Dice el refrán que no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Es lo que suelo hacer cuando leo declaraciones episcopales. Es una forma de manifestarles que ya no pintan lo que pintaban y que están cada vez más solos. Pero hay ocasiones en las que la indiferencia no basta para rechazar la tomadura de pelo o la ofensa, incluso. El secretario general de la Conferencia Episcopal, José María Gil Tamayo, afirma que es toda la sociedad española la que debe de asumir «su cuota de responsabilidad» en los casos de pederastia que afectan a la Iglesia católica española y que todos, usted y yo y la vecina de enfrente, tenemos nuestra parte de culpa porque había «una cultura común compartida de silencio». Lo cual significa que la culpa de los curas pervertidos, sus compañeros que miraban para otro lado y la de sus jefes obispos que ignoraban deliberadamente, y lo siguen haciendo, se diluye en una presunta culpa que nos afecta a todos. Todos somos culpables. Hace falta ser muy cínico, muy jeta y ser un cara dura redomado para mantener semejantes afirmaciones. Hasta el actual papa Francisco parece haber entendido que este es un gravísimo problema para su credibilidad y para su imagen, pero los obispos españoles prefieren culpabilizar a todo el mundo con baladíes argumentos. Oiga, pues no. De ninguna manera. Ese marrón se lo comen ustedes solitos, los pederastas y los encubridores. Son ustedes los que han mantenido un silencio cómplice. Culpabilizar urbi et orbi y especialmente a las víctimas, es pecado mortal. Por lo menos.
Miguel Miranda *Profesor Universidad de Zaragoza