Formo parte de una comunidad de vecinos de cien familias las cuales contribuimos al sostenimiento de la misma con unos seiscientos euros anuales cada una. Con los sesenta mil euros recaudados cada año la comunidad puede atender a sus gastos corrientes (electricidad, agua, limpieza, ascensores, seguridad, extintores, etc.) y, en el caso de que haya superávit, los vecinos decidimos en asamblea si acometer algún mantenimiento extraordinario, como la pintura de la fachada, o lo vamos guardando para disponer de un fondo de contingencia.
En mi comunidad hay un grupo de vecinos muy simpáticos y bien allegados que tienen intereses en común, son veganos. Hace tiempo que quedan para hacer juntos la compra, para cocinar, charlar de sus cosas, sus intereses, sus nuevos descubrimientos… Pero de un tiempo a esta parte y convencidos de los beneficios de su estilo de vida, han decidido ir un paso más allá, quieren difundirlo al resto de vecinos de la comunidad con la esperanza de extender eso que ellos llaman su filosofía de vida. Por supuesto, están en su derecho. El problema que se les presenta es que esta labor de difusión les supone un gran desembolso económico; tanto las actividades que realizan (compra y preparación de alimentos, conferencias, reuniones, etc.), como el material que necesitan (carteles, folletos, alquiler de locales para charlas, etc.), resulta costoso.
Por fin han dado con una posible solución. Han encontrado un resquicio normativo muy antiguo por el que se permite la promoción, por parte de la comunidad, de acciones encaminadas al beneficio del conjunto de vecinos y, en virtud de que ya existe un determinado número de vecinos interesados en seguirles, han solicitado que la comunidad se encargue del sostenimiento de sus actividades. En un primer momento esto no ha caído muy bien entre los vecinos, pero dada la existencia de esa extraña norma han decidido convocar una asamblea extraordinaria para determinar qué hacer.
En la asamblea se ha decidido que no, que no es viable que la comunidad corra con los gastos de esta asociación de particulares por mucho seguimiento que tengan pero, en cambio, sí se ha aprobado intermediar con los vecinos que voluntariamente quieran colaborar con este grupo de amigos veganos contribuyendo a su sostenimiento. Así, ahora, el vecino que lo desee puede dedicar un porcentaje de la cuota anual de la comunidad para los veganos.
Esta solución parece agradar a la mayoría; por una parte, los veganos obtienen un dinero con el que cubren sus actividades de difusión, por otra, los vecinos que ven bien ayudarles no tienen que pagar más por ello pues siguen aportando lo mismo que antes; luego está la gran mayoría de vecinos que, como en cualquier comunidad, ni siquiera se interesa por acudir a las asambleas ni por saber qué se trata en ellas… Pero hay algún vecino que está alzando la voz, que se ha dado cuenta del perjuicio que supone para el fondo común de la comunidad detraer parte del dinero aportado por todos para cubrir los intereses particulares de un determinado grupo, los veganos.
La situación descrita hasta aquí, evidentemente, es totalmente inventada pero guarda cierta similitud (bastante) con la famosa casilla para el sostenimiento de la Iglesia católica que nos invitan a marcar cada año en la declaración de la renta. Recuerda que cada vez que la marcas, por muy bien que te siente el pensar que estás ayudando a la Iglesia, no eres tú el que pones tu dinero, simplemente estás decidiendo que parte de todo lo recaudado y aportado por todos los que formamos esta gran comunidad de vecinos que es España se detraiga y se dedique al sostenimiento del clero y sus labores de proselitismo, reduciéndose así el disponible para los gastos corrientes (educación, sanidad, infraestructuras públicas, pensiones, políticas de fomento del empleo, asistencia social…).
Ahora, en mi comunidad, hay un grupo de vecinos que se está interesando por la homeopatía…
Luis M. Portillo
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