Vaya por delante que no soy religioso, ni tampoco pretendo atacar a aquellos que creen en Dios, simplemente este artículo es un conjunto de reflexiones que, ante lo que está saliendo en los medios de información sobre lo que se hace en nombre de Dios, me lleva a reflexionar y a plantearme una serie de preguntas.
La primera es ¿no es robar un pecado para la Iglesia católica? ¿O es que si se hace en nombre de Dios ya no lo es? No sé, lo digo por los cientos de edificios, tierras que la Iglesia católica en España, desde siempre, y más desde 1936, con el golpe de Estado y su consecuencia mas terrible, la Guerra Civil, más tarde con la dictadura y ahora con la permisividad de algunas leyes refrendadas y hechas por los defensores de un ultraconservadurismo religioso, está matriculando y haciendo suyos. Terrenos, edificios, escuelas, patrimonio cultural y social, que son de propiedad del pueblo.
¿No es pecado matar, según sus mandamientos? ¿O es que se puede matar en el nombre de Dios? Lo digo por los cientos de rúbricas que durante la posguerra sellaron miembros de la Iglesia católica para condenar a personas, solo por el mero hecho de no comulgar con sus ideas.
¿No es pecado para los llamados ministros de la Iglesia decir falsedades? ¿O es que en el el nombre de Dios todo se perdona? Lo digo por mantener y emplear falsedades administrativas para sostener que lo apropiado indebidamente es suyo.
¿No es pecado la pederastia para la Iglesia católica? ¿O es que en el nombre de Dios, o siguiendo lo de «dejar que los niños se acerquen a mí», eso les perdona los cientos de casos que están saliendo en los medios de información sobre violaciones y actos vejatorios por parte de la algunos sacerdotes?
Por último, aunque se podría seguir hablando mucho, ¿se puede en nombre de Dios pensar que solo ellos tienen la verdad? Lo digo porque pueden permitirse expresiones como la de que los homosexuales son demonios o tienen el demonio encima. El no permitir que las mujeres puedan decidir sobre su cuerpo. Basta ya de utilizar o esconderse en un Dios que, perdonen, ni ellos mismos creen.
Ximo Estal Lizondo