La cifra de las víctimas de la pederastia por parte de curas y religiosos es escandalosa
Hay una falsa grandeza que es pequeñez, una falsa virtud que es hipocresía, una falsa santidad que es vileza, escribió Jean de la Bruyère, allá por el siglo XVII, aludiendo claramente a la doble moral religiosa, en su obra Caractères; obra en la que hace una crítica detallada y profunda de la hipocresía que presidía la vida pública francesa de la época.
No es difícil extrapolar esa doble moral que criticaba La Bruyère a la actualidad. Y no es difícil percibirla a poco que se usen mínimamente las neuronas, y si, por descontado, no se está muy adoctrinado; porque, como afirmaba Carl Sagan, no se puede convencer de nada a un creyente porque su creencia no se basa en ninguna evidencia, sino en su profunda necesidad de creer.
Si nos percatamos de que las organizaciones religiosas perciben innumerables privilegios y cuantías inmensas de dinero de los Estados por supuestamente ocuparse de la “moral” de las personas y, a la vez, cometen de manera continua y sistemática actos de una inmoralidad difícilmente imaginable, entendemos muy bien lo que decía el escritor francés sobre la falsa virtud, la falsa santidad y la doble moral. Es realmente muy paradójico que quienes exigen un modelo férreo e inflexible de la moral inmoral que imponen, sean los responsables de aberraciones imposibles de asimilar.
La cifra de las víctimas de la pederastia por parte de curas y religiosos es escandalosa. El pasado septiembre una organización de supervivientes del abuso clerical, ECA Global, hacía público el resultado de su investigación: sólo teniendo en cuenta los casos investigados y comprobados por organismos independientes, y sin tener en cuenta los casos silenciados, que seguramente son la inmensa mayoría, existen en el mundo unas cien mil víctimas reconocidas de la pederastia clerical. Y no podemos ni imaginar las tragedias que en muchos casos esos abusos significan para la vida de muchas personas.
Recientemente salía a la luz una de esas tragedias vivida por una de las víctimas de abusos sexuales por parte del cardenal Georges Pell, ex tesorero del Vaticano; en una entrevista exclusiva con la cadena ABC, el padre de esa víctima relataba que con trece años, en 1994, tras sufrir los abusos, su hijo empezó a consumir heroína, y, tras una espiral autodestructiva que no pudo superar, murió en 2014 por una sobredosis de droga. Resulta también muy sorprendente que el clero, una parte al menos, admita la homosexualidad ejercida contra niños indefensos por parte de sus miembros mientras la criminaliza en los demás. Aunque la cuestión principal es que la homosexualidad es una condición sexual humana, una condición natural; pero la pederastia no ese una condición humana, es un crimen, una monstruosidad, una perversidad con castigo penal en todos los habitantes del planeta, excepto en los miembros de la Iglesia. Si eso es moral que alguien nos lo explique.
En la cumbre sobre la pederastia en la Iglesia, que se acaba de celebrar en el Vaticano entre los días 21 y 24 de febrero, se suponía que se iban a buscar salidas y soluciones a unas perversiones que, según las evidencias, son sistemáticas en el seno de la organización católica. Lejos de eso, las víctimas y supervivientes de los abusos siguen movilizados en medio de una decepción generalizada porque, según afirma Peter Saunders, miembro fundador de ECA, en realidad no se ha tomado ninguna medida al respecto y todo sigue, tras la cumbre, prácticamente igual.
Eso sí, la irracionalidad, la superstición y el pensamiento mágico han sido, como siempre, los protagonistas del encuentro en el intento de responsabilizar a otros, en este caso nada menos que al diablo, de las depravaciones propias. El jerarca de la Iglesia, haciendo uso de una gran lucidez, ha dejado claro que la culpa de todo la tiene Satán; “la pederastia es un instrumento de Satanás, en los abusos vemos la mano del mal”, dijo Bergoglio. Y se quedó tan fresco.
Pero ¿quién es Satanás, a quien es tan fácil responsabilizar de las maldades humanas? En palabras de un buen amigo de coeficiente intelectual altísimo y que se dedica a la ciencia (lo aclaro para que no sea acusado por algunos de idiotismo), Satán es, según la biblia, un ángel que se le reveló a Dios, por eso es muy malo (los buenos obedecen a ojos cerrados), y según la realidad es una imaginación más, de tantas. De hecho, en el Antiguo Testamento Satán no mató directamente a nadie, mientras que fueron numerosas las víctimas de la plaga enviada por Dios para ayudar en el censo al Rey David. Me temo que no nos han contado las cosas nada bien, y me temo que de un modo enrevesado y muy poco objetivo.
Por supuesto, existen el bien y el mal. Pero no están en fantasías ni en entes seculares imaginados para controlar a la gente a través de la culpa y el miedo. Están aquí, y están ahora, en la realidad que nos rodea. El bien tiene que ver con la ética, la compasión, la decencia, el respeto y, por supuesto, el amor. Sobra decir dónde está el mal, de puro evidente.
Coral Bravo es Doctora en Filología