era algo inconcebible y nosotros lo hicimos en 1998 para ofrecer alternativa: legislar y gobernar con valores, ética y profesionalidad. La corrupción es terrible porque quita un dinero que debería ir a otro sitio. En el islam además es haram (cabe traducirlo como prohibido o pecado). Hay que evitarla como buen musulmán y buen ciudadano.
¿En qué medidas concreta su partido esos valores?
Nuestra financiación es solo por crowdfunding y tenemos un sistema transparente de rendición de cuentas. Yo creo en esto. Transmito los valores de mis padres a mis hijos y escucho a mi conciencia. No es fácil. Cada uno tendrá su nivel de tentación, pero no quiero morir siendo corrupta y, como todos vamos a morir, decido vivir con dignidad, teniendo presente el trato a los demás.
Aunque milita en el partido desde los 18 años, su carrera de diputada empezó a los 27 con su hija recién nacida. ¿Qué destaca de la incorporación de la mujer a la política?
Traemos un crisol de perspectivas y capacidad multitarea por tantos roles que compaginamos. Además, la asunción de los cuidados, a los que los hombres deben incorporarse, nos hace empáticas. El amor y la entrega son poderosas fuentes de fuerza para una sociedad. Pero mi primera campaña, con mi bebé y compitiendo contra otra mujer (la entonces ministra de Mujer, Familia y Desarrollo comunitario Shahrizat Abdul Jalil) fue muy dura. Para continuar en política fue decisivo el consejo de un líder musulmán que me alentó haciendo hincapié en que las capacidades de las mujeres no existen solo para realizarse en la maternidad, sino para liderar en la sociedad. Mientras más contribuyes a la comunidad, más cerca estás de Dios. Y el modo más directo de aportar a la sociedad es la política. Eso me impulsa a transformar Malasia. El papel clave de la mujer es una verdad transreligiosa.
¿Se planteó su padre abandonar la política en sus años encarcelado? ¿Se lo sugirió la familia?
No. Y nosotros le respetamos. A pesar de que fue una situación tremenda, de encarcelamiento sin juicio, donde mi madre tuvo que hacerse cargo del partido y la familia, y que nosotros, sus seis hijos, sufrimos.
Malasia se considera una democracia…
Es una semi-democracia porque, a ver, no es el Chile de Pinochet…
Pero a su padre le han condenado dos veces por sodomía. Es decir, que el país considera delito grave la homosexualidad.
Realmente el delito de sodomía en Malasia solo se usa contra oponentes políticos. Se hace porque esa condena provoca rechazo y acoso al condenado por parte de la comunidad.
¿Considera que su padre fue objeto de lo hoy llaman ‘lawfare’, persecución judicial a oponentes políticos, denunciada por los expresidentes brasileños Lula da Silva y Dilma Rousseff, el ecuatoriano Rafael Correa o la argentina Cristina Fernández?
Por supuesto. Tuvimos que recurrir a la ONU. Yo fui a Ginebra a defender la inocencia de mi padre y ganamos ante el Tribunal de Detenciones Arbitrarias.
¿Es partidaria de separar Iglesia-Estado, de la laicidad, para evitar que interpretaciones del islam marquen la ley en temas como homosexualidad?
Malasia, además de ser un país mayoritariamente musulmán, es profundamente conservador. Yo lo que defiendo es la protección del derecho a la privacidad, que lo que pasa de puertas adentro sea respetado. Hay que cuidar a las minorías, protegerlas de agresiones. Y condenar inmediatamente cualquier ataque contra la comunidad LGTBI. Son abusos intolerables. Lo digo como musulmana.
En España las críticas al uso del velo son recurrentes no solo por islamófobos, sino también por feministas árabes. ¿Qué contesta?
Para mí llevarlo es una decisión empoderadora porque muestra mi aceptación orgullosa de la identidad musulmana. Les diría que no impongan su postura. Si ellas no quieren llevarlo, adelante. Yo las respeto. Pido el respeto recíproco. Estoy en contra de que se obligue a llevar velo, del burka… Digo no a un velo limitante. El mío no lo es, es mi derecho. Hay que evitar juzgar a los demás y la condescendencia. La clave es la empatía. Mi mejor amiga es católica. Ella es quien está con mis dos hijos en Sevilla, mientras yo estoy aquí. He estudiado en una escuela católica y veo similitudes con lo musulmán, pues somos religiosos.
Malasia y España comparten el reto del trato a los migrantes. En Malasia entraron 200.000 rohinyás huyendo de Myanmar. ¿Ve prioritario ratificar la Convención de la ONU sobre Refugiados (1951), que ustedes no han firmado, para que tengan derechos?
Sí, absolutamente.
¿Y qué hacer para que esos derechos humanos no sean papel mojado?
Defiendo un enfoque pragmático frente a lo políticamente correcto de abrir los brazos sin más. Migrantes y locales tienen diferencias de idioma y culturales. Los rohinyás llegan y puede no gustar a la primera. Si tardan en ajustarse a las normas, ¿cuánto durará la paciencia? Entonces, es clave cambiar las mentalidades, destacar la capacidad del migrante para emprender y luchar, pero también poner en marcha programas de idiomas, de asimilación, buscar formas de legalizarlos y legitimarlos. No solo dinero, sino medidas que les permitan abrir negocios. Darles cursos de formación y aplicar programas de inserción en las comunidades.