Hoy, el Estado mexicano es laico, pero no siempre fue así. Antes del movimiento de independencia, que tiene su desarrollo y culminación de 1808 a 1821, el Estado mexicano era cien por ciento confesional, y siguió siéndolo hasta que Benito Juárez García y la generación de liberales de su tiempo procuraron y lograron el cambio estructural que consuma la separación del Estado y la Iglesia, la laicidad del Estado y el establecimiento de la educación laica en las escuelas.
Actualmente, los artículos 24, 40 y 130 de la Constitución, así como los artículos 1, 3, 25 y 29 fracción IX de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público establecen de manera clara y contundente los principios de libertad religiosa, de separación del Estado y de laicidad del Estado Mexicano.
Una mirada al pasado, cuando México era un Estado confesional, y favorecía en todo y de manera importante a la Iglesia católica, nos permitirá ver que en aquel tiempo las libertades que ahora gozamos eran inexistentes. Lo único que existía era un trato de privilegio a la jerarquía católica, dueña absoluta de las riquezas de México, de la educación y de las conciencias.
En aquel tiempo la educación era cien por ciento confesional y estaba a cargo de los clérigos del catolicismo, quienes enseñaban en las aulas el catecismo y los dogmas de la iglesia católica. Con ese tipo de educación, la Iglesia romana se opuso en varios momentos de la historia a las ideas democráticas, justificaba la esclavitud, el despojo y las matanzas de infieles, señala el escritor Jorge Franco en su libro “Educación y tecnología: solución radical: historia, teoría y evolución escolar en México y en Estados Unidos: lo que todo maestro y estudiante debe saber”.
Respecto a este punto en particular, el escritor Francisco Martín Moreno, autor de 27 novelas históricas, hace referencia a los alarmantes índices de analfabetismo que la educación confesional heredó a los mexicanos: «En 1822, cuando Iturbide accedió al poder, una vez concluido el virreinato, existían en México un 98% de compatriotas atenazados por el analfabetismo».
La educación en el virreinato era monopolio exclusivo del catolicismo, lo mismo que la religión y la moral. El autor antes mencionado ha sostenido en repetidas ocasiones y en diversos lugares que, en aquellos años, la educación “recaía directamente en manos del clero y sólo era para unos cuantos privilegiados; el país entero estaba sepultado en la ignorancia”.
No existía entonces libertad de creencias ni la separación del Estado y la Iglesia, principio este último que quita a la Iglesia católica la educación, y la excluye del ejercicio del poder político, lo que explica por qué razón la Iglesia católica se ha mostrado contraria siempre a las Leyes de Reforma, así como al principio de laicidad del que emanan las libertades que hoy disfrutamos.
A partir del triunfo del pensamiento liberal y de la supresión del Estado confesional a mediados del siglo XIX, nuestro querido México ha logrado una serie de conquistas en materia de libertades que hoy por hoy se encuentran amenazadas por los políticos que viven obstinados en crear una constitución moral, en lugar de procurar que los mexicanos –incluidos los políticos– cumplan la Constitución de 1917, promulgada durante la presidencia de Venustiano Carranza.
Si la pretensión es formar “mejores seres humanos” y abatir los elevados índices de corrupción, violencia e inseguridad que flagelan a este México nuestro, comencemos por cumplir la Carta Magna que tenemos, exigiendo a nuestros gobernantes que se ciñan a las disposiciones constitucionales en materia de laicidad y separación del Estado y las iglesias, principios que han sido quebrantados impunemente una y otra vez.
En anteriores entregas lo he dicho y ahora lo repito: la constitución moral es violatoria del Estado laico porque incorpora elementos religiosos en busca de un supuesto “bienestar del alma”, un trabajo que no es asunto del Estado ni de sus instituciones, sino de las iglesias y de su quehacer religioso. Habrá que recordarles a los autores de este proyecto confesional que el Estado no está para hacer el trabajo de las iglesias, ni éstas para realizar el trabajo que es competencia única del Estado.
Armando Maya Castro
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