Con el encubrimiento de los abusos y la negación de la sexualidad de los curas, la institución no va a encontrar nuevas vocaciones
La Iglesia católica española ha entrado en un final de ciclo, como ocurre en otros países. Ante la crisis de vocaciones, la Conferencia Episcopal ha lanzado una campaña que pretende atraer a futuros sacerdotes. Por su parte, el papa Francisco ha anunciado un endurecimiento de las normas a aplicar en caso de abusos sexuales, y a partir de ahora los sacerdotes y obispos de todo el mundo tendrán que ser más duros en su denuncia de los culpables. Son dos medidas que encajan en un mismo marco. Y ambas están condenadas de antemano a fracasar debido a que parten de un error inicial en su análisis de los problemas.
La iglesia muere lentamente en Europa. Un ejemplo: cada año fallecen en Francia 800 sacerdotes. Y solo se ordenan 60. Un fenómeno que empieza en la negativa a aceptar el celibato y la castidad que vienen mostrando los curas heterosexuales. Antes de la liberación sexual de los años sesenta, la sociedad y la Iglesia iban bastante a la par y, en ese contexto, la no-sexualidad de un cura no era tan extraña. Pero desde los años setenta, la sociedad ha vivido una transformación de costumbres muy notable, mientras que la Iglesia se volvía más rígida. En los años setenta y ochenta abandonaron la Iglesia de forma masiva los curas heterosexuales.
La Iglesia ha sido durante decenios un refugio para homosexuales que no querían escandalizar a sus familias, que eran objeto de burla por sus modales afectados, y que no querían que les obligaran a casarse con una mujer. El celibato les brindaba una solución. Pero ya no necesitan refugiarse. Hasta en los pequeños pueblos de la España vacía cualquier chico homosexual encuentra opciones mejores que ir al seminario.
Frédéric Martel es sociólogo y escritor. Ha publicado Sodoma. Poder y escándalo en el Vaticano.(Editorial Roca, traducción de Enrique Murillo).