El germà Andreu Soler con un noi de servei. /
Miguel Hurtado fue la primera víctima que reveló públicamente, a través de este diario, los abusos sexuales cometidos por el monje Andreu Soler y «la ocultación» de estos por parte del Monasterio de Montserrat. Una semana después, el ‘diari Ara’ ha localizado a una segunda víctima, Ricard Zamora. Y EL PERIÓDICO ha entrevistado a otra más, la tercera, J.R. Martínez (Almería, 1955).
Se trata de tres víctimas que no se conocen entre ellas y de edades muy distintas. Soler abusó de ellos metiéndose en su cama y haciéndoles tocamientos en los genitales. En los dos primeros casos, además, el monje se sirvió de la misma estrategia: hablarles de la masturbación mientras los manoseaba para subrayarles que no debían caer en ella. Hurtado sufrió estos abusos entre 1997 y 1998. Zamora explica que él los padeció sucedieron en 1978. Martínez los sitúa, incluso antes, en 1971.
Soler es el fundador del movimiento ‘escolta’ de la abadía, ‘els nois de servei’, y fue su responsable durante 40 años. Falleció en el 2008 y, un año antes, la abadía, a pesar de estar al corriente de los hechos denunciados por Hurtado, le rindió homenaje con la publicación de un libro con sus memorias, ‘Escoltisme i Montserrat’ (L’Abadia de Montserrat, 2007).
En el documental ‘Examen de Conciencia’, emitido por Netflix y dirigido por Albert Solé, que incluye la experiencia de Hurtado en Montserrat, esta víctima aclara que ha decidido denunciarlo públicamente porque necesita saber si hubo más víctimas de Soler -ha abierto una cuenta de correo ‘abusos.montserrat@gmail.com‘-. Ahora ya lo sabe, por lo menos hubo dos más. «Es agridulce. Por un lado lamento que más personas pasaran por lo mismo que yo y que estemos hablando de un depredador sexual. Por el otro, siento tranquilidad porque creo que ya nadie podrá decir que miento».
A Montserrat a fregar platos
La primera vez que J. R. Martínez (Almería, 1955) vio el Monasterio de Montserrat se quedó sin habla, explica en una conversación telefónica con este diario. Tenía 15 años y había llegado en tren desde Andalucía porque sabía que buscaban jóvenes para trabajar durante el verano. Se dejó llevar por «la inquietud de la edad» y por la necesidad «de sacarse algún dinero».
Durante cinco veranos, entre los años 1970 y 1975, acudió a la abadía para ayudar a los monjes. «Los dos primeros años fregué platos. Los siguientes, limpié las mesas. Entre la segunda quincena de junio y la primera de septiembre, Montserrat recibía muchísimos turistas y por eso había empleo para chicos como yo».
Fue una etapa que recuerda bien. En realidad, admite, fue «maravillosa». Porque en el monasterio, o mejor dicho, dentro de la comunidad de trabajadores contratados en el monasterio, probó «el hachís», vio como vestían y se comportaban «los hippies», conoció cómo piensa «un anarquista» y escuchó «un disco de Lou Reed». También se topó con el «germà Andreu». Aunque aquel capítulo hubiera seguido escondido en su cabeza si Miguel Hurtado no hubiera revelado hace una semana que el mismo monje abusó de él a finales de los noventa.
Escapada a una ermita
El hermano Andreu Soler era el que más relación tenía con los jóvenes. Con los que habían ido hasta la montaña a trabajar, ejercía de enlace con el monasterio. A menudo, les invitaba a hacer una escapada hasta una ermita cercana. «Allí Soler montaba actividades». Por la noche, el monje era quien decidía cómo se distribuían en las pocas camas disponibles. En el verano de 1970, «o tal vez fuera el de 1971», a Martínez le tocó dormir con el monje.
«Se pasó la noche entera metiéndome mano, también en mis genitales«. Fue un abuso sigiloso, que le dejó «en estado de shock», porque a esa edad todavía «estaba descubriendo de qué iba todo eso». El contexto tampoco ayudaba, el de una España que seguía bajo el franquismo y que impedía actuar contra «un religioso». Optó por concentrarse en evitar al hermano Soler a partir de entonces y en «olvidar» el episodio. Logró lo primero, no así lo segundo.
«No me ha quedado ninguna secuela de aquello, pero por más años que hayan pasado lo tengo presente. También recuerdo bien que entre los compañeros se daba por descontado que Soler tenía la mano suelta. No me explico por qué nadie en Montserrat intervino, resultaba evidente que dejarlo a cargo de los jóvenes no era adecuado«, razona.
Martínez, que estudió Periodismo y colaboró en el pasado con el diario ‘El País’, subraya que no quiere participar «de ningún espectáculo mediático ni va a pedir dinero». Simplemente lo cuenta. «Porque es lo que había en aquella época de la que me tocó ser testigo, y en la abadía tenían que saber lo que ocurría con Soler -prosigue-. No digo que tuvieran constancia por escrito de una denuncia, porque eso entonces se gestionaba con oscurantismo, pero sí creo que debían ver por lo menos lo mismo que veía todo el mundo«.
Comisión en marcha
Los abusos que sufrieron Martínez y Zamora ocurrieron mientras Cassià Just era el abad de Montserrat. En 1989, Just cedió el cargo a Sebastià Bardolet, que estuvo al frente del monasterio hasta el año 2000, el periodo en que sucedieron los tocamientos revelados por Hurtado. Ese año, Bardolet dejó paso a Josep Maria Soler, quien envió al monje Andreu Soler al monasterio de El Miracle.
Fuentes de Montserrat explican que desconocen el caso de Martínez -este no llegó a denunciarlo- pero subrayan que esta semana se reunirá por primera vez la comisión organizada para analizar el caso del germà Soler y piden a las víctimas de abusos sexuales que se pongan en contacto con la abadía enviando un correo a ‘transparencia.montserrat@gmail.com‘.