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La falsa ‘promesa de Dios’

‘La (des)educación de Cameron Post’, de Desiree Akhavan, denuncia los centros de terapias para ‘curar’ la homosexualidad y revela el único lado positivo de estos, la inspiración del encuentro con otros jóvenes gais, clave para comprender que uno no está solo ni enfermo.

Reaccionario, carca, propio de cavernícolas ignorantes o de fanáticos incultos, enemigos de los Derechos Humanos, la exigencia de Vox de eliminar las sanciones a quienes desarrollen terapias para curar la homosexualidad vuelve a poner a España en la senda de la regresión. Alentados por la insaciable Iglesia católica, algunos políticos de la ultra derecha española se atreven a contradecir a la Asociación Mundial de Psiquiatría que ha alertado de la ineficacia total de estas prácticas y de los graves daños y efectos adversos que provocan.

La homosexualidad no es una enfermedad. Por tanto, no se puede curar. Tan fácil de comprender que los esfuerzos en contra de la tendencia sexual de cualquier persona no pueden traducirse nada más que como intolerable perversión retrógrada y autoritaria. Y así exactamente es como lo ve Cameron, la chica protagonista de La (des)educación de Cameron Post, nueva película de Desiree Akhavan, ganadora del Gran Premio del Jurado en el Festival de Sundance y de la Espiga de Oro en la Seminici de Valladolid y una de las mejor recibidas en el Festival de Cine y Derechos Humanos de San Sebastián.

«Los jóvenes entienden que no están solos»

Especialmente destinada al público joven, aunque eso tal vez impida cierta sutileza, ahogada por algunos tópicos manidos, la película tiene un valioso mérito, contagia energía. Cameron es muy consciente de que ha caído en el centro cristiano God’s Promise (La Promesa de Dios) por su «mala pata», porque la han pillado. Vulnerable, pero también altamente receptiva, como cualquier adolescente del planeta, el encuentro con otros jóvenes gais es una inspiración y una alegría. No está sola. No necesita ninguna certeza más.

«No queríamos aburrir al público con una lección. Se trataba de enseñar maravillosas relaciones entre unos adolescentes gay que entran en contacto con otros adolescentes gay. Los directores del centro no ven que, por primera vez, los jóvenes entienden que no están solos, que hay otras personas como ellos, que no están locos», ha escrito la actriz Chloë Grace Moretz (estupenda interpretación), en las notas de producción de la película, adaptación al cine de la novela de Emily M. Danforth.

Terror psicológico y humillación

Desgraciadamente, los centros de conversión sexual siguen brotando como setas por medio mundo, a pesar de estar vetados en un gran número de países. En España, hace solo unos meses saltó el escándalo al conocerse los cursos ilegales que impartía el Obispado de Alcalá de Henares para curar a los gais. Y, lo peor, no es nada nuevo. Por ello, películas como la de Desiree Akhavan son bien recibidas por necesarias.

Hace muy poco, el actor y director Joel Edgerton estrenó Identidad borrada, inspirada en la historia real de Garrard Conley. Esta película se inclinaba más por mostrar el terror psicológico que viven los jóvenes y las humillaciones a las que les someten en estos centros que por conseguir un tono en positivo. Todavía más tremendista era Robert Cary en Save Me, donde el protagonista caía en manos de un círculo de fundamentalistas religiosos empeñados en curarle la homosexualidad.

Protestas en Picadilly

Justo lo contrario que hacía Jamie Babbit en But I’m a Cheerleader, donde dejaba bien claro, desde la comedia, que la terapia de rehabilitación sexual era completamente inútil con Megan. Tampoco reparaba nada en el caso de Maurice, un homosexual inglés de clase alta que se sometía a una terapia de hipnosis para cambiar su tendencia sexual. James Ivory dirigía a James Wilby y Hugh Grant en esta película –Maurice (1987)- en la que el cineasta hacía una apuesta segura, contra todos los prejuicios y sinrazones de la sociedad británica de la época, él mostraba una sensible historia de amor homosexual.

No son las únicas y todas las que son no están en la línea de la denuncia de estas terapias. El año pasado varias organizaciones cristianas británicas hicieron una película, Voices of the Silenced: Experts, Evidences and Ideologies (Voces de los silenciados: expertos, pruebas e ideologías) con la que intentaban convencer de que la homosexualidad es «un desorden que se puede curar».

Más de seiscientas personas salieron a la calle y protestaron a la puerta del cine en Picadilly donde pretendían estrenarla. Finalmente, no hubo proyección, pero sí muchas reacciones airadas, como la de Andrea Minichiello Williams, CEO del Christian Legal Centre, que dijo que «como de costumbre, una minoría de activistas homosexuales usa amenazas e intimidación para cerrar cualquier punto de vista contrario. Trágicamente, no pueden tolerar la verdad de que hay un número significativo de hombres y mujeres que no desean permanecer en un estilo de vida gay y buscan ayuda para dejarlo».

Olvidaron, en sus declaraciones añadir la genuina verdad. Tal vez haya homosexuales que quisieran no serlo, pero por una razón mucho más simple y terrible que la que ellos esgrimen. Chavela Vargas lo explicó muy claro, porque «lo que duele no es ser homosexual, sino que lo echen en cara como si fuera una peste».

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