Pero en un país que tuvo a todo el episcopado adulando al dictador con el saludo fascista, tiene su importancia que un cardenal denuncie ahora la debilidad del sistema. Hay gente que le ha visto la gracia a una democracia custodiada por un cardenal.
Preguntaba el responsable del número de manifestantes que había que poner en la movilización clerical del fin de semana: "Señor cardenal, ¿cuántos pongo?". Y contestaba el titular de la sede de Madrid, Rouco Varela: "Que sean dos millones". No vale la pena entrar en polémicas. Exageran todos, aunque ningún gremio se expone tanto como el de los obispos, porque saben muy bien sus eminencias reverendísimas que mentir es pecado. ¿O han conseguido de Roma barra libre para incrementar las concurrencias cuando las pancartas y los eslóganes van contra el laicismo del Gobierno español? Todo podría ser.
A tres meses de las elecciones y, aprovechando que el Manzanares pasa por Madrid, la jerarquía eclesiástica encabezó una manifestación en la capital. Asistían medio centenar de cardenales y obispos. Todos contra el presidente Zapatero, sobre el que la Iglesia hace recaer todos los males de España, igual las bodas gays que la maligna deseducación ciudadana, pasando por la desintegración de la familia cristiana. Una movilización tan rica en oradores agota el temario, y el riesgo son las repeticiones. Cuando ya no quedaba ningún mal por enumerar, le tocó el turno al cardenal valenciano
Agustín García-Gasco, que afrontó la defensa de la democracia, amenazada de disolución por el "laicismo radical", según su opinión. O sea, por Zapatero. A nadie se le había ocurrido.
No me corresponde a mí calmar sus ansias de guardián de las libertades. Pero en un país que tuvo a todo el episcopado adulando al dictador con el saludo fascista, tiene su importancia que un cardenal denuncie ahora la debilidad del sistema. Hay gente que le ha visto la gracia a una democracia custodiada por un cardenal. Servidor no le ve ninguna.