La moral es un conjunto de normas que consideramos correctas en una sociedad. Es nuestra guía para decidir qué está bien y qué está mal. La palabra “moral” es de raíz latina y está estrechamente vinculada a las costumbres. A diferencia de lo que creen muchas personas, la moral constituye prácticas sociales, creencias sobre el bien y el mal que trascienden a los individuos. Por siglos, la religión fue la única brújula moral. Tuvo el monopolio sobre lo que considerábamos correcto y lo que juzgamos como incorrecto.
No obstante, la gradual secularización de Occidente ha provocado que la religión ya no sea la única fuente de doctrina moral en nuestra sociedad. La filosofía, laica -sin Dios-, pasó a ser importante en las discusiones morales. La ciencia le disputó el campo de la mente y la razón a la religión y, de poco en poco, muchos principios morales de origen religioso comenzaron a ser puestos en tela de juicio. Uno de ellos es la vida misma. La religión sostiene que Dios da la vida, como un soplo existencial en el momento de la fecundación, y, por lo tanto, sólo Dios la puede quitar. El ser humano no se pertenece. El laicismo cuestiona dicha idea y le otorga el control de la vida al propio humano. Desde la época de las luces se concibe a la persona como dueña de sí misma.
Sin embargo, dicha tensión entre preceptos morales y concepciones existenciales está lejos de haber sido superada. En México, un país mayoritariamente católico, en donde una buena parte de la población quiere que sus valores estén codificados en las leyes, la tensión es aún mayor. Que el matrimonio sea entre un hombre y una mujer. Que el Estado sólo reconozca como familia al núcleo tradicional. Que la interrupción del embarazo esté penalizada en las legislaciones. Y el argumento para defender dichas creencias es una supuesta “ley natural” (sólo hombre y mujer pueden procrear); una raíz etimológica (matrimonio viene de máter y no puede unir a dos hombres); o una mayoría social (la mayoría de los mexicanos está a favor de que así sea).
El aborto es, sin duda, el más sensible de estos temas. Y divide por una sencilla razón: no hay posibilidad de conciliación moral. Las posturas de unas son la antítesis de las posturas de las otras. El debate se mueve en una irresoluble dicotomía que separa a quien busca proteger la vida desde la concepción y quien, por el contrario, privilegia la libertad de decisión de la madre. El problema es que muchas veces se ha querido equiparar ambas posturas. Como si fueran igual de “absolutas”. Al grado de que un diario local, el día posterior a la marcha que pedía legislar para proteger la libertad de la mujer para interrumpir un embarazo, titulaba: católicas vs. Feministas. Digo, los portadistas del periódico igual no saben que hay feministas católicas y católicas feministas.
Sin embargo, hay muchos elementos que diferencian la postura de quien defiende el derecho a decidir con respecto a quien busca proteger la vida desde la concepción y criminalizar a la mujer que decida sobre su cuerpo.
Uno, no es una postura impositiva ni autoritaria. Las feministas, o no feministas, que defienden la interrupción del embarazo, seguro y en libertad, no quieren obligar a ninguna mujer a abortar. No quieren un régimen “a la asiática” en donde se limite la procreación. Por lo tanto, el derecho a decidir no sólo es de aquellas que quieran interrumpir, sino también de las mujeres que deciden ser madres. Por ello, la “marea verde” es, en realidad, un movimiento inclusivo y libertario. Quiere igualdad y a la vez libertad.
Segundo, buscan mantener la neutralidad del Estado frente a discrepancias morales. Por décadas, en México, hemos tenido una legislación y un Estado que defiende la moral católica. La idea de matrimonio que está en las leyes es la católica. La idea de familia, católica. La idea de maternidad, católica. Sólo el sistema educativo se ha podido mantener razonablemente laico, sin que eso signifique que no haya habido ataques de grupos conservadores que quisieran que en las aulas de la educación pública en México se enseñe la Biblia, Adán y Eva y los sacramentos. Optar por el derecho a decidir es decirle al Estado, ante la diferencia de creencias morales: respeta el derecho que tienen las mujeres a tomar sus propias decisiones, sin paternalismo ni intervenciones judiciales.
Tercero, saca la maternidad del ámbito penal. En México, mientras escribo esta columna, hay más de 200 mujeres que purgan penas en prisión por haber osado interrumpir un embarazo. Es decir, no sólo tienen que enfrentar el dolor de su situación personal, sino que en lugar de poder buscar ayuda con profesionales para superar un momento complejo en sus vidas, tienen que enfrentarse a años de prisión. ¿Qué evidencia mayor necesitamos para entender que las leyes en México se hacen desde una postura moral que no es neutra? ¿Qué mayor ejemplo de imposición que meter a una persona a la cárcel por no obrar o actuar de acuerdo a la moral religiosa mayoritaria?
Y cuarto, el derecho a decidir sólo visibiliza lo que ya ocurre. La moral conservadora suele confundir deseos con realidad. “Estamos en contra del aborto”, ergo, no hay abortos. “Estamos en contra de que la gente fumen mariguana”, ergo, nadie fuma. “Estamos en contra de que se le llame familia a la unión de dos mujeres o dos hombres”, ergo, son una unión espuria, vergonzante. Pues, malas noticias: las mujeres interrumpen embarazos, en la sociedad se consume mariguana y los homosexuales le llaman familia a su núcleo íntimo. Su imposición moral no altera la realidad. Los jaliscienses ya vivimos de otra manera.
No es casualidad que los países con mayores niveles de bienestar, con sociedades más cohesionadas, sean también las que más han avanzado en la ampliación de derechos y libertades para la ciudadanía. La educación nos permite combatir los dogmas y asumir nuestra vida en plena libertad. No caigamos en guerras que sólo les interesan a quien quiere seguir controlando nuestra moral y nuestros principios. Es posible encontrar un camino que concilie las libertades de todas y todos: el derecho a decidir.
Enrique Toussaint